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Entiendo — dijo Denys antes de que ella tuviera que decir más de lo que quería—. Eso me tranquiliza. Lo tenemos en la red. Dios, Ari, ¡qué problema!

—No te sorprendas mucho de nada. Está bien. El Departamento se ocupa de la situación en el hotel. Mira la red.

Entiendo. Entiendo totalmente. Mejor será que cortemos la comunicación. Voy a darte prioridad, inmediatamente. Gracias a Dios que estás bien.

Pienso seguir así —advirtió ella—. Cuídate. ¿De acuerdo?

Cuídate tú — recomendó Denys—. Por favor. Ella cortó, pasó el teléfono a Florian.

—Tenemos confirmación —dijo él—. El avión dejó Planys. Esperan aterrizar a las 1450 mañana.

—Bien —dijo ella—. Bien. —Con el poco control que todavía le quedaba.

—El canciller Harad te espera en el teléfono, también el canciller Corain. Han preguntado por tu seguridad.

Extraños camaradas, pensó ella. Pero era normal que llamaran: Harad porque era un aliado; Corain porque, aunque le tuviera miedo, aún temía más a los pacifistas, a los radicales de su propio partido y a los radicales de Defensa.

—Voy a hablar con ellos. ¿Tenemos periodistas afuera?

—Muchos.

—Quiero hablar con ellos.

—Sera, está cansada, está mal todavía.

—No soy la única, ¿verdad? Mierda, consígueme un espejo y un poco de maquillaje. Es la guerra, ¿me oís?

El espejo en el baño del túnel peatonal le mostró una cara manchada de negro que por un segundo Justin no reconoció. Los brazos y las manos bastaban para provocar preguntas, además del olor del humo en la ropa; abrió el agua, tomó un poco de jabón entre las manos y empezó a lavarse, apretando los dientes cuando llegaba a los golpes y arañazos.

El suéter azul oscuro y los pantalones estaban manchados, pero al menos el agua quitó lo peor. Después, Justin se secó el cabello y los hombros bajo el aire caliente, se miró de nuevo y el espejo le devolvió una cara terriblemente pálida. Estaba empezando a necesitar un afeitado. Tenía el suéter quemado y roto, un desgarrón sobre la rodilla y un golpe en ese mismo lugar. Cualquiera que lo viera, pensó, avisaría a la policía.

Y terminaría frente a la ley de Cyteen.

Se recostó contra el lavabo y se pasó agua fría por la cara, apretando los dientes para luchar contra una sensación de náuseas que lo dominaba constantemente desde la explosión. Había pensamientos que trataban de insinuar una conclusión en un nivel consciente y emocional: Fue la pared de Ari; quién lo hizo en el personal..., quién lo hizo...

Abban. Órdenes de Giraud. Pero soy el único blanco accidental. Si ella ha muerto...

La idea le resultaba increíble. Abrumadora. Ariane Emory tenía años y años por delante. Ariane Emory disponía de un siglo todavía, formaba parte del mundo, de su pensamiento, era... como el aire y la gravedad.

... hay otro al mando, alguien que necesita un chivo expiatorio.

Los pacifistas. Jordan.

Amy Carnath que espera en el apartamento, con Grant, con Seguridad. Si Ari está muerta... qué pueden hacer...

Tienen a Jordan, tienen a Grant... Soy el único que todavía está libre, el único que puede causarles problemas.





Algo andaba mal. Grant oyó la llamada del Cuidador en el otro dormitorio; le habían asignado el de Justin, que era el suyo también, por cortesía, pensó, porque era la habitación más grande, o tal vez porque lo sabían. Florian había preparado el Cuidador para que respondiera a Amy Carnath, así que nada de lo que se decía era para él, pero se daba cuenta de que no debía de ser una estupidez si despertaba a la joven sera a esa hora de la noche. Después de eso, oyó a Amy y a Quentin moviéndose y hablando en voces que no podía distinguir del todo ni aún con la oreja sobre la puerta. Golpeó la puerta con la palma abierta.

—Joven sera, ¿sucede algo? No hubo respuesta.

—¿Joven sera? ¿Por favor?

Mierda.

Volvió a la cama grande y poco familiar, se recostó mirando el techo con los ojos muy abiertos y las luces encendidas, tratando de convencerse de que no pasaba nada.

Pero finalmente, sera Amy apareció en el Cuidador y dijo:

—Grant, ¿estás despierto?

—Sí, sera.

—Ha habido un incidente en Novgorod. Alguien puso bombas en el hotel. Ari está bien. Aparece en vídeo. ¿Quieres venir a la sala?

—Sí, sera. —No sintió pánico. Se levantó, se puso la bata y salió a la puerta que Quentin abrió para él—. Gracias —le dijo y fue hasta la sala donde lo esperaba Amy, sentada en el sofá.

El se sentó del otro lado de la U que formaba el sofá y Quentin en medio, entre él y Amy; Grant se sentó con los brazos cruzados para defenderse del frío, mirando las imágenes de los vehículos de emergencia, el humo que se esparcía y hervía por los huecos abiertos en los dos últimos pisos del hotel.

—¿Ha muerto alguien? —preguntó con calma, negándose a sentir terror. Sera Amy no era cruel. No lo iba a llevar ahí para someterlo a un truco psicológico. Él pensaba eso, pero de todos modos era posible.

—Cinco de Seguridad —dijo Amy—. Dicen que los pacifistas colocaron la bomba. No dicen cómo. No sé nada más. Se supone que no debemos hablar por teléfono para no dar pistas de dónde está la gente, de lo que pasa o de cuándo piensan ir a cada lugar. Es la norma.

Grant la miró por detrás de Quentin. No había miedo, todavía no; pero la adrenalina ya empezaba a fluir, amenazándolo con escalofríos, un conflicto entre luchar y escapar.

—He recibido una llamada del doctor Nye que me advertía que no te dejara ir —dijo Amy—. Dice que le gustaría que te enviara abajo, con Seguridad, pero yo me negué. Le mentí. Le aseguré que estabas encerrado bajo llave.

—Gracias —dijo Grant, porque había que responder algo.

Y miró el vídeo.

El maquillaje cubría las quemaduras menores, pero dejó que se viera el golpe y la quemadura de la mejilla; se puso dos hebillas en el pelo pero lo dejó flotar alrededor de la cara. Tenía un suéter limpio en el equipaje que Seguridad había rescatado de la suite, pero decidió salir ante la cámara con lo que llevaba puesto, la blusa de satén gris con la sangre, los golpes, las manchas y la marca que había dejado la espuma del extintor.

Estaba segura de que las imágenes aparecerían en todo Novgorod por la mañana.

—Lo intentaron —dijo amargamente, en respuesta a la pregunta sobre su reacción por lo que había pasado; se enfrentó a las cámaras con una serie rápida de respuestas que no abordaban el tema de quién lo había hecho y le daban el punto de partida para lo que quería decir—. Estamos muy bien, gracias. Tengo una declaración personal que hacerles primero, después podrán formular las preguntas.

»No sé todavía por qué ha pasado esto. Conozco parte del asunto; y fue un intento no tanto para silenciarme, porque yo no tengo voz en política, sino para matarme antes de que llegue a la edad de tenerla.

»Ha sido un movimiento de poder de algún tipo porque quien lo organizó quería el poder sin el proceso que implica llegar a él. Costó las vidas de gente muy valiente que intentó rescatarme a mí y a otros a pesar del fuego y el peligro de otras explosiones; más, fue un claro intento de destruir el proceso político, no importa quién lo instigó ni quién lo perpetró. No creo que los pacifistas tuvieran nada que ver con ello. Su ansiedad por reivindicar el atentado es típico de su forma de actuar; y esperan obtener ventajas de eso, ventajas, porque eso es exactamente lo que está sucediendo: que un puñado de individuos, demasiado pequeño para constituir un partido e incapaz de obtener la mayoría en un debate, cree que puede dominar a la gente mediante terror, y crea una atmósfera en la que cualquier tonto con un programa concebido a medias puede intentar lo mismo y añadirse a la confusión que esperan utilizar. Quiero decirles que ya sean los pacifistas o un individuo con una opinión personal que considera más importante que la ley, se está atacando la paz, nuestra libertad, y cada uno de estos ataques, no importa qué los motive, hace que el resto de nosotros, los que respetamos la ley, nos afiancemos en nuestra convicción de que no queremos asesinos a cargo de nuestras vidas, de que no necesitamos consejos de asesinos sobre cómo organizar nuestros asuntos.