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Después, el vacío. Se despertó de rodillas, aferrado a la manija de la puerta, tratando de ponerse en pie de nuevo con el fuego a la izquierda, las luces como grupos de soles en un universo que se había convertido en oscuridad, fuego y gritos procedentes de algún sitio. Abrió el cerrojo manual, logró destrabar la puerta y tiró de ella para abrirla contra la obstrucción de los cascotes a su alrededor.

Otra vez el vacío. Estaba en el pasillo, figuras de negro corrieron hacia él y uno de ellos lo aplastó contra la piedra irregular de la pared. Pero hubo uno que lo detuvo, lo levantó y le gritó:

—¡Busque la salida de incendios! Por ahí.

Sintió el material duro de los trajes de incendios, alguien le apretó una máscara contra la cara y lo arrastraron mientras respiraba un aire más limpio. Después vio la salida de incendios y trató de seguir solo, a través de las puertas, hacia el aire libre. El hombre le gritó algo, lo empujó para que pasara.

Vacío. Alguien lo sostenía. Había gente a su alrededor en la escalera.

—¿Dónde está el fuego? —le gritó alguien—. ¿De dónde viene usted?

No podía contestar. Tosió y casi cayó; pero lo ayudaron y siguió caminando.

X

—Kelly EK está muerto —informó Catlin con calma mientras seguía escuchando la red.

Los helicópteros de rescate seguían llegando a la pista fuera del Hospital Mary Stamford, y Ari apartó furiosa a un técnico médico que estaba tratando de decidir si el chichón que la joven tenía en la cabeza necesitaba tratamiento.

—Por Dios Santo, déjeme en paz. Catlin, ¿dónde?, ¿en la habitación?

—En el pasillo —respondió Catlin—. Solo. Lo identificaron por el uniforme. Ahora están buscando en la parte más alejada del edificio, donde llegan las escaleras de incendio: muchos de los huéspedes salieron por ese lado.

—Dios. —Ari se pasó una mano por la cara, un reflejo: tenía un injerto en la mano y el sudor le escoció mucho cuando la rozó.

Los bomberos habían controlado el fuego, decía el informe. Se habían producido explosiones en varios lugares del apartamento, en la habitación azul y en la blanca. Las explosiones empezaron en la blanca, había informado Florian, terriblemente afectado. Un examen superficial no lo hubiera detectado, pero nos hubiéramos dado cuenta si hubiéramos hecho el control desde el principio. Abban nos dominó psicológicamente. Él tenía el mando: vi el brillo en su portafolios sobre la mesa; y ese equipo era de los más modernos.

Había sucedido con tanta rapidez, el grito urgente de Justin por la puerta entre las habitaciones, esa décima de segundo de aviso que había disparado los reflejos de Florian y había traído a Catlin, armada, desde la puerta del dormitorio en el instante de la primera explosión en una cadena de ideas que era algo así como «con el control adecuado no hay explosiones», «Abban hizo el control», «¡fuego!»..., una fracción de segundo antes de que los disparos de Abban volvieran contra ella. Un buen tiro con una pistola normal y otro mejor con explosivos, eso era todo, mientras Abban dudaba un momento fatal entre el blanco A y el B.

Órdenes de Giraud, pensó Ari. Giraud ordenó que me mataran.

Equipos de rescate habían entrado en la habitación chamuscada de Justin. Habían buscado entre los restos del desastre, pero desde el momento en que dijeron que la gran vitrina se había derrumbado junto a la puerta que unía la habitación con la suite y había protegido aquella zona de la explosión, y que habían encontrado la puerta del vestíbulo abierta, Ari pensó que Justin tenía que haber salido. Había dos muertos por asfixia; Kelly quemado (fue imposible reconocerlo), y no junto a Justin, donde debería haber estado; y varios heridos graves que habían tratado de llegar hasta ella y que Ari deseaba ver recuperados. Pero Seguridad del piso inferior había llegado con un equipo de emergencia, y un capitán con sentido común había recibido el aviso de Florian sobre los sistemas de extinción y había llegado al sistema de control para conectarlo de nuevo —Abban se había preocupado hasta de esos detalles—, mientras otro ordenaba a los que no tenían equipo contra incendios que se retiraran, inmediatamente, y eso fue una gran ventaja, porque muchos eran azi y tal vez habrían tratado de ayudarla sin trajes de incendio y habrían muerto en el intento.





—¡Mierda! —Algo astrigente le mordió la herida de la cabeza . Ya le habían extraído un ancho pedazo de plástico del hombro. Florian estaba mucho peor porque había recibido varios en el cuerpo y había sangrado mucho, no estaba en condiciones de llevar a cabo el control, pero Florian estaba en una puerta y un guardia de confianza en otra, controlando la identificación de la gente que entraba y viendo cómo se justificaba el personal de Reseune.

Abban y los dos que estaban a su lado habían muerto. No sé si estaban con él, había dicho Catlin. No hubo tiempo de preguntar.

Una ambulancia que llegaba subió a la vereda y Justin retrocedió, tropezó y se recuperó en la oscuridad, en el caos de luces y equipos contra incendios, anuncios por los altavoces, huéspedes en pijama y bata de noche, reunidos en la calle, en el exterior o sobre la zona de los senderos de grava. La luz del fuego se extendía en medio del humo, que envolvía las luces de emergencia y el raudal de agua que bajaba por la entrada principal y el sendero de coches.

Ahora estaba en la calle. No sabía cómo había llegado hasta allí ni dónde estaba el hotel. Andaba tambaleándose. Encontró un banco donde sentarse en la oscuridad. Dejó caer la cabeza entre las manos y sintió que estaba sudando a pesar del frío de la noche.

Se quedó en blanco durante un rato más. Estaba caminando de nuevo, frente a una calle sin salida en un espacio entre dos edificios. Al fondo del callejón había una escalera que descendía. Camino peatonal, rezaba el cartel.

Busca un teléfono, pensó. Consigue ayuda.

Y después: No estoy pensando con claridad. Dios, y si...

Fue alguien del personal. Seguridad había revisado.

Abban... Abban había revisado.

¿Fue contra mí? ¿Fui el único?

Ari...

Tropezó por los escalones, se aferró a la barandilla y llegó hasta el fondo, ante unas puertas de seguridad que se abrieron cuando pasó, hacia un túnel iluminado que se extendía hacia un vacío fantasmal y extraño.

—Tío Denys —dijo Ari; y de pronto el peso le pareció demasiado para ella; tío Denys, como había dicho en el hospital cuando se rompió el brazo y le dieron el teléfono, cuando tuvo que decirle al tío Denys que se había portado como una tonta. Esta vez no había sido tonta, se dijo a sí misma; tenía suerte de estar con vida. Pero tampoco iba a darle el informe con voz orgullosa—. Tío Denys, estoy bien. Y también lo están Florian y Catlin.

Gracias a Dios, Han dicho que os habían matado, ¿entiendes?

Estoy bien viva. Unos pocos arañazos y algunas quemaduras. Pero Abban ha muerto. Y cinco más. En el fuego. —Había un límite para lo que se podía decir en la red mediante los controles remotos que Florian había instalado en el sistema móvil—. Voy a asumir el mando de Seguridad aquí, yo misma. Doy órdenes a través de la red. Seguridad está muy comprometida en esto, ya me entiendes. Alguien entró. —Le empezaron a temblar las manos. Se mordió el labio y respiró hondo—. Hubo otras dos bombas hoy, los pacifistas volaron un edificio en el centro de la ciudad, dicen que ellos atacaron el hotel y amenazan con hacer algo peor; estoy en contacto con la policía de Novgorod y con todos nuestros sistemas.