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No pasarían entre la gente en la terminal: Ari se lo había explicado; no habría ninguna subida a un coche al aire libre. La situación era demasiado peligrosa. Salieron por una puerta lateral, y luego se apresuraron hacia el sótano, a un garaje donde esperaban los coches con ventanillas blindadas y cubiertas.

Allí, Seguridad le puso las manos encima y lo separó de Ari, Catlin y Florian. Ari le había avisado que eso sucedería y le había pedido que obedeciera al pie de la letra las órdenes de Seguridad, pero fueron muy bruscos con él y la prisa y la fuerza con que lo metieron en el coche eran i

Él mantuvo la boca cerrada y no se quejó, apretujado entre dos guardias en el asiento trasero y con una pesada mano sobre el hombro hasta que se cerraron las puertas. Después, el hombre le soltó y él se reclinó en el asiento, observando cómo salían los primeros coches del garaje. El conductor se unió a la caravana, pasaron cerca del ala de RESEUNE UNO, junto al límite de la pista, y cruzaron una puerta con guardias donde se les unió el resto de la escolta.

Era la clase de protección oficial, pensó, que seguramente había esperado a Giraud Nye durante esos años problemáticos. Se sentó entre los cuerpos musculosos de dos miembros importantes de Seguridad de la Casa. Había otro, armado, en el asiento junto al conductor, y un cuarto para guiar el coche. Miró cómo se extendía el camino hacia el río, el puente y la carretera que conducían al centro del gobierno, con cosechas verdes creciendo en los espacios vacíos, un grupo de árboles que había prosperado en los años transcurridos desde la última visita a Jordan, para doblar en...

El Salón de Estado apareció en una curva, ocupando de pronto la ventanilla, y él sintió un escalofrío de pánico.

—¿No vamos al Departamento? —preguntó a los guardias, con calma, con tranquilidad—. Pensé que íbamos al Departamento de Ciencias.

—Seguimos al coche que va adelante —respondió el de la izquierda.

E] ya se había dado cuenta de eso. Mierda, pensó, y se sentó recto y miró con atención; le hubiera gustado tener la habilidad de Grant para aislarse del mundo. Deseaba que terminara el día. Quería...

Dios, anhelaba estar en casa.

Quería un teléfono, la oportunidad de llamar a Jordan y averiguar la verdad, pero la verdad, le había dicho Ari, era lo de menos.

Estaba aturdido, demasiado contradictorio, en flujo total. Trató de buscar respuestas, pero no tenía información suficiente para encontrarlas, nada excepto lo que le había dado Ari, que ponía orden donde no lo había, o marcaba la única salida posible; Justin ya no lo sabía. Había descubierto que estaba dispuesto a mentir a laprensa, a negar la inocencia de su padre, una inocencia sobre la cual no sabía nada.

Se descubría dudando de Jordan, dudando de los motivos de su padre, del amor de Jordan hacia él, de todo en el mundo excepto de Grant. Y finalmente, dudaba de su propia cordura y de la integridad de su mente.

Ni siquiera Giraud consiguió hacerme esto. Ni siquiera Giraud.

Flujo de imágenes, la vieja Ari, la joven; flujo de pánicos recordados, entrevista con Ari en su oficina:

Tú haz que mi vida sea tranquila, encanto, mantente entre Jordan y yo, y no ordenaré que arresten a sus amigos y no someteré a Grant a un lavado de cerebro, incluso dejaré de hacerte la vida imposible en la oficina. Ya sabes cuál es el precio, por todos esos traslados que pides.

Le dije a Denys que eras mío, que te había practicado una intervención importante, que Grant es mucho más importante para ti que tu padre; que en caso de tener que elegir entre los dos, te inclinarías por Grant.

La caravana se detuvo bajo el pórtico junto al Salón de Estado. Él se movió cuando los guardias abrieron la puerta y lo atosigaron para que pasara, esta vez sin brusquedad: las cámaras estaban cerca.





Ari se detuvo y lo tomó del brazo. Por la mente de Justin pasó la idea de que podía rechazarla, negarse a avanzar, contar ante las cámaras todo lo que le había pasado, gritar el hecho de que Reseune estaba reteniendo a Grant como rehén, de que a él lo habían trabajado para separarlo de su padre, de que Jordan tal vez había pasado veinte años de reclusión por una mentira.

Dudó, mientras Ari tironeaba de su brazo y alguien lo empujaba desde atrás.

—Vamos a entrevistarnos arriba con el secretario Lynch —dijo Ari—. Ven. Hablaremos con la prensa después.

—¿Su padre es inocente? —gritó alguien en medio del caos lleno de ecos.

Él miró al periodista. En el breve tiempo de una pesadilla trató de pensar si sabía la respuesta o no, y después ignoró la pregunta, avanzó hacia donde querían que fuese, a decir lo que hiciera falta.

—Debes pasar por esto a solas —dijo Ari cuando llegaron arriba, empujándolo hacia el Departamento—. Yo observaré la entrevista por el monitor, pero no habrá nadie de Reseune. El Departamento no quiere que te sientas presionado. ¿De acuerdo?

Así que él avanzó entre los desconocidos uniformados, todavía personal de Reseune, adiestrado por cintas de Reseune, que lo condujo a una gran sala de entrevistas y a una mesa frente a un semicírculo de tres mesas más donde otros desconocidos se sentaron en medio de un murmullo confuso de conversación.

Desconocidos excepto el secretario Lynch, ahora sustituto de Ciencias: a Lynch lo conocía por las noticias. Él se acomodó en una silla, confortado por el hecho de haber encontrado al menos a alguien conocido en la habitación, a la cabeza del comité, suponía. Había una jarra con agua a su lado, él llenó un vaso y se sirvió, tratando de tranquilizar el estómago. El personal de Ari le había ofrecido comida en el avión, pero él sólo había podido tragar la guarnición y parte de un bocadillo; y había tomado una bebida sin alcohol después del whisky. Ahora se sentía mareado, con la cabeza un poco confusa. Tonto, se dijo en medio del murmullo de la gente que hablaba en una habitación grande, deja de caminar dormido. Despiértate y presta atención, por Dios, pensarán que estás drogado.

Pero la contradicción seguía allí, en cada pensamiento, cada detalle de lo que Jordan le había dicho últimamente; cada una de las palabras de Ari que pudiera representar una clave de lo que estaba pasando, algo que le sirviera para saber si la amenaza era tal o solamente una pantalla para los ojos de Denys y de Segundad.

El secretario Lynch se acercó a él y le tendió la mano. Justin se puso en pie y la estrechó, sintió la amabilidad del gesto y vio una cara que había sido solamente una imagen en vídeo y que ahora expresaba una preocupación humana por él; y ese pequeño gesto de aliento lo golpeó en las entrañas, no sabía por qué.

—¿Está usted bien? —le preguntó el secretario interino.

—Un poco nervioso —respondió y sintió los dedos de Lynch que se cerraban con fuerza sobre los suyos. Un toquecito en el brazo. El antiguo socio de Giraud, recordó Justin de pronto con una sacudida que casi le produjo náuseas, y sintió que toda la habitación se distanciaba, que los sonidos retumbaban en su cabeza al mismo tiempo que su corazón. Y Ari, ¿dónde está ahora? ¿Esto es un montaje ensayado?

Ahora se encuentra usted dentro de la jurisdicción del Departamento —dijo Lynch—. No hay nadie de Reseune aquí. Hay tres cancilleres en la ciudad, pidieron estar presentes para controlar los procedimientos. El presidente Harad, el canciller Corain y el canciller Jacques. ¿Desea usted que se convoque a algún otro testigo? ¿Tiene alguna objeción respecto a alguien que se encuentre presente? Entienda que tiene derecho a objetar a los miembros de la audiencia.

—No, ser.

—¿Se encuentra bien? —Era la segunda vez que se lo preguntaba. Justin respiró hondo y soltó la mano.

—Un poquito... — Confuso. No, Dios, no digas eso.Pensó que debía de estar pálido. Sintió el aire acondicionado sobre las sienes sudadas—. Estaba demasiado nervioso y no quise comer. Me gustaría tomar una bebida sin alcohol antes de empezar, ¿qué le parece? O tal vez galletitas o algo.