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La potranca era solamente Potranca. Y la hija de la yegua se llamaba la Hija o Potranca Dos, y era de Florian aunque él no pudiera tenerla legalmente: ningún CIUD podía montarla. Nunca. Pero la tercera se llamaba Bayard y era el caballo de Amy Carnath; el cuarto, el quinto y el sexto pertenecían a Maddy, Sam y Stasi, cuando los animales no trabajaban en los campos, llevando paquetes a sitios que los camiones echarían a perder con las ruedas y que quedaban demasiado lejos para que un ser humano pudiera llegar andando.

Algún día habría un establo sólo para los caballos y una pista. Ari lo había decidido. El espacio en las zonas seguras era siempre escaso, pero el tío Denys consideraba que aquel proyecto era una extravagancia y se negaba a autorizarlo.

Pero Ari pensaba que podría exportar a Novgorod animales cuya función durante los primeros años sería simplemente que los vieran los seres humanos, y más tarde servirían para algo mucho más práctico; las cintas de habilidad sobre cómo montar y manejar los animales se vendían como agua, a gente que quería saber lo que era un cerdo o una cabra, cómo se movían y qué se sentía al montar un caballo. Los habitantes del espacio las compraban como cintas de entretenimiento. Los de las estaciones también. De un extremo a otro del espacio la gente sabía cómo montar, aunque nadie hubiera puesto una mano sobre un caballo.

Y eso financiaba de sobras el establo y la pista, había dicho ella; y pagaba el tratamiento de la tierra y ampliaba el espacio disponible de Reseune: los caballos no necesitaban el tipo de suelo profundo que se requería para la agricultura y abonaban la tierra al pasear.

Pero comen su peso en oro, había objetado Denys y no, no, no.

El grano es un recurso renovable, había replicado ella, con rabia. Y le gusta la bosta de los caballos.

No, dijo Denys. No estamos en situación de emprender expansiones; no podemos aparecer en los titulares con esta atmósfera política; no es prudente, Ari.

Algún día, entonces, había dicho ella, vencida.

Mientras tanto, ellos tenían los caballos, los únicos, y los animales llevaban a cabo su trabajo.

Y, aparte de su apartamento, el corral donde montaban era el mejor lugar de Reseune para hablar sin preocuparse por la seguridad, y tenía sus ventajas si se trataba de hacer que todo pareciera casual para que Amy Carnath se relajara y hablara de temas muy conflictivos.

Porque Amy no estaba contenta últimamente. Sam había empezado a salir con María Cortez-Campbell, que era una buena chica; Stef había vuelto con Yvgenia; y Amy... Amy cabalgaba mucho y pasaba mucho tiempo estudiando y atendiendo el negocio de la exportación. Aquel trabajo la había llevado a un puesto que era una especie de subgerencia de toda la división de Exportaciones de Reseune y un rango de supervisora de proyectos provisionales en la división de Investigación Genética.

Amy siempre había sido la más brillante. Amy finalmente iba a conseguir algo parecido a un hombre, con sólo diecisiete años. Estaba adquiriendo un atractivo especial, de figura alargada, no porque fuera bonita sino porque resultaba interesante y tal vez lo sería más con el tiempo.

Y Amy era demasiado inteligente para ser feliz, porque parecía haber una escasez de chicos tan brillantes como ella en su generación. Tommy era el único que se le podía comparar, pero era el primo de Amy y no tenían las mismas inquietudes. De todos modos, el principal interés de Tommy se centraba en Maddy Strassen. Y ese par sí que se estaba poniendo serio, por ambas partes.

—¿Cómo están las cosas? —le preguntó ella cuando estuvieron lejos de todo bajo un cielo tranquilo. Y se preparó para oír una historia muy larga.

—Bien —dijo Amy con un suspiro. Y eso fue todo. No era normal en Amy. Por lo general soltaba un «maldito Stef Dietrich» y una larga retahila de quejas.

Ari no conocía a esta Amy. La miró a través del espacio movedizo entre los dos caballos y dijo:





—No parece tan «bien».

—Siempre lo mismo —dijo Amy—. Stef. Mamá. Y ése es el resumen del informe.

—Tendrás la mayoría de edad este mes. Podrás hacer lo que quieras. Y tienes un lugar en mi ala. Lo sabes de sobras.

—No podré hacer nada —masculló ella—. Justin... él sí que sirve. Yo controlo Exportaciones. Yo me dedico al comercio, y en ello empleo mi inteligencia. No es tu campo de trabajo. No sé para qué podrías quererme.

—Tienes un acceso limpio en Seguridad, el más limpio de todos mis amigos. Eres hábil con los negocios. Serías una buena supervisora, serías competente en cualquier trabajo al que te dedicaras, ése es el problema. Te reduces a trabajar en lugar de aprender; y yo quiero que aprendas durante un tiempo. ¿Te acuerdas de cuando te llevé a los túneles y fundamos el grupo? Por eso te hablé a ti antes que a cualquier otro. Siempre has ido por delante.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Amy, asustada de pronto—. ¿Por delante en qué?

—Esta vez va en serio. De que esta vez no estoy hablando de juegos de niños. Hablo de conseguir una posición en la Casa. Las cosas están cambiando a marchas forzadas. Así que he decidido empezar contigo, como aquella vez. ¿Trabajarás para mí, Amy?

—¿En qué?

—Genética. Utilizaremos el proyecto que quieras como tapadera. Una tapadera efectiva y verdadera mientras esperamos a que te decidas. No me importa. Tienes un salario y el porcentaje de tu producción, todo eso.

Amy tenía los ojos muy abiertos.

—Quiero que tú y Maddy estéis en divisiones diferentes —continuó Ari—, para no enfrentaros. Nunca funcionaría. Pero entre tú y yo, tú eres más inteligente y más estable que ella, y yo confiaría en ti para los asuntos difíciles. Y puede haberlos. Giraud está al final de la rejuv. Esto es un secreto. Muy poca gente lo sabe, pero probablemente cada vez se den más cuenta. Cuando muera, habrá una elección en Ciencias. Y para entonces, los pacifistas y su camarilla me van a querer bien muerta, te lo aseguro. Lo digo en serio, Amy.

—Ya sé que va en serio.

—Sabes por qué me hicieron, cómo me enseñaron y lo que soy. Y sabes que mi predecesora tenía enemigos que deseaban su muerte hasta el punto de que uno la mató. Cuanto más me acerco a lo que ella fue, más se asusta la gente, porque soy como un fantasma, Amy, como un fantasma para mucha gente que no temía tanto a mi predecesora como a mí. ¿Tú me tienes miedo? Dime la verdad, Amy.

—No... no me das miedo. En realidad no. Fantasmaes una definición muy acertada. Porque nosotros no... no tenemos tu edad; y tú sí tienes la nuestra. Maddy y yo hablamos de eso a veces. Como a veces queremos hacer tonterías para aliviar la tensión. Y a veces... —Amy cabalgó en silencio y palmeó el cuello de Bayard—. Mi madre se enfada mucho conmigo porque hago cosas raras, ella cree que soy una niña, se preocupa por mí y me trata como a una criatura. Una vez me gritó: Amy, no me importa lo que haga o lo que diga Ari Emory, tú eres mi hija; no me mires así y no me digas cómo debo educarte. Y me dio una bofetada. Y yo me quedé quieta. No... no sabía qué hacer. No podía pegarle. No podía salir corriendo dando gritos o tirar cosas por el suelo. Me... me quedé quieta. Y ella lloró. Y después lloré yo, pero no porque me hubiera pegado, sino porque sabía que yo no era como ella hubiera deseado. —Amy miró al cielo. Hubo un brillo de lágrimas bajo la luz del sol—. Así que, bueno, mamá se da cuenta de que yo voy a irme en cuanto pueda y lo lamenta. Hablamos de eso, finalmente. Ella sí que te tiene miedo. No me entiende y dice que tú eres la culpable de que yo no haya tenido infancia. No sé, yo pensaba que sí la había tenido. Lo hemos pasado muy bien, momentos que mamá ignora. Pero ya no me gusta. Estoy cansada de esos jueguecitos, Ari, tú ya sabes lo que quiero decir. Estoy cansada de Stef Dietrich, de discutir con mamá, de ir a clases y de jugar a las adivinanzas con Windy Peterson y sus malditas preguntas tramposas y reglas raras. Creo que Maddy siente lo mismo.