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Tonto, se dijo a sí mismo.

Pero estaba demasiado cansado de luchar y la idea de que tal vez había alcanzado una situación en la que podía respirar por un tiempo, de que tal vez había encontrado una especie de seguridad, aunque significara más dificultades en el futuro, siempre que fuera en el futuro, estaba bien.

Ari sabía perfectamente lo que entraba y salía de su ala, era agresiva y defendía con celo el tiempo de su personal, y la atención que prestaba a los céntimos y los minutos era el eco viviente de la actitud de Jane Strassen; así que, además de los comentarios, que sumaban un total de unas ciento veinte páginas, entre las suyas y las de Grant, y tres meses de intensa actividad, para su ala solamente aceptaba trabajo de diseño, sólo resolvía los problemas cuando los demás habían hecho el trabajo inicial y todo volvía, por suerte, a niveles júnior en otra ala cuando él y Grant habían fijado el arreglo necesario, sin vueltas, sin «¿te molestaría?» y sin «pero pensamos que ustedes harían eso, estamos atrasados».

Así que él criticaba el trabajo de Ari, contestaba a sus preguntas, hacía los pocos arreglos que llegaban al ala y empleaba la mayor parte de su tiempo en sus propios proyectos, como Grant, que tenía un estudio propio sobre la aplicación de la teoría de la matriz endocrina en las cintas azi, un proyecto que Grant quería comentar a Jordan durante el viaje. Y Grant estaba esperando el momento.

En general, ahora eran más felices de lo que él recordaba en mucho, mucho tiempo; y resultaba de lo más extraño despertarse a media noche, como ahora, con pesadillas que no podía recordar.

O detenerse a veces en mitad de un paseo o en el camino a casa o en cualquier otro lugar, dominado por un instante de pánico, un pánico que no podía nombrar a menos que dijera que lo aterrorizaba el suelo que pisaba, o que tenía miedo de estar portándose como un tonto, y miedo porque no tenía otra alternativa, excepto lo que estaba haciendo.

Miedo, tal vez, de no haber ganado. De haber perdido siempre en las decisiones que había tomado, y de que eso solamente tardara unos años en hacérsele evidente.

Todo lo cual, se decía con severidad, constituía un estado neurótico, compulsivo, y él trataba de resistirse, de arrancarlo de su interior cuando sentía que estaba afectándole. Pero no quería usar cinta para arreglarlo; ni siquiera dejar que Grant le hiciera un poco de posthipnosis tranquilizante; tenía miedo de eso también.

Tonto, se dijo, exasperado por sus pensamientos y marcó la página y dejó el libro sobre la mesa.

Emory como lectura nocturna.

Tal vez era el hecho de que aún oía la voz de ella, su inflexión exacta en las líneas que estaba leyendo ahora.

Y los nervios todavía se le retorcían.

Hizo ruido en el apartamento vacío por la mañana, se hizo una tostada para el desayuno y fue a la oficina, no la pequeña oficina amontonada donde él y Grant habían trabajado tantos años, sino a la suitetriple que Ari les había asignado y que estaba situada en el Ala de Educación; es decir, de vuelta al lugar donde habían empezado, simplemente porque ese ala tenía espacio y las demás no. Una oficina para Grant, otra para él y la tercera para Em, el secretario que les habían asignado, un muchacho regordete y ansioso que estaba contento en aquella posición que tal vez le conseguiría ascensos.

Leyó las notificaciones generales, la solicitud mensual para que se enviaran los pedidos grandes de libros con una semana de antelación; una parrafada de Ya

Continuó trabajando hasta el mediodía y durante el almuerzo, un bocadillo y una taza de café en la oficina, con una concentración que lo dejó con los hombros doloridos y parpadeando. Y en ese momento el brillo del Mensaje Urgente empezó a parpadear en el rincón izquierdo de la pantalla.

Justin lo conectó. Y el mensaje era: Necesito hablar contigo. Estoy trabajando en casa hoy. Ari.

Él cogió el teléfono.

—Ari, Base Uno —dijo. Contestó Florian.

—Sí, ser, un momento. —E inmediatamente se puso Ari.

—Justin. Ha surgido un problema. Necesito hablarte.

—Bueno. En tu oficina.

¿Será Grant? Dios, ¿habrá pasado algo?

Aquí. Tu tarjeta tiene acceso. Fuera.

—Ari, no...

Pero la Base había cortado. Mierda.

Nunca se citaba con Ari a menos que Grant estuviera presente; a menos que fuera en las oficinas; a menos que a veces estuvieran Catlin y Florian, para ir a almorzar o para una breve cena en el exterior. Así era y así lo habían mantenido.





Pero si había sucedido algo, Ari no querría discutir los detalles por teléfono; si le había pasado algo a Grant...

Apagó la máquina, se levantó y salió con la chaqueta en la mano mientras le pedía a Em que cerrara y se fuera a casa, que todo estaba bien.

Se dirigió al ala donde se encontraba el apartamento de Ari, mostró su tarjeta a Seguridad en las puertas y consiguió un pase sin que nadie le preguntara nada.

Mierda, pensó con el corazón en un puño, será mejor que tenga una buena razón, será mejor que haya ocurrido algo serio.

Será mejor que no se deba a que Grant no está conmigo estos días.

—Entre —dijo Florian en la puerta—. Sera le está esperando.

—¿Qué quiere? —preguntó Justin, sin comprometerse—. Florian, ¿te parece... una buena idea?

—Sí, ser —respondió Florian sin una duda.

Él entró; sudaba, y no sólo por la caminata. La habitación, los suelos de travertino, el sillón... todo era un destello vivido del pasado... y del presente.

—¿Es sobre Grant?

—Su chaqueta, ser. Sera necesita hablar con usted y es urgente.

—¿Sobre qué? ¿Qué ha pasado?

—Su chaqueta, ser.

El se la sacó, liberó una manga rebelde de un tirón y se la dio a Florian mientras Ari llegaba a la sala desde el vestíbulo de la derecha.

—¿Qué mierda está pasando? —espetó él.

Ari hizo un gesto hacia la parte baja de la sala, el sillón; y bajó los escalones para sentarse allí.

Él bajó y se sentó en el rincón opuesto. No la sala privada, por fortuna. No se veía capaz de soportarlo.

—Justin —empezó ella—, gracias por venir. Sé... sé cómo te sientes en este lugar. Pero es el único sitio, el único donde estoy absolutamente segura de que no hay espías nivigilancia, ninguna excepto la mía propia. Quiero que me digas la verdad, ahora, toda la verdad. ¿Jordan está trabajando con los pacifistas?

—Mi... ¡Dios mío, no! No. ¿Cómo mierda...?

—Espera: tengo un informe en mi escritorio donde se dice que hay filtraciones en Planys. Que tu padre... ha estado hablando con un sospechoso. Seguridad está vigilando a Grant muy de cerca. En realidad esperan que Jordan intente hacerle una intervención.

—¡El nunca haría una cosa como ésta! No... no con algo así. Nunca se lo haría a Grant.

—Tu padre podría hacerlo sin cinta, sólo necesitaría una palabra clave con alguien de la habilidad de Grant. Sé cómo funciona la memoria de Grant.

—No lo hará. Es una trampa.

—Tal vez —aceptó ella con tranquilidad—. Por eso quería hablar contigo, rápido, antes de que Seguridad tenga una oportunidad. Quiero la verdad. Me están atacando a mí. Y lo sé desde hace tiempo, antes de que Grant obtuviera el pase. Grant se fue en medio de una operación de Seguridad que yo no acepto, que no apoyo. No quiero pensar que Grant pudiera trabajar contra mí ni que tú pudieras hacerlo, pero tengo que protegerme, y por eso he decidido correr este riesgo.

—No lo entiendo. —Justin sintió el viejo pánico, pero ahora tenía suficiente experiencia para no dejarse llevar por él. Mantener una resistencia tranquila, hablar en voz baja, no eludir ningún tema. No creía que Ari estuviera al frente de todo aquel lío, y no sabía dónde estaba la autoridad en la Casa—. Ari, dime qué está pasando.