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cayó sobre su vida. Vimos la rojez furiosa

y la torsión de la parálisis asaltar

su noble mejilla. La trasladamos a Pinedale,

célebre por su sanatorio. Se quedaba allí sentada 200

al sol vidriado y miraba la mosca posarse

en su vestido y luego en su muñeca.

Su espíritu iba desvaneciéndose en la bruma creciente.

Aún podía hablar. Se detenía, tanteaba y encontraba

algo que parecía primero un sonido utilizable,

pero desde las células adyacentes, unos impostores ocupaban

el lugar de las palabras necesarias, y su mirada

deletreaba la súplica mientras trataba en vano

de razonar con los monstruos de su cerebro.

¿Qué momento de la desintegración gradual 210

elige la resurrección? ¿Qué año? ¿Qué día?

¿Quién tiene el cronómetro? ¿Quién arrolla la cinta?

¿Son algunos menos afortunados o escapan todos?

Silogismo: Otros hombres mueren; pero yo no soy

otro; por lo tanto no moriré.

El espacio es un enjambre en los ojos; y el tiempo

un zumbido en los oídos. En esta colmena

estoy encerrado. Sin embargo, si antes de vivir

hubiésemos sido capaces de imaginar la vida, ¡qué loca,

imposible, indeciblemente extraña, 220

maravillosa absurdidad nos hubiera parecido!

Entonces, ¿por qué unirnos a la risa del vulgo? ¿Por qué

despreciar un más allá que nadie puede verificar:

las delicias del Turco, las futuras liras, las conversaciones

con Sócrates y Proust en avenidas de cipreses,

el serafín con seis alas de flamenco,

y los infiernos holandeses con puercoespines y demás?

No es que soñemos un sueño demasiado descabellado:

lo malo es que no lo hacemos parecer

suficientemente inverosímil; porque lo más 230





que podemos imaginar es un fantasma doméstico.

¡Qué ridículos estos esfuerzos por traducir

en la propia lengua personal un destino de todos!

¡En vez de una poesía divinamente tersa,

desarticuladas notas, los malos versos del Insomnio!

La vida es un mensaje garabateado en la oscuridad .

Anónimo.

Sorprendido en la corteza de un pino,

mientras volvíamos a casa el día que ella murió,

un estuche de esmeralda vacío, rechoncho, ojos de sapo,

abrazando el tronco, y haciendo juego, 240

una hormiga embardunada de resina.

¡Aquel inglés en Niza,

lingüista orgulloso y feliz: Je nourris

les pauvres cigales , queriendo decir que

alimentaba a las pobres "sea gull" [gaviotas]!

Lafontaine se equivocaba:

muerta está la mandíbula, vivo el canto.

Y así me corto las uñas y sueño y oigo

tus pasos arriba, y todo está bien, querida.

Sybil, en la escuela secundaria yo sabía

que eras preciosa, pero me enamoré de ti

durante una excursión de las clases superiores 250

a las New Wye Falls. Almorzamos sobre la hierba húmeda.

Nuestro profesor de geología explicaba

la catarata. Su rugido y el polvo irisado

daban al parque insulso un aire romántico. Me tendí

en la bruma de abril justo detrás

de tu grácil espalda y miraba tu cabecita bien peinada

inclinada a un lado. Una palma, los dedos separados,

entre una estrella de trillium y una piedra,

se apoyaba en la tierra. Un huesito de falange