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Verso 347: viejo granero

Este granero, o más bien cobertizo, donde "ciertos fenómenos" se produjeron en octubre de 1956 (pocos meses antes de la muerte de Hazel Shade), había pertenecido a un tal Paul Hentzner, granjero excéntrico de origen alemán, con aficiones pasadas de moda como la taxidermia y la herborización. Por un extraño ardid del atavismo era (según Shade, a quien le gustaba hablar de él, la única vez, dicho sea de paso, en que mi viejo y querido amigo se puso un poco pesado) una regresión a los "curiosos alemanes" que tres siglos antes habían sido los padres de los primeros grandes naturalistas. Aunque según un criterio académico fuera un hombre sin educación, sin verdadero conocimiento de las cosas alejadas en el espacio y en el tiempo, había en él algo pintoresco, de la tierra, que a John Shade le gustaba mucho más que los refinamientos suburbanos del Departamento de Inglés. Él, que se mostraba tan exigente en la elección de sus compañeros de paseos, gustaba de vagabundear con el flaco y solemne alemán, una tarde de cada dos, seguir el sendero del bosque que subía a Dulwich y dar toda la vuelta por los campos de sus conocidos. Él, que se complacía en la palabra justa, estimaba a Hentzner porque sabía "los nombres de las cosas", aunque algunos de esos nombres fueran sin duda monstruosidades locales, o germanismos, o puros inventos del viejo pillo.

Ahora se paseaba con otro compañero. Recuerdo límpidamente una tarde perfecta en que mi amigo daba salida a un chisporroteo de chistes, retruécanos y anécdotas a las que yo respondía galante con cuentos de Zembla y fugas de cortar el aliento. Cuando íbamos orillando el bosque de Dulwich, me interrumpió para mostrarme una gruta natural en las rocas musgosas, al borde del sendero, bajo los cornejos en flor. Era el lugar donde el buen granjero se detenía invariablemente y una vez que iban en compañía de su hijo pequeño éste, que trotaba al lado de ellos, señaló con el dedo y observó con carácter informativo: "Aquí es donde papá orina". Otra historia, menos insustancial, me aguardaba en lo alto de la colina donde un cuadrado invadido por epilobios, asclepias y vernonias donde revoloteaban nubes de mariposas, contrastaba brutalmente con los solidagos que había todo alrededor. Después que la mujer de Hentzner lo hubo abandonado (alrededor de 1950), llevándose el niño consigo, él vendió su granja (ahora reemplazada por un autocine) y se fue a vivir a la ciudad; pero las noches de verano solía llevarse una bolsa de dormir al granero que estaba en la punta de las tierras que aún poseía, y allí murió una noche.

El granero había estado en el lugar cubierto de malezas que Shade hurgaba con el bastón favorito de la tía Maud. Un sábado por la noche un joven estudiante empleado en el hotel de la universidad y una moza del lugar fueron allí por una razón cualquiera y estaban charlando o dormitando cuando creyeron volverse locos de terror al oír ruidos de cadenas y ver luces errantes que les hicieron escapar espantados. Nadie se preocupó realmente por saber qué les había hecho huir, si un fantasma ofendido o un pretendiente rechazado. Pero la Wordsmith Gazette("El diario de estudiantes más antiguo de los EE.UU.") se apoderó del incidente y empezó a sacarle el relleno como un perrito dañino. Varios presuntos especialistas en espiritismo visitaron el lugar y todo el asunto se transformó tan abiertamente en una broma pesada, con la participación de los chistosos más conocidos del College, que Shade se quejó a las autoridades, con el resultado de que el granero inútil fue demolido por constituir un peligro de incendio.

De Jane P. obtuve, sin embargo, gran cantidad de informaciones muy diferentes y mucho más patéticas, que me explicaron por qué mi amigo había considerado oportuno regalarme con vulgares travesuras de estudiantes, pero también me hizo lamentar el haberle impedido llegar al punto que confusamente y no sin cierta turbación (porque, como he dicho en una nota anterior, nunca tuvo interés en referirse a su hija muerta) apuntaba, llenando una pausa bien venida con un extraordinario episodio de la historia de la Universidad de Onhava. Este episodio se produjo en el año de gracia de 1876. Pero volviendo a Hazel Shade, había decidido investigar ella misma esos fenómenos para un trabajo ("sobre cualquier tema") que le había pedido en el curso de psicología un profesor astuto que recogía datos sobre los "Aspectos autoneurinológicos de los estudiantes universitarios norteamericanos". Sus padres le permitieron hacer una visita nocturna al granero sólo a condición de que Jane P. -considerada de absoluta confianza- la acompañara. Apenas se habían instalado las muchachas cuando una tormenta eléctrica que duraría toda la noche envolvió el refugio con aullidos y relámpagos tan teatrales, que fue imposible prestar atención a los ruidos y luces interiores. Hazel no renunció y unos días más tarde le pidió a Jane que fuera otra vez con ella, pero Jane no podía. Me dijo haber sugerido que los mellizos White (dos encantadores estudiantes aceptados por los Shade) la sustituyeran. Pero Hazel rechazó categóricamente este nuevo arreglo y después de una disputa con sus padres, tomó su linterna y su cuaderno de notas y partió sola. Es fácil imaginar cuánto temían los Shade un recrudecimiento de la perturbación del poltergeist, pero el Dr. Sutton, siempre sagaz, afirmó -no sé con qué autoridad- que prácticamente se desconocen casos en que la misma persona se encuentra metida de nuevo en esa clase de manifestaciones después de un lapso de seis años.

Jane me autorizó a copiar algunas de las observaciones de Hazel basadas en notas tomadas en el lugar mismo:

22.14. Comienzo de las investigaciones.





22.23. Raspados y balbuceos.

22.25. Un pequeño círculo de luz pálida, del tamaño de una carpetita, revoloteó por las paredes sombrías, las ventanas clausuradas y el piso, cambió de lugar, se detuvo aquí y allá, dando saltos; parecía esperar, fastidiando por divertirse, una embestida evitable. Desaparecido.

22.37. Reaparición.

Seguían varias páginas de notas, pero por razones obvias debo renunciar a transcribirlas en este comentario. Había largas pausas y de nuevo "raspados y balbuceos", y vueltas del circulito luminoso. Ella le hablaba. Si le preguntaba algo que le parecía deliciosamente tonto ("¿Eres un fuego fatuo?"), se lanzaba de aquí para allá en extática negación, y cuando quería dar una respuesta grave a una pregunta grave ("¿Estás muerto?"), se elevaba lentamente como para ganar altura y dejarse caer pesada y afirmativamente. Durante algunos instantes respondía al alfabeto que ella recitaba hasta que decía la letra exacta, tras de lo cual el circulito daba un pequeño salto de aprobación. Pero esos saltos se volvieron cada vez más distraídos y después de haberse deletreado lentamente un par de palabras, el redondelito aflojó como un niño cansado y por último se metió en una grieta, de donde voló de pronto con brío extravagante y empezó a girar por las paredes en su ansia por renovar el juego. El revoltijo de palabras cortadas y sílabas sin sentido que al fin logró reunir se presentaban en sus notas escrupulosas como una corta línea de simples grupos de letras. Transcribo:

pada ata lana par not odo sol wart alen to tala feur for rant tal toldo