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Desde el comienzo mismo traté de ser de lo más cortés con la esposa de mi amigo, y desde el comienzo mismo ella me tomó ojeriza y desconfianza. Había de enterarme más tarde que al referirse a mí en público me trataba de "garrapata elefantina; moscón equino; gusano de macaco; monstruoso parásito de un genio". Se lo perdono, a ella y a todo el mundo.

Verso 270: mi sombría Vanessa

¡Es tan típico de un auténtico erudito en busca de un apodo cariñoso dar el nombre genérico de una mariposa a una divinidad órfica en la cima de la inevitable alusión a Vanhomrigh, Esther! A este respecto, un par de versos de uno de los poemas de Swift (que en estos apartados parajes no puedo localizar) se me han quedado en la memoria:

Cuando he aquí que Vanessa floreciente

apareció como la estrella de Atalanta

En cuanto a la vanessa, esta mariposa reaparecerá en los versos 993-995 (véase nota). Shade solía decir que en viejo inglés su nombre era El Rojo Admirable, después corrompido en El Rojo Almirante. Es una de las pocas mariposas que conozco. Los zemblanos la llaman harvalda(la heráldica) posiblemente porque se puede reconocer su forma en el escudo de los Duques de Payn. Gertos años, en otoño, solía aparecer con bastante frecuencia en los jardines del palacio y visitar las reinas margaritas en compañía de una falena diurna. He visto al Rojo Admirable dándose un banquete de ciruelas pasadas o de conejo muerto. Es una mariposa muy juguetona. Un espécimen casi domesticado fue el último objeto natural que John Shade me mostró cuando marchaba a su perdición (véase ahora, ahora mismo, mi nota a los versos 993-995).

Siento un ligero perfume de Swift en algunas de mis notas. Yo también soy por naturaleza melancólico, un hombre desasosegado, susceptible y desconfiado, aunque tengo mis momentos de volubilidad y fou rire.

Verso 275: Hace cuarenta años que nos casamos

John Shade y Sybil Swallow (véase nota al verso 247) se casaron en 1919, exactamente tres decenios antes de que el Rey Charles contrajera enlace con Disa, Duquesa de Payn. Desde el comienzo de su reinado (1936-1958), los representantes de la nación, los pescadores de salmón, los vidrieros no sindicados, los grupos militares, los parientes afligidos y especialmente el Obispo de Yeslove, un santo y sanguíneo anciano, habían hecho todo lo posible por convencerlo de que abandonara sus copiosos pero estériles placeres y tomara mujer. No era cuestión de moralidad sino de sucesión. Como en el caso de algunos de sus predecesores, rudos "reyes de los alisos" que ardían por los muchachos, el clero ignoró pura y simplemente las costumbres paganas de nuestro joven soltero, pero quiso que hiciera lo que antes que él había hecho otro Charles aún más recalcitrante: disponer de una noche y engendrar legalmente un heredero.

Vio a Disa por primera vez, cuando ella tenía diecinueve años, la noche de fiesta del 5 de julio de 1947, en un baile de disfraz en el palacio de su tío. Disa había ido vestida de hombre, de joven tirolés, con las rodillas un poco juntas pero valiente y encantadora, y después los llevó por las calles a ella y a sus primos (dos guardias disfrazados de floristas) en su nuevo y divino convertible, para mostrarles la formidable iluminación de cumpleaños, y las fackeltanz en el parque, y los fuegos artificiales, y las caras pálidas mirando hacia arriba. Vaciló durante casi dos años, pero fue asediado por consejeros de una elocuencia inhumana, y al fin cedió. La víspera de su boda rezó casi toda la noche, encerrado a solas en la fría vastedad de la catedral de Onhava. Viejos monarcas satisfechos lo miraban desde las vidrieras de rubí y amatista. Nunca había pedido a Dios consejo y fuerza con tanto fervor (véase más adelante mi nota a los versos 433-434).





Después del verso 274 hay un falso comienzo en el borrador:

Me gusta mi nombre: Shade, Ombre, casi "hombre" en español…

Uno lamenta que el poeta no hubiera seguido con este tema, evitando al lector las embarazosas intimidades que siguen.

Verso 286: la huella rosa de un avión sobre el fuego del poniente

Yo también tenía la costumbre de señalar a la atención de mi poeta la idílica belleza de los aviones en el cielo de la tarde. ¡Quién hubiera podido sospechar que el mismo día (7 de julio) que Shade escribió este verso radiante (el último de la ficha veintitrés), Gradus, alias Dégré, había volado de Copenhague a París, completando así la segunda etapa de su siniestro viaje! Aun en la Arcadia estoy, dice la Muerte en la inscripción sepulcral.

Las actividades de Gradus en París habían sido planeadas por las Sombras con bastante cuidado. Tenían toda la razón al suponer que no sólo Odón sino nuestro antiguo cónsul en París, el difunto Oswin Bretwit, sabían dónde encontrar al Rey. Decidieron que Gradus fuera primero a sondear a Bretwit. Este caballero tenía un departamento en Meudon donde vivía solo, no salía más que para ir a la Biblioteca Nacional (donde leía obras de teosofía y resolvía problemas de ajedrez publicados en diarios viejos) y no recibía visitantes. El plan preciso de las Sombras fue el resultado de un golpe de suerte. Suponiendo que Gradus carecía del equipo mental y del don de imitación necesario para encarar a un realista entusiasta, le sugirieron que se hiciera pasar por un comisionista totalmente apolítico, un hombrecito neutral interesado únicamente en obtener un buen precio de los diversos documentos que unos particulares le habían pedido que sacara de Zembla para entregar a sus legítimos dueños. La suerte, en una de sus rachas anticarlistas, lo ayudó. Una de las Sombras menos importantes a la que llamaremos el Barón A., tenía un suegro llamado Barón B., un viejo burócrata inofensivo, jubilado desde hacía mucho tiempo y absolutamente incapaz de entender ciertos aspectos renacentistas del nuevo régimen. Había sido, o creía haber sido (la distancia retrospectiva magnifica las cosas) un amigo íntimo del difunto Ministro de Asuntos Exteriores, el padre de Oswin Bretwit, y por lo tanto esperaba con impaciencia el día en que pudiera entregar al "joven" Oswin (quien, entendía él, no era exactamente persona grata para el nuevo régimen) un montón de preciosos papeles de familia que el polvoriento barón había encontrado por casualidad en los archivos de una oficina del Gobierno. De pronto le informaron que el día había llegado: los documentos iban a ser enviados inmediatamente a París. Se le permitió añadir una breve nota que decía:

He aquí algunos preciosos papeles pertenecientes a su familia. No puedo hacer nada mejor que ponerlos en manos del hijo del gran hombre que fue mi compañero de estudios en Heidelberg y mi maestro en el servicio diplomático. Verba volant, scripta manent.

Los scriptaen cuestión eran doscientas treinta largas cartas que habían cambiado unos setenta años antes Zule Bretwit, tío abuelo de Oswin, alcalde de Odevalla, y un primo suyo, Ferz Bretwit, alcalde de Aros. Esta correspondencia, un lamentable intercambio de perogrulladas burocráticas y de bromas altisonantes, carecía incluso del interés limitado que pueden tener las cartas de este tipo para el historiador local -pero naturalmente, no se puede saber qué es lo que repelerá o atraerá a un descendiente sentimental- y los antiguos subordinados de Oswin sabían todos que eso es lo que era. Me gustaría tomarme el tiempo de interrumpir este seco comentario y rendir un breve homenaje a Oswin Bretwit.