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Verso 231: qué ridículos, etc.

Una bella variante, con una curiosa omisión, empalma en este lugar del borrador (fechado el 6 de julio):

Extraño Más Allá donde viven todos los que han nacido muertos,

nuestros animales familiares, resucitados, y los inválidos curados,

y los espíritus que han muerto antes de llegar allí:

Pobre viejo Swift, pobre -pobre Baudelaire

¿Qué es lo que reemplaza el guión? "A menos que Shade diera un valor prosódico a la muda e de "Baudelaire", cosa que, estoy seguro, nunca hubiera hecho en un poema inglés (cf. "Rabelais", verso 501), pues el nombre que aquí conviene debe escandirse como un troqueo. Entre los nombres de poetas, pintores, filósofos célebres que se han vuelto locos o se han hundido en una chochera senil, encontramos muchos que se adaptarían. ¿Estaba Shade ante una variedad demasiado grande sin que nada le ayudara a hacer una elección lógica y entonces dejó un blanco, confiando a la misteriosa fuerza orgánica que socorre a los poetas el cuidado de llenarlo como mejor le conviniera? ¿O había algo más, una oscura intuición, un escrúpulo profético que le impidió escribir el nombre de un hombre eminente que había sido uno de sus amigos íntimos? ¿Tomaba quizá precauciones debido a que un lector en su familia hubiera podido oponerse a que mencionara ese nombre? Y si es así, ¿por qué mencionarlo en ese contexto trágico? Sombríos, turbadores pensamientos.

Verso 238: estuche de esmeralda vacío

Entiendo que esta es la envoltura semitransparente que deja en el tronco del árbol una cigarra adulta que ha trepado por ese tronco efectuado su muda. Shade me dijo que una vez había interrogado a una clase de trescientos estudiantes y que sólo tres sabían cómo es una cigarra. Colonos ignorantes le habían aplicado el nombre de "langosta" que es, desde luego, un saltamonte, y el mismo error absurdo habían cometido generaciones de traductores de La Cigale et la Fourmide la Fontaine (véanse versos 243-244). La compañera de la cigale, la hormiga, está por ser embalsamada en el ámbar.





Durante nuestros paseos a la puesta del sol, que fueron tan numerosos, nueve por lo menos (según mis notas) en junio, pero se redujeron a dos en las tres primeras semanas de julio (¡se reanudarán en el Más Allá!), mi amigo tenía una manera bastante coqueta de señalar con la punta de su bastón diversos objetos naturales curiosos. Nunca se cansaba de ilustrar por medio de esos ejemplos la extraordinaria mezcla de zona canadiense y zona austral que "obtenía", como él decía, en ese lugar especial de Appalachia, a nuestra altura de unos 1.500 pies, especies septentrionales de pájaros, insectos y plantas mezcladas con representantes del sur. Como la mayoría de las celebridades literarias, Shade no parecía entender que un humilde admirador que ha terminado por arrinconar y disponer al fin para sí del inaccesible hombre de genio, esté mucho más interesado en discutir con él de literatura y vida que de oír decir que la "diana" (posiblemente una flor) se presenta en New Wye junto con el "atlantis" (posiblemente otra flor) y cosas de ese tipo. Recuerdo especialmente una exasperante caminata vespertina (6 de julio) que mi poeta me concedió con majestuosa generosidad, para resarcirme de un mal golpe (véase, véase a menudo la nota al verso 181), para recompensarme por mi regalito (que no creo que haya usado nunca), y con el asentimiento de su mujer que se empeñó en acompañarnos parte del camino hasta Dulwich Forest. Mediante astutas excursiones por la historia natural, Shade se me escapaba, a mí que tenía una curiosidad histérica, intensa, sin control por saber exactamente qué parte de las aventuras del rey zemblano había terminado en el curso de los cuatro o cinco últimos días. Mi defecto habitual, el orgullo, me impedía hacerle preguntas directas pero seguía volviendo a mis propios temas anteriores -la evasión del palacio, las aventuras en las montañas- para arrancarle alguna confesión. Uno podría imaginarse que un poeta, mientras compone una obra larga y difícil saltará sencillamente ante la oportunidad de hablar de sus triunfos y sus tribulaciones. ¡Nada de eso! Todo lo que obtuve en respuesta a mis interrogaciones infinitamente amables y cautelosas, fueron frases como: "Sí, va bastante bien", o "No, no hablo", y finalmente se libraba de mí con una anécdota bastante ofensiva sobre el Rey Alfredo a quien, decía, le gustaban las historias de un cortesano noruego pero sin embargo lo despachaba cuando tenía otra cosa que hacer: -Ah, está ahí -decía el descortés Alfredo al amable noruego que había venido para confiarle una variante sutilmente distinta de algún viejo mito nórdico que ya le había contado: Oh, there you are again!(¡Ah, está ahí de nuevo!) -Y así es como, mis queridos, un imaginativo exiliado, un bardo escandinavo inspirado por los dioses, lo conocen hoy los colegiales ingleses bajo el apodo trivial de Ohthere.

¡En fin! En una ocasión posterior mi caprichoso amigo, dominado por su mujer, fue mucho más amable (véase nota al verso 802).

Verso 240: Aquel inglés en Niza

Las gaviotas de 1933 están todas muertas, naturalmente. Pero dirigiéndose al London Timesse puede obtener el nombre del benefactor de esas aves, a menos que Shade lo haya inventado. Cuando visité Niza un cuarto de siglo después, había, en lugar de aquel inglés, un personaje local, un viejo vagabundo barbudo tolerado o protegido como atracción turística, que se quedaba de pie como una estatua de Verlaine con una gaviota nada desdeñosa posada de perfil en su pelo desgreñado, o dormía la siesta al sol público, acurrucado cómodamente, de espaldas al mar que lo arrullaba con su movimiento, en un banco del paseo debajo del cual había ordenado prolijamente sobre un diario trozos multicolores de vituallas indeterminadas, para que se secaran o fermentaran. Por lo demás no habían muchos ingleses que se pasearan por allí, aunque vi unos pocos justo al este de Mentón, en el muelle donde en honor de la Reina Victoria, se había erigido, aunque no inaugurado, un macizo monumento que la brisa abrazaba con dificultad, para sustituir el que se habían llevado los alemanes. De un modo bastante patético, el cuerno impaciente de su unicornio favorito sobresalía a través de la tela.

Verso 246:… querida

El poeta se dirige a su mujer. El pasaje a ella dedicado (versos 246-292) tiene la utilidad estructural de servir de transición al tema de la hija. ¡Sin embargo, puedo afirmar que cuando los pasos de la querida Sybil sonaban arriba, duros y secos, no todo estaba siempre "muy bien"!

Verso 247: Sybil

Esposa de John Shade, Irondell de soltera (nombre que no viene de un pequeño valle que produce oro, sino de la palabra francesa que designa a la golondrina). Era unos meses mayor que él. Creo saber que era de origen canadiense, como la abuela materna de Shade (prima hermana del abuelo de Sybil, si no me equivoco).