Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 37 из 75

El Rey siguió caminando; la parte de arriba de su pijama azul metido en los pantalones de esquiar podía pasar fácilmente por una camisa de fantasía. Tenía un guijarro dentro de un zapato pero estaba demasiado agotado para hacer caso.

Reconoció el restaurante de la costa donde había almorzado de incógnito muchos años antes, con dos marineros divertidos, muy divertidos. Varios extremistas pesadamente armados bebían cerveza en la galería bordeada de geranios, entre los veraneantes habituales, algunos de los cuales estaban ocupados en escribir a distantes amigos. A través de los geranios, una mano enguantada tendió al Rey una tarjeta postal en la que vio garabateado: Vaya a las G. R. Bon voyage!Fingiendo un paseo sin objeto, llegó a la punta del muelle.

Era una deliciosa tarde con un poco de brisa y al oeste un horizonte como un vacío luminoso que aspiraba los corazones ávidos. El Rey, en el punto más crítico de su viaje, miró a su alrededor observando a los escasos paseantes y tratando de decidir cuáles de ellos podían ser agentes de policía disfrazados, dispuestos a caerle encima en cuanto saltara el parapeto para ir a las grutas Rippleson. Una sola vela roja ponía una mancha de algún interés humano en la extensión marina. Nitra e Indra (que significan "interior" y "exterior"), dos islas negras que parecen mantener entre ellas una conferencia secreta, eran fotografiadas desde el parapeto por un rechoncho turista ruso, con varios mentones y una carnosa nuca de general. Su marchita mujer, envuelta en una flotante echarpe floreada, observó en un moscovita cantarín: -Cada vez que veo a alguien tan horriblemente desfigurado, no puedo dejar de pensar en el hijo de Nina. La guerra es una cosa atroz.

- ¿La guerra? -preguntó el consorte-. Debe de haber sido la explosión de la Fábrica de Vidrio de 1951, no la guerra. -Pasaron lentamente delante del Rey en la dirección de donde éste había venido. Frente al mar, en un banco del paseo, un hombre con sus muletas al lado estaba leyendo el Onhava Postque presentaba en primera página a Odón con su uniforme de extremista y a Odón en el papel del Tritón. Por increíble que pueda parecer, la guardia del palacio nunca se había dado cuenta hasta entonces de esa identidad. Ahora se ofrecía una buena suma por su captura. Las olas lamían rítmicamente los guijarros. La cara del lector del periódico había sido atrozmente herida en la explosión que acababa de mencionarse, y todo el arte de la cirugía plástica sólo había dado por resultado una horrible textura taraceada con partes de dibujo y partes de contorno que parecían cambiar, fundirse o separarse como mejillas y mentones fluctúan tes en un espejo deformante.

El corto tramo de playa entre el restaurante en una punta del paseo y las rocas de granito en la otra, estaba casi vacío: lejos, a la izquierda, tres pescadores cargaban una chalupa con redes color marrón alga directamente al pie de la acera una mujer de cierta edad con un vestido a lunares y un tricornio de papel en la cabeza (EX REY VISTO) estaba sentada sobre los guijarros tejiendo, de espaldas a la calle. Tenía las piernas vendadas extendidas sobre la arena; a un lado había un par de pantuflas de tapicería y al otro un ovillo de lana roja, cuyo hilo conductor tironeaba de vez en cuando con la sacudida inmemorial del codo característica de la tejedora zemblana para hacer girar el ovillo y aflojar la hebra. Por último, en la acera una niñita de falda abullonada evolucionaba en sus patines con enérgico estruendo pero torpemente. ¿Un enano de las fuerzas policiales podía hacerse pasar por una niña con trencitas?

A la espera de que la pareja rusa se retirara, el Rey se detuvo junto al banco. El hombre de la cara de mosaico dobló el periódico y un segundo antes de que hablara (en el intervalo neutral entre la nube de humo y la detonación), el Rey supo que era Odón. -Es todo lo que se podía hacer en tan poco tiempo -dijo Odón, tironeando de su mejilla para mostrar cómo la película semitransparente de diversos colores se pegaba a su cara, modificando los contornos según la tensión-. Una persona bien educada -añadió- normalmente no examina de muy cerca a un pobre tipo desfigurado.

- Buscaba a los shpiks(policías de civil) -dijo el Rey.

- Han estado patrullando el muelle todo el día. Ahora están cenando.

- Tengo hambre y sed -dijo el Rey.

- Hay algo en el barco. Espere a que desaparezcan los rusos. De la niña podemos despreocuparnos.

- ¿Y la mujer de la playa?

- Es el joven Barón Mandevil, el tipo que tuvo el duelo el año pasado. Ahora vamos.





- ¿No podríamos llevarlo también?

- No vendría, tiene mujer y un niño pequeño. Vamos, Charlie, vamos, Su Majestad.

- Era mi paje de trono el Día de la Coronación. -Así, charlando, llegaron a las grutas Rippleson. Espero que el lector haya disfrutado de esta nota.

Verso 162: con su pura lengua, etc.

Es esta una manera singularmente indirecta de describir el tímido beso de una muchacha campesina; pero todo el pasaje es muy barroco. Mi propia infancia fue demasiado feliz y sana para contener nada remotamente parecido a los desvanecimientos que sufrió Shade. En su caso debe de haber sido una forma benigna de epilepsia, un descarrilamiento de los nervios en el mismo lugar, en la misma curva de los rieles, cada día, durante varias semanas, hasta que la naturaleza reparó los daños. ¿Quién puede olvidar las caras bonachonas, brillantes de sudor, de los ferroviarios con su pecho de cobre, apoyados en sus palas y siguiendo con la vista las ventanas del gran expreso que se desliza cautelosamente?

Verso 167: Hubo un tiempo, etc.

El poeta empezó el Canto Segundo (en la catorzava ficha) el 5 de julio, día en que cumplía sesenta años (véase nota al verso 181, "Hoy"). Me equivoco: sesenta y uno.

Verso 169: la supervivencia después de la muerte

Véase nota al verso 549.

Verso 171: una gran conspiración

Durante casi un año entero, después de la fuga del Rey, los extremistas siguieron convencidos de que él y Odón no habían salido de Zembla. El error sólo puede atribuirse a la vena de estupidez que fatalmente corre en la tiranía más competente. Los aparatos aéreos y todo lo relacionado con ellos obraron como un maleficio en las mentes de nuestros nuevos gobernantes a quienes la amable historia había ofrecido bruscamente una caja llena de esos artefactos zumbantes que suben verticaímente para que se divirtieran con ellos. Que un fugitivo importante utilizara para escapar otra vía que la aérea les parecía inconcebible. En pocos minutos, después que el Rey y el actor hubieron bajado precipitadamente las escaleras traseras del Teatro Real, no quedó ala en el cielo y en la tierra que no fuera censada, tal era la eficacia del Gobierno. Durante las semanas siguientes no se autorizó el despegue de ningún avión privado o comercial, y la inspección de los pasajeros en tránsito se hizo tan rigurosa y larga que las líneas internacionales decidieron cancelar las paradas en Onhava. Hubo algunos muertos. Un globo rojo fue derribado con entusiasmo y el aeronauta (un meteorólogo bien conocido) se ahogó en el Golfo de la Sorpresa. Un piloto de una base lapona que volaba en misión de socorro, se perdió en la niebla y fue tan violentamente acosado por los bombarderos zemblanos que tuvo que aterrizar en el pico de una montaña. Se podría encontrar una excusa a todo esto. La ilusión de la presencia del Rey en los yermos de Zembla fue mantenida por los conspiradores realistas que incitaban a regimientos enteros a buscar en las montañas y los bosques de nuestra abrupta península. El Gobierno gastó una cantidad absurda de energía en registrar a los cientos de impostores amontonados en las cárceles del país. La mayoría de ellos se las arregló para recobrar la libertad; unos pocos, ay, cayeron. Después, en la primavera del año siguiente, llegó del extranjero una noticia pasmosa. El actor zemblano Odón estaba dirigiendo un film en París.