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Una escalera rudimentaria conducía a un desván. El granjero apoyó su nudosa mano en la nudosa balaustrada y lanzó hacia las tinieblas de arriba un grito gutural:

- ¡Garh! ¡Garh! -Aunque se aplica a los dos sexos, ese nombre, en rigor de verdad, es masculino, y el Rey esperaba ver salir del desván a un muchacho montañés de rodillas desnudas como un ángel atezado. En cambio apareció una joven tunanta desgreñada, vestida sólo con una camisa de hombre que le llegaba hasta las rosadas pantorrillas y un par de zapatos demasiado grandes para ella. Un momento después, como si fuera una transformista, reapareció con el amarillo pelo lacio y colgando, pero la camisa sucia había sido sustituida por un pulóver sucio y las piernas estaban enfundadas en un pantalón de pana. Se le dijo que acompañara al extranjero hasta un lugar desde donde podía llegar fácilmente al paso. Una expresión soñolienta y malhumorada borraba todo el atractivo que su cara redonda y su nariz respingada hubieran podido tener para los pastores del lugar; pero cumplió de buen grado los deseos de su padre. La esposa canturreaba una antigua canción mientras se ocupaba de sus ollas y sartenes.

Antes de irse, el Rey pidió a su huésped, cuyo nombre era Griff, que aceptara una vieja moneda de oro que resultó tener en el bolsillo, el único dinero que poseía. Griff lo rechazó enérgicamente y siempre protestando, empezó la laboriosa tarea de abrir dos o tres pesadas puertas y quitarles los candados. El Rey echó una mirada a la anciana mujer, obtuvo una guiñada aprobadora y puso el mudo ducado sobre el manto de la chimenea junto a una caracola violeta contra la cual estaba apoyada una foto en colores que representaba a un elegante oficial de la guardia con su esposa descotada: Karl el Bienamado, tal como era veinte años antes, y su joven reina, una joven virgen colérica de pelo negro carbón y ojos azules como el hielo.

Las estrellas acababan de desaparecer. Detrás de la muchacha y un feliz perro de pastor subió la pista herbosa que centelleaba bajo el rocío rubí en la luz teatral de un alba alpina. El aire mismo parecía coloreado y lustroso. Un frío sepulcral emanaba de la cuesta escarpada a cuyo flanco subía la pista; pero en el lado opuesto que caía a pique, aquí y allá, entre las cimas de los pinos que crecían más abajo, los rayos del sol como telarañas empezaban a urdir su trama de calor. En el recodo siguiente ese calor envolvió al fugitivo y una mariposa negra bajó bailando una pendiente de guijarros. El sendero seguía estrechándose y deteriorándose poco a poco en medio de una confusión de peñascos. La muchacha señaló las pendientes más allá de la pista. Él asintió con la cabeza. -Ahora vete a casa -dijo-. Descansaré aquí y luego continuaré solo.

Se dejó caer en la hierba cerca de una conifera rampante y aspiró el aire brillante. El perro jadeante se tendió a sus pies. Garh sonrió por primera vez. Las muchachas montañesas de Zembla son por lo general meros mecanismos de lujuria fortuita, y Garh no era una excepción. En cuanto se hubo instalado junto a él, se inclinó y deslizó por encima de su cabeza despeinada el grueso pulóver gris, revelando su espalda desnuda y sus pechos de blancmangé, e inundó a su compañero embarazado en toda la acritud de una feminidad descuidada. Iba a seguir desvistiéndose pero él la detuvo con un gesto y se puso de pie. Le agradeció toda su bondad. Acarició al perro inocente y sin volverse ni una sola vez, con paso elástico, el Rey empezó a subir la cuesta cubierta de hierba.

Se iba riendo bajito de la frustración de la moza cuando llegó a las inmensas piedras amontonadas alrededor de un pequeño lago al que había llegado una o dos veces desde la vertiente rocosa de Kronberg muchos años antes. Después advirtió el reflejo del lago a través de la abertura de una bóveda natural, obra maestra de erosión. La bóveda era baja y agachó la cabeza para descender hacia el agua. En su límpido espejo vio su reflejo escarlata pero, cosa rara, a causa de lo que parecía ser a primera vista una ilusión óptica, este reflejo no se hallaba a sus pies sino mucho más lejos; además, iba acompañado del reflejo, deformado por las ondulaciones, de una cornisa que dominaba desde lo alto su posición actual. Y por último, la tensión ejercida sobre la magia de la imagen la destruyó, mientras el doble del Rey vestido con un suéter colorado y una gorra colorada se volvía y desaparecía, en tanto que él, el observador, permanecía inmóvil. Avanzó entonces hasta el borde mismo del agua y allí se encontró con un reflejo auténtico, mucho más grande y más claro que aquel que le había engañado. Contorneó el pequeño lago. Arriba, en el cielo de un azul profundo sobresalía la cornisa vacía donde había estado pocos momentos antes el falso rey. Un estremecimiento de alfear(miedo incontrolable producido por los elfos) le corrió entre los omóplatos. Murmuró una plegaria familiar, se persignó y prosiguió resueltamente hacia el paso. En un punto alto, sobre una cima contigua, había un steinma





Grandes desmoronamientos rocosos diversificaban el paisaje. Al sur los nippern(colinas redondeadas o reeks) se quebraban en zonas de luz y de sombra por obra de una pendiente cubierta de piedras y hierba. Hacia el norte se fundían las montañas verdes, grises, azuladas -el Falk-berg con su capuchón de nieve, el Mutraberg con el abanico de su alud, el Paberg (Monte del Pavo Real) y otros, separados por estrechos y oscuros valles con nubes intercaladas como pedazos de algodón que parecían puestos entre la sucesión de crestas en retirada para impedir que sus flancos se arañaran. Más allá de ellas, en el azul final, se elevaba el Monte Glitterntin, una cresta dentada de brillante oropel, y hacia el sur una tierna niebla envolvía las crestas más distantes que se comunicaban entre sí en una hilera interminable, pasando por todos los matices de una suave evanescencia.

Había llegado al paso, el granito y la gravedad estaban vencidos; pero faltaba todavía el trecho más peligroso. Hacia el oeste bajaba hasta el mar resplandeciente una sucesión de pendientes cubiertas de brezos. Hasta ese momento la montaña se había situado entre él y el golfo; ahora estaba expuesto a la bóveda de fuego. Comenzó el descenso.

Tres horas más tarde caminaba por terreno llano. Dos viejas que trabajaban en un huerto se incorporaron lentamente y lo miraron. Había pasado los bosques de pinos de Boscobel y se iba acercando al muelle de Blawick cuando un coche negro de la policía salió de una calle transversal y se detuvo a su lado: -La broma ha ido demasiado lejos -dijo el conductor-. Hay un centenar de payasos metidos en la cárcel de Onhava y el ex Rey debe de estar entre ellos. Nuestra prisión local es demasiado pequeña para alojar más reyes. El próximo disfrazado será fusilado a primera vista. ¿Cuál es tu verdadero nombre, Charlie?

- Soy inglés. Un turista -dijo el Rey.

- Bueno, de todos modos quítate esa fufacolorada. Y la gorra. Dámelos. -Arrojó las cosas al fondo del coche y arrancó.