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Para dar un ejemplo patente: ¿qué puede ser más resonante, más resplandeciente, qué puede sugerir más belleza plástica y coral que la palabra coramen? Sin embargo en realidad designa simplemente la ruda correa con que el pastor zemblano sujeta sus humildes provisiones y su raída manta al lomo de la más apacible de sus vacas cuando las lleva al vebodar(pastizales de montaña).

Verso 143: un juguete de cuerda

¡Por un golpe de fortuna lo he visto! Una noche de mayo o junio caí por casa de mi amigo para recordarle una colección de folletos escritos por su abuelo, un pastor excéntrico, que según me había dicho una vez estaban guardados en el sótano. Lo encontré esperando con aire sombrío a algunas personas (colegas de su sección, creo, y sus mujeres) que venían a una cena formal. Accedió de buen grado a llevarme al sótano pero después de revolver entre pilas de libros y revistas polvorientas, dijo que trataría de encontrarlos en algún otro momento. Fue entonces cuando lo vi en un estante, entre un candelero y un despertador sin agujas. Shade, pensando que yo podía creer que había pertenecido a su hija muerta, me explicó apresuradamente que era tan viejo como él. Se trataba de un negrito de plomo pintado, con un agujero de cerradura en el costado y sin espesor, por así decirlo, pues consistía apenas en dos perfiles más o menos fundidos y su carretilla estaba toda torcida y rota. Dijo, sacudiéndose el polvo de las mangas, que lo conservaba como una especie de memento mori: había tenido un extraño desmayo un día, en su infancia, mientras jugaba con ese juguete. Nos interrumpió la voz de Sybil que nos llamaba desde arriba; pero no importa, ahora la máquina oxidada funcionará de nuevo, porque tengo la llave.

Verso 149: un pie en la cima de una montaña

La Cadena de Bera, una serie de escarpadas montañas de doscientas millas de largo, que no llega al extremo norte de la península zemblana (cortada en su base del continente de la locura por un canal impracticable), la divide en dos partes: la floreciente región oriental de Onhava y otras comunas como Aros y Grindelwod, y la franja occidental mucho más estrecha con sus pintorescas aldeas de pescadores y sus agradables estaciones balnearias. Las dos costas están unidas por dos autorrutas asfaltadas: la más antigua esquiva las dificultades dirigiéndose primero hacia el norte, a lo largo de las laderas orientales, en dirección a Odevalle, Yeslove y Embla, y sólo en ese momento dobla hacia el oeste en la punta más septentrional de la península; la más nueva, una carretera maravillosamente planeada, complicada y sinuosa, atraviesa la cadena de montañas hacia el oeste, del norte de Onhava a Bregberg, y las guías turísticas la califican de "ruta panorámica". Varias pistas cruzan las montañas en diversos puntos y llevan a pasos, ninguno de los cuales tiene más de cinco mil pies de altura; algunas cimas se elevan unos dos mil pies más y conservan la nieve en el verano; y desde una de ellas, la más alta y rispida, el Monte Glitterntin, se puede distinguir los días claros, a lo lejos, al este, más allá del Golfo de la Sorpresa, una vaga iridiscencia que según dicen algunos es Rusia.

Después de escapar del teatro, nuestros amigos se habían propuesto seguir la vieja autorruta veinte millas en dirección al norte, y luego tomar a la izquierda un pobre camino poco frecuentado que los hubiera llevado eventualmente al principal escondrijo de los carlistas, un castillo de barón en un bosque de pinos en la ladera oriental de la Cadena de Bera. Pero el vigilante tartamudo había estallado al fin en un discurso espasmódico; los teléfonos funcionaron frenéticamente, y los fugitivos habían recorrido apenas unas doce millas cuando un resplandor confuso, frente a ellos, en la oscuridad, en la intersección de la vieja autorruta y la nueva, reveló una barrera que por lo menos tenía el mérito de suprimir los dos caminos de un solo golpe.





Odón dio media vuelta con el coche y en la primera oportunidad se desvió hacia el oeste, rumbo a las montañas. El sendero estrecho y lleno de baches que los tragó pasó por una leñera, llegó a un torrente, lo cruzó con gran repiqueteo de tablas y en seguida degeneró en un claro lleno de ramas cortadas. Estaban en el linde del bosque de Mandevil. El trueno retumbaba en el terrible cielo pardo.

Durante algunos segundos los dos hombres permanecieron inmóviles mirando hacia arriba. La noche y los árboles disimulaban la cuesta. Desde ese punto, un buen escalador podía llegar al paso de Bregberg al alba, si se las arreglaba para encontrar una pista practicable después de atravesar el muro negro del bosque. Decidieron separarse. Charlie proseguiría hacia el remoto tesoro de la gruta marina y Odón permanecería atrás como señuelo. Les ofrecería, dijo, una alegre persecución, adoptaría disfraces sensacionales y se pondría en contacto con el resto de la banda. Su madre era una norteamericana de New Wye, Nueva Inglaterra. Se dice que fue la primera mujer en el mundo que mató lobos y otros animales, creo, desde un avión.

Un apretón de manos, el fulgor de un relámpago. Cuando el Rey se metió entre los sombríos y húmedos helechos, su olor, su elasticidad de encaje y la mezcla de vegetación suave y de suelo escarpado le recordaron las veces que había merendado en esos lugares, en otra parte del bosque pero en la misma ladera de la montaña, y más arriba, de niño, en el campo de peñascos donde el Sr. Campbell una vez se había torcido un tobillo y habían tenido que bajarlo, fumando su pipa, dos fornidos criados. Recuerdos bastante tristes, en conjunto. ¿No había por allí un pabellón de caza, justo más allá de la cascada de Silfhar? Buena caza de perdices y becadas, deporte que apreciaba mucho su difunta madre, la Reina Blenda, una reina de tweedy a caballo. Ahora como entonces, la lluvia crepitaba en los árboles negros y si uno se detenía escuchaba los golpes del corazón y el gruñido lejano del torrente. ¿Qué hora es, kot or? Apretó el botón de su reloj de repetición que, imperturbable, silbó y tintineó las diez y veintiuna.

Cualquiera que haya tratado de escalar una pendiente empinada en una noche oscura, a través de una maraña de vegetación hostil, sabe a qué formidable tarea tenía que hacer frente nuestro montañés. Durante más de dos horas se mantuvo firme, tropezando contra los troncos, cayendo en las quebradas, aferrándose a invisibles arbustos, luchando contra un ejército de coniferas. Perdió su capa. Se preguntó si no sería preferible acurrucarse debajo de la maleza y esperar a que saliera el sol. De pronto una luz como una cabeza de alfiler brilló delante de él y pronto se encontró titubeando en la pendiente resbalosa de una pradera recién segada. Un perro ladró. Una piedra rodó bajo sus pies. Se dio cuenta de que estaba cerca de una borede montaña (granja). Se dio cuenta también de que había caído en una zanja profunda llena de barro.

El nudoso granjero y su rolliza mujer que, como personajes de un cuento viejo y tedioso, ofrecieron al empapado fugitivo un agradable refugio, lo tomaron por un excéntrico excursionista que se había separado de su grupo. Se le permitió que se secara en una cocina caliente donde le dieron una comida de cuento de hadas, compuesta de pan y queso y un tazón de hidromiel de montaña. Sus sentimientos (gratitud, agotamiento, agradable calor, adormilamiento y así sucesivamente) eran demasiado evidentes para que sea necesario describirlos. Un fuego de raíces de alerce crepitaba en la estufa, y todas las sombras de su reino perdido se reunieron para danzar alrededor de su mecedora mientras dormitaba entre ese. resplandor y la luz trémula de un pequeño fanal de terracota, un instrumento con un pico parecido a una lámpara romana que colgaba sobre un estante donde unas pobres chucherías de vidrio y pedazos de nácar se convertían en microscópicos soldados hormigueando en una batalla desesperada. Se despertó con un calambre en el cuello al primer repique de cencerro del alba, encontró a su huésped afuera, en un rincón húmedo destinado a las humildes necesidades de la naturaleza, y le rogó al buen grunter(granjero montañés) que le indicara el camino más corto para llegar al paso. -Voy a despertar a Garh, la pereza misma -dijo el granjero.