Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 89 из 128

—Ésa ha de ser Minas Ithil, construida por Isildur el hijo de Elendil —dijo Frodo—. Fue Isildur quien le cortó el dedo al Enemigo.

—Sí, Él tiene sólo cuatro dedos en la Mano Negra, pero le bastan —dijo Gollum estremeciéndose—. Y Él odiaba la ciudad de Isildur.

—¿Qué es lo que él no odia? —dijo Frodo—. Pero ¿qué tiene que ver con nosotros la Torre de la Luna?

—Bueno, amo, allí estaba, y aún está allí: la torre alta y las casas blancas y el muro; pero no agradables ahora, no hermosas. Él las conquistó hace mucho tiempo. Es un lugar terrible ahora. Los viajeros tiemblan al verlo, se ocultan, evitan la sombra de los muros. Pero el amo tendrá que ir por ese camino. Ése es el único otro camino. Porque allí las montañas son más bajas, y el viejo camino sube y sube, hasta llegar en la cima a una garganta sombría, y luego desciende, desciende otra vez... hasta Gorgoroth. —La voz se perdió en un susurro y Gollum se estremeció de nuevo.

—¿Pero de qué nos servirá? —preguntó Sam—. Sin duda el Enemigo conoce palmo a palmo todas esas montañas, y es seguro que en ese camino hay tantos vigías como aquí. La torre no está vacía, ¿verdad?

—¡Oh no, vacía no! —murmuró Gollum—. Parece vacía, pero no lo está, ¡oh no! Criaturas muy terribles viven en ella. Orcos sí, siempre orcos; pero cosas peores; también viven allí cosas peores. El camino trepa en línea recta bajo la sombra de los muros y pasa por la puerta. Nada puede acercarse por el camino sin que ellos lo noten. Las criaturas de allí dentro lo saben: los Centinelas Silenciosos.

—Así que ése es tu consejo —dijo Sam—, que emprendamos otra interminable caminata hacia el sur, para encontrarnos nuevamente en este mismo brete, o quizá en otro peor, cuando lleguemos allí, si alguna vez llegamos.

—No, no, claro que no —dijo Gollum—. Los hobbits tienen que verlo, tratar de comprender. Él no espera un ataque por ese lado. El Ojo de Él está en todas partes, pero a algunos sitios llega más que a otros. Entendedlo, Él no puede verlo todo al mismo tiempo, todavía no. Ha conquistado todos los territorios al oeste de las Montañas de las Sombras, hasta el Río, y domina los puentes. Cree que nadie podrá llegar a la Torre de la Luna sin librar una batalla en los puentes, o sin traer cantidades de embarcaciones imposibles de ocultar y que Él descubriría.

—Pareces saber mucho acerca de lo que Él hace y piensa —dijo Sam—. ¿Has estado hablando con Él recientemente? ¿O te has codeado con los orcos?

—No bueno el hobbit, no sensato —dijo Gollum, lanzándole a Sam una mirada furiosa y volviéndose a Frodo—. Sméagol ha hablado con los orcos, claro que sí, antes de encontrar al amo, y con mucha gente: ha caminado mucho y lejos. Y lo que ahora dice, lo dice mucha gente. Aquí en el Norte está ese gran peligro que lo amenaza a Él, y también a nosotros. Un día saldrá por la Puerta Negra, un día muy cercano. Ése es el único camino por el que pueden venir los grandes ejércitos. Pero allá, en el oeste, Él no teme nada, y allí están los Centinelas Silenciosos.

—¡Exactamente! —replicó Sam, que no era nada fácil de convencer—. Sólo tenemos que subir y llamar a la puerta de la Torre y preguntar si ése es el camino que lleva a Mordor. ¿O son demasiado silenciosos para responder? Esto no tiene ni pies ni cabeza. Tanto valdría probar aquí, y ahorrarnos una larga caminata.

—No hagas bromas sobre eso —siseó Gollum—. No le veo ninguna gracia. ¡Oh no! No es divertido. No tiene ni pies ni cabeza tratar de llegar a Mordor. Pero si el amo dice He de iro Iré, entonces tiene que buscar algún camino. Pero no ir a la ciudad terrible. Oh no, claro que no. Aquí es donde Sméagol ayuda, buen Sméagol, aunque nadie le dice de qué se trata. Sméagol ayuda otra vez. Él lo descubrió. Él lo conoce.





—¿Qué descubriste? —preguntó Frodo.

Gollum se enroscó sobre sí mismo y bajó la voz hasta que habló en un susurro. —Un pequeño sendero que sube hasta las montañas; y a continuación una escalera, una escalera estrecha. Oh sí, muy larga y muy estrecha. Y después —la voz bajó aún más— un túnel, un túnel oscuro; y por último una hendidura, una pequeña hendidura, y un sendero muy por encima del paso principal. Fue por ese camino por donde Sméagol salió de las tinieblas. Pero eso sucedió hace muchos años. El sendero puede haber desaparecido desde entonces; pero tal vez no, tal vez no.

—No me gusta nada como suena todo eso —dijo Sam—. Suena demasiado fácil, al menos en palabras. Si el sendero existe todavía, también ha de estar vigilado. ¿No estaba vigilado, Gollum? —Mientras decía estas palabras, vio, o creyó ver, un resplandor verde en la mirada de Gollum. Gollum masculló, y no dijo nada.

—¿No está vigilado? —preguntó Frodo con voz severa—. ¿Y tú escapastede las tinieblas, Sméagol? ¿No habrá sido más bien que te dejaron partir, con una misión? Eso era al menos lo que pensaba Aragorn, que te encontró cerca de las Ciénagas de los Muertos hace algunos años.

—¡Mentira! —siseó Gollum, y un resplandor maligno le cruzó los ojos cuando oyó el nombre de Aragorn—. Mintió, sí, mintió. Es verdad que escapé, solo y sin ayuda, pobre de mí. Es verdad que me encomendaron que buscara el Tesoro, y lo he buscado y buscado, seguro que sí. Pero no para Él, no para el Oscuro. El Tesoro era nuestro, era mío, te dije. Yo me escapé.

Frodo tuvo una extraña certeza: que Gollum por una vez no estaba tan lejos de la verdad como se podría sospechar, que de algún modo había llegado a encontrar la manera de salir de Mordor y que atribuía el hallazgo a su propia astucia. Notó, en todo caso, que Gollum había utilizado el yo, lo que era de algún modo un signo, las raras veces que aparecía, de que en ese momento predominaban los restos de una veracidad y sinceridad de otros tiempos. Pero aunque en este aspecto se pudiera confiar en Gollum, Frodo no olvidaba la astucia del Enemigo. La «evasión» bien podía haber sido permitida o arreglada, y perfectamente conocida en la Torre Oscura. Y en todo caso, no cabía duda de que Gollum callaba muchas cosas.

—Vuelvo a preguntarte —dijo—: ¿no está vigilado ese camino secreto?

Pero el nombre de Aragorn había puesto de mal talante a Gollum. Tenía todo el aire ofendido de un mentiroso de quien se sospecha que está mintiendo, cuando por una vez ha dicho la verdad, o parte de ella. No contestó.

—¿No está vigilado? —repitió Frodo.

—Sí, sí, tal vez. Ningún lugar es seguro en esta región —dijo Gollum malhumorado—. Ningún lugar es seguro. Pero el amo tiene que intentarlo o volverse atrás. No hay otro camino. —No consiguieron hacerle decir otra cosa. El nombre del paraje peligroso y del paso alto, no pudo, o no quiso decirlo.

Era Cirith Ungol, un nombre de siniestra memoria. Quizá Aragorn hubiera podido decirles este nombre y explicarles su significado; Gandalf los habría puesto en guardia. Pero estaban solos, y Aragorn se encontraba lejos, y Gandalf estaba entre las ruinas de Isengard, en lucha con Saruman, retenido por traición. No obstante, en el momento mismo en que decía a Saruman unas últimas palabras, y la palantírse desplomaba en llamas sobre las gradas de Orthanc, los pensamientos de Gandalf volvían sin cesar a Frodo y Sam; a través de las largas leguas los buscaba siempre con esperanza y compasión.