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”Traté de huir, porque pensé que saldría volando fuera del globo; pero cuando la sombra cubrió toda la esfera, desapareció. Entonces vino él. No hablaba con palabras. Pero me miraba, y yo comprendía.

”«¿De modo que has regresado? ¿Por qué no te presentaste a informar durante tanto tiempo?»

”No respondí. Él me preguntó: «¿Quién eres?» Tampoco esta vez respondí, pero me costaba mucho callar, y él me apremiaba, tanto que al fin dije: «Un hobbit».

”Entonces fue como si me viera de improviso, y se rió de mí. Era cruel. Yo me sentía como si estuvieran acuchillándome. Traté de escapar, pero él me ordenó: «¡Espera un momento! Pronto volveremos a encontrarnos. Dile a Saruman que este manjar no es para él. Mandaré a alguien para que me lo traiga en seguida. ¿Has entendido bien? ¡Dile eso solamente!» Entonces me miró con una alegría perversa. Me pareció que me estaba cayendo en pedazos. ¡No, no! No puedo decir nada más. No recuerdo nada más.

—¡Mírame! —le dijo Gandalf.

Pippin miró a Gandalf directamente a los ojos. Por un momento el mago le sostuvo la mirada en silencio. Luego el rostro se le dulcificó y le mostró la sombra de una sonrisa. Puso la mano afectuosamente en la cabeza de Pippin.

—¡Está bien! —dijo—. ¡No digas más! ¡No has sufrido ningún daño! No ocultas la mentira en tus ojos, como yo había temido. Pero él no habló contigo mucho tiempo. Eres un tonto, pero un tonto honesto, Peregrin Tuk. Otros más sabios hubieran salido mucho peor de un trance como éste. ¡Pero no lo olvides! Te has salvado, tú y todos tus amigos, ayudado por la buena suerte, como suele decirse. No podrás contar con ella una segunda vez. Si él te hubiese interrogado en ese mismo momento, estoy casi seguro de que le habrías dicho todo cuanto sabes, lo que hubiera significado la ruina de todos nosotros. Pero estaba demasiado impaciente. No sólo quería información: te quería a ti, cuanto antes, para poder disponer de ti en la Torre Oscura. ¡No tiembles! Si te da por entrometerte en asuntos de Magos, tienes que estar preparado para eventualidades como ésta. ¡Bien! ¡Te perdono! ¡Tranquilízate! Las cosas hubieran podido tomar un sesgo mucho más terrible aún.

Levantó a Pippin con delicadeza y lo llevó a su camastro. Merry lo siguió, y se sentó junto a él.

—¡Acuéstate y descansa, si puedes, Pippin! —dijo Gandalf—. Ten confianza en mí. Y si vuelves a sentir un cosquilleo en las palmas, ¡avísame! Esas cosas tienen cura. En todo caso, mi querido hobbit, ¡no se te ocurra volver a ponerme un trozo de piedra debajo del codo! Ahora os dejaré solos a los dos un rato.

Y con esto Gandalf volvió a donde estaban los otros, junto a la piedra de Orthanc, todavía perturbados.

—El peligro llega por la noche cuando menos se lo espera —dijo—. ¡Nos hemos salvado por un pelo!

—¿Cómo está el hobbit Pippin? —preguntó Aragorn.

—Creo que dentro de muy poco todo habrá pasado —respondió Gandalf—. No lo retuvieron mucho tiempo, y los hobbits tienen una capacidad de recuperación extraordinaria. El recuerdo, o al menos el horror de las visiones, habrá desaparecido muy pronto. Demasiado pronto, quizá. ¿Quieres tú, Aragorn, llevar la piedra de Orthanc y custodiarla? Es una carga peligrosa.

—Peligrosa es en verdad, mas no para todos —dijo Aragorn—. Hay alguien que puede reclamarla por derecho propio. Porque éste es sin duda la palantírde Orthanc del tesoro de Elendil, traído aquí por los Reyes de Gondor. Se aproxima mi hora. La llevaré.





Gandalf miró a Aragorn, y luego, ante el asombro de todos, levantó la piedra envuelta en la capa y con una reverencia la puso en las manos de Aragorn.

—¡Recíbela, señor! —dijo—, en prenda de otras cosas que te serán restituidas. Pero si me permites aconsejarte en el uso de lo que es tuyo, ¡no la utilices... por el momento! ¡Ten cuidado!

—¿He sido alguna vez precipitado o imprudente, yo que he esperado y me he preparado durante tantos años? —dijo Aragorn.

—Nunca hasta ahora. No tropieces al final del camino —respondió Gandalf—. De todos modos, guárdala en secreto. ¡Tú y todos los aquí presentes! El hobbit Peregrin, sobre todo, ha de ignorar a qué manos ha sido confiada. El acceso maligno podría repetírsele. Porque ¡ay! la ha tenido en las manos y la ha mirado por dentro, cosa que jamás debió hacer. No tenía que haberla tocado en Isengard, y yo no actué con rapidez suficiente. Pero todos mis pensamientos estaban puestos en Saruman y no sospeché la naturaleza de la piedra hasta que fue demasiado tarde. Pero ahora estoy seguro. No tengo ninguna duda.

—Sí, no cabe ninguna duda —dijo Aragorn—. Por fin hemos descubierto cómo se comunicaban Isengard y Mordor. Muchos misterios quedan aclarados.

—¡Extraños poderes tienen nuestros enemigos, y extrañas debilidades! —dijo Théoden—. Pero, como dice un antiguo proverbio: El daño del mal suele volverse contra el propio mal.

—Ha ocurrido muchas veces —dijo Gandalf—. En todo caso esta vez hemos sido extraordinariamente afortunados. Es posible que este hobbit me haya salvado de cometer un error irreparable. Me preguntaba si no tendría que estudiar yo mismo la esfera, y averiguar para qué la utilizaban. De haberlo hecho, le habría revelado a él mi presencia. No estoy preparado para una prueba semejante, y no sé si lo estaré alguna vez. Pero aun cuando encontrase en mí la fuerza de voluntad necesaria para apartarme a tiempo, sería desastroso que él me viera, por el momento... hasta que llegue la hora en que el secreto ya no sirva de nada.

—Creo que esa hora ha llegado —dijo Aragorn.

—No, todavía no —dijo Gandalf—. Queda aún un breve período de incertidumbre que hemos de aprovechar. El enemigo pensaba obviamente que la piedra seguía estando en Orthanc, ¿por qué habría de pensar otra cosa? Y que era allí donde el hobbit estaba prisionero, y que Saruman lo obligaba a mirar la esfera para torturarlo. La mente tenebrosa ha de estar ocupada ahora con la voz y la cara del hobbit y la perspectiva de tenerlo pronto con él. Quizá tarde algún tiempo en darse cuenta del error. Y nosotros aprovecharemos este respiro. Hemos actuado con excesiva calma. Ahora nos daremos prisa. Y las cercanías de Isengard no son lugar propicio para que nos demoremos aquí. Yo partiré inmediatamente con Peregrin Tuk. Será mejor para él que estar tendido en la oscuridad mientras los otros duermen.

—Yo me quedaré aquí con Éomer y diez de los Jinetes —dijo el rey—. Saldremos al amanecer. Los demás escoltarán a Aragorn y podrán partir cuando lo crean conveniente.

—Como quieras —dijo Gandalf—. ¡Pero procura llegar lo más pronto posible al refugio de las montañas, al Abismo de Helm!

En ese momento una sombra cruzó bajo el cielo ocultando de pronto la luz de la luna. Varios de los Jinetes gritaron, y levantando los brazos se cubrieron la cabeza y se encogieron como para protegerse de un golpe que viniera de lo alto: un pánico ciego y un frío mortal cayeron sobre ellos. Temerosos, alzaron los ojos. Una enorme figura alada pasaba por delante de la luna como una nube oscura. La figura dio media vuelta y fue hacia el norte, más rauda que cualquier viento de la Tierra Media. Las estrellas se apagaban a su paso. Casi en seguida desapareció.