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—Sí —dijo Pippin—. Eran de la cosecha de 1417, es decir del mismo año pasado; no, ahora el antepenúltimo, por supuesto: un año óptimo.

—Ah, sí, todos los males que amenazaban a la Comarca han pasado ahora, espero; o en todo caso, están, por el momento, fuera de nuestro alcance —dijo Aragorn—. Sin embargo, creo que hablaré de esto con Gandalf, por insignificante que le parezca en medio de esos importantes asuntos que le ocupan la mente.

—Me pregunto en qué andará —dijo Merry—. La tarde avanza. ¡Salgamos a echar una mirada! De todos modos, ahora puedes entrar en Isengard, Trancos, si así lo deseas. Pero opino que no es un espectáculo muy regocijante.

10

LA VOZ DE SARUMAN

Atravesaron la ruinosa galería, y desde un montículo de piedras contemplaron la roca oscura de Orthanc, con numerosas ventanas, una amenaza más en la desolación de alrededor. El agua se había retirado casi del todo. Aquí y allá quedaban algunos charcos sombríos, cubiertos de espuma y desechos; pero la mayor parte del ancho círculo era de nuevo visible: un desierto de fango y escombros de piedra, de agujeros e

—¡Son Gandalf y Théoden y sus hombres! —dijo Legolas—. ¡Vayamos a su encuentro!

—¡Pisad con prudencia! —dijo Merry—. Hay piedras flojas que pueden darse vuelta y arrojaros a un pozo, si no tenéis cuidado.

Recorrieron lo que antes fuera el camino que iba de las puertas a Orthanc, avanzando lentamente, pues las losas estaban rajadas y cubiertas de lodo. Los jinetes, al verlos acercarse, se detuvieron a esperarlos a la sombra de la roca. Gandalf se adelantó y les salió al encuentro.

—Bien, Bárbol y yo hemos mantenido una conversación muy interesante y hemos trazado algunos planes —dijo—, y todos hemos gozado de un merecido reposo. Ahora hemos de ponernos otra vez en camino. Espero que también tú y tus compañeros hayáis descansado, y recobrado las fuerzas.

—Sí —dijo Merry—. Pero nuestras discusiones comenzaron y acabaron en humo. Sin embargo, y en relación con Saruman, no estamos tan mal dispuestos como antes.

—¿De veras? —dijo Gandalf—. Pues bien, yo no he cambiado. Me queda algo pendiente antes de partir: una visita de despedida a Saruman. Peligrosa y probablemente inútil; pero inevitable. Aquellos de vosotros que lo deseen, pueden venir conmigo... pero ¡cuidado! ¡Nada de bromas! Éste no es el momento.

—Yo te acompañaré —dijo Gimli—. Quiero verlo y saber si es cierto que se parece a ti.

—¿Y cómo harás para saberlo, Señor Enano? —dijo Gandalf—. Saruman puede mostrarse parecido a mí a tus ojos, si conviene a sus designios. ¿Y te consideras bastante perspicaz como para no dejarte engañar por sus ficciones? En fin, ya veremos. Quizá no se atreva a presentarse al mismo tiempo ante tantas miradas diferentes. Pero he rogado a los Ents que no se dejen ver, y puede ser que así consigamos que salga.

—¿Cuál es el peligro? —preguntó Pippin—. ¿Que nos acribille a flechazos y arroje fuego por las ventanas, o acaso puede obrar un sortilegio desde lejos?

—La última hipótesis es la más verosímil, si llegáis a sus puertas desprevenidos —dijo Gandalf—. Pero nadie puede saber lo que es capaz de hacer, o de intentar. Una bestia salvaje acorralada siempre es peligrosa. Y Saruman tiene poderes que ni siquiera sospecháis. ¡Cuidaos de su voz!





Llegaron a los pies de Orthanc. La roca negra relucía como si estuviese mojada. Las aristas de las facetas eran afiladas y parecían talladas hacía poco. Algunos arañazos, y esquirlas pequeñas como escamas junto a la base, eran los únicos rastros visibles de la furia de los Ents.

En la cara oriental, en el ángulo formado por dos pilastras, se abría una gran puerta, muy alta sobre el nivel del suelo; y más arriba una ventana con los postigos cerrados, que daba a un balcón cercado por una balaustrada de hierro. Una ancha escalera de veintisiete escalones, tallada por algún artífice desconocido en la misma piedra negra, conducía al umbral. Aquélla era la única entrada a la torre; pero muchas troneras de antepecho profundo se abrían en los muros casi verticales, y espiaban, como ojos diminutos, desde lo alto de las escarpadas paredes.

Al pie de la escalera Gandalf y el rey se apearon de las cabalgaduras.

—Yo subiré —dijo Gandalf—. Ya he estado otras veces en Orthanc y conozco los peligros que corro.

—Y yo subiré contigo —dijo el rey—. Soy viejo y ya no temo a ningún peligro. Quiero hablar con el enemigo que tanto mal me ha hecho. Éomer me acompañará y cuidará de que mis viejos pies no vacilen.

—Como quieras —dijo Gandalf—. Aragorn irá conmigo. Que los otros nos esperen al pie de la escalinata. Oirán y verán lo suficiente, si hay algo que ver y oír.

—¡No! —protestó Gimli—. Legolas y yo queremos ver las cosas más de cerca. Somos aquí los únicos representantes de nuestras razas. También nosotros subiremos.

—¡Venid entonces! —dijo Gandalf, y al decir esto empezó a subir, con Théoden al lado.

Los Jinetes de Rohan permanecieron inquietos en sus cabalgaduras, a ambos lados de la escalinata, observando con miradas sombrías la gran torre, temerosos de lo que pudiera acontecerle a Théoden. Merry y Pippin se sentaron en el último escalón, sintiéndose a la vez poco importantes y poco seguros.

—¡Media milla de fango de aquí hasta la puerta! —murmuró Pippin—. ¡Si pudiera escurrirme otra vez hasta el cuarto de los guardias sin que nadie me viera! ¿Para qué habremos venido? Nadie nos necesita.

Gandalf se detuvo ante la puerta de Orthanc y golpeó en ella con su vara. Retumbó con un sonido cavernoso.

—¡Saruman, Saruman! —gritó con una voz potente, imperiosa—. ¡Saruman, sal!

Durante un rato no hubo ninguna respuesta. Al cabo, se abrieron los postigos de la ventana que estaba sobre la puerta, pero nadie se asomó al vano oscuro.

—¿Quién es? —dijo una voz—. ¿Qué deseas?

Théoden se sobresaltó.

—Conozco esa voz —dijo—, y maldigo el día en que la oí por primera vez.

—Ve en busca de Saruman, ya que te has convertido en su lacayo. ¡Gríma, Lengua de Serpiente! —dijo Gandalf—. ¡Y no nos hagas perder más tiempo!