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Con esto se pararon las tentativas de Franco para conquistar la ciudad de frente, por ataque directo. Luego, Franco emprende varios golpes de maniobra, complicados y potentes; primero, desde el noroeste, hacia Majadahonda, Las Rozas y Aravaca, intenta apoderarse de El Escorial. Después, procura cortar Madrid por el este, aislarlo de Valencia —con este fin organiza la operación en el río Jarama—. En todas estas batallas fracasa.
El pequeño grupo de defensores de Madrid, nacido el 7 de noviembre, creció y se convirtió en el ejército del frente central, ejército básico de la República. Los soldados y jefes de Madrid, educados en duros combates, se convirtieron en la mejor parte de las fuerzas armadas de la España antifascista.
La ofensiva emprendida en marzo por las fuerzas motomecanizadas de los intervencionistas y de los facciosos en Guadalajara, debía de acabar definitivamente con Madrid. En vez de esto, se convirtió en una gran derrota de la intervención fascista, en una especie de nuevo Caporetto para los italianos. Con Guadalajara se han terminado hasta ahora las operaciones ofensivas de gran estilo contra Madrid. Los fascistas han pasado a la guerra de posiciones y de minas subterráneas, disparan sobre la ciudad con artillería alemana de largo alcance. En cambio, se activó el propio Madrid, y en julio rompió el cinturón fortificado de asedio, conquistó Brúñete. Quijorna y Villanueva de la Cañada.
Ahora a la heroica ciudad antifascista le esperan nuevas y duras pruebas. Las tropas que la defienden, han crecido y han ganado en fortaleza, pero el ejército del enemigo ha aumentado en proporción mucho mayor. Además, después de haber estrangulado a la parte septentrional y aislada de la España antifascista, los intervencionistas han recobrado unas cien mil bayonetas y pueden lanzar ahora contra Madrid un ejército casi de trescientos mil hombres, mil quinientos cañones, trescientos aviones. No pueden pasar por alto la batalla ante Madrid: sin tomar el centro y la capital de España, no es posible ganar la guerra. Por esto, el nuevo ataque sobre Madrid se prepara con gran cuidado en Salamanca, en Roma y en Berlín; mientras prosigue la impúdica charlatanería en el comité de Londres, el mando de los intervencionistas, aprovechando el tiempo, desembarca en los puertos del sur nuevas divisiones de infantería italianas, nuevas baterías y escuadrillas germanas.
Hace exactamente un año que, sin conocer el descanso ni el sueño, se mantiene esta ciudad asombrosa, saturada de una fuerza magnética, la fuerza del odio al fascismo, la de no querer doblegar la cerviz ante él. Todo el mundo, hasta los enemigos, rinde tributo a esta incomparable intrepidez de los antifascistas armados y a la viril firmeza de los pacíficos habitantes de Madrid, de sus mujeres, viejos y niños. En todo el mundo no se ha encontrado más que un pequeño grupo de heces de la humanidad, trotskistas, bastante ruines para crear hasta en el Madrid asediado un nido de traidores y espías, para hurtar y pasar al enemigo planes militares y secretos sobre la defensa de Madrid, hacer agitación en la ciudad contra los dirigentes de dicha defensa, contra la República, contra la democracia. Estas personas son mezquinas y despreciables. A despecho de ellas, el Madrid antifascista puede enorgullecerse de la ayuda prestada por los antifascistas avanzados de todos los países, de los héroes a toda prueba, de los internacionales de las brigadas de infantería, aviadores y tanquistas. Por esto es tan grande, entre los madrileños, el sentimiento de solidaridad y su reconocimiento hacia los pueblos que los han apoyado en este magnífico año, inolvidable y atormentador.
Hace ya un año que los cañones del fascismo mundial están dirigidos contra estas paredes. Matan, pero no vencen. El Madrid de los trabajadores, el Madrid del pueblo, no se ha rendido, no se rinde ni se rendirá.
6 de noviembre
Una de mis ventanas mira hacia Moscú. Desde aquí, en línea recta, en dirección nordeste, Moscú está sólo a tres mil quinientos kilómetros. Ahora ya anochece, pero veo toda la línea hasta el fin. ¡Cuántas veces he volado por ella con la mirada!
Al pie mismo de la ventana, en la calle, hay un carro blindado de fabricación artesana, con un altavoz. Algo están arreglando en él. En torno, juegan los niños. Ni ellos mismos saben hasta qué punto están hambrientos. Las personas mayores se lo notan por la hinchazón de los rostros, por los amplios círculos bajo los ojos, por los pequeños dedos azules. Antes, les traía de Valencia caramelos —¡qué alegría la suya!—. Ahora, de Valencia sólo se pueden traer espléndidas flores, pero las flores no se comen.
La línea cruza la ciudad cansada, agujereada por la artillería, con escombros sin recoger, hambrienta, magnífica. Al atardecer, bajo la lluvia, entre el sordo retumbar de los cañones, Madrid vive su vida peculiar, única, rodeada desde tres partes por el enemigo. Unas mujeres, con sus chales negros, se arriman a lo largo de una pared: es la cola para el aceite de oliva.
En el Rastro, se venden encendedores, peines, muebles rotos (para leña), áureos bordados de uniformes cortesanos, betún para el calzado, viejas espadas de Toledo. Enfrente, se eleva una colina que acaba en punta, es el cerro de los Ángeles. Desde él, cada media hora las baterías fascistas disparan, a veces sobre el mercado, a veces al centro de la capital.
En todo el enorme hotel Florida ha quedado un solo huésped, el escritor Hemingway. Calienta sus bocadillos en la estufa eléctrica y escribe una comedia. Ayer, un obús, por enésima vez, cayó en el Florida y no estalló; una joven mujer de la limpieza, trajo la granada y con cierta desazón dijo: «Aún está completamente viva.»
A las cinco de la tarde, ya ha oscurecido. Fuera, en la calle, no se pueden encender las luces; por esto, en Madrid, para el aniversario de Noviembre, han establecido una iluminación subterránea. Las estaciones del metro —aquí son pequeñas y húmedas— se han adornado hoy con bombillas de color, con los escudos luminosos de España y de la Unión Soviética. A las seis, comienzan las representaciones en los teatros. Aquí falta sitio, el aire es sofocante y hay mucha alegría. Las tres cuartas partes de la sala están ocupadas por soldados; el resto son mamás con pequeñuelos en brazos. Las bailarinas hacen sonar las castañuelas, cantan que la dieta madrileña les conserva la línea; un autor cómico pide un cigarrillo al público, le contestan de buen humor: «Vente con nosotros a la trinchera, te hartarás de humo.»
En las trincheras se preparan para celebrar la fiesta. Se preparan de distintas maneras: unos escriben pancartas y cuelgan guirnaldas de ramas, otros limpian las ametralladoras y colocan nuevas minas.
Hace un año, los generales monárquicos, junto con los monstruos de la legión extranjera, junto con la horda mercenaria marroquí, junto con las hordas de fascistas germanos e italianos, llegaron a los muros de la capital de España. Querían apoderarse de ella y cogerla sin falta el día del Gran Octubre. El pueblo armado defendió Madrid. Los fascistas se rompieron los dientes en los barrios obreros.
Ha transcurrido un año y el enemigo no ha penetrado ni un solo paso hacia el interior de la capital. ¡Pero quiere pasar! Esperamos nuevos ataques. La noche de fiesta será una noche de alarma. Pero Madrid, el Madrid cansado, hambriento, ensangrentado, es fiel a la República, a la democracia, a la libertad, es fiel y agradecido a sus amigos. En el arco de Alcalá, dirigido hacia el nordeste, hacia Moscú, se ven, de lejos, grandes retratos de Lenin, de Stalin y de Voroshílov.