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Conducen a un cura castrense con el revólver al cinto, conducen a un grupo de moros que procuran demostrar, sobre la marcha, que no son prisioneros, sino evadidos.

Entre tanto, el golpe sobre Medina se amplía. Desde aquí, desde Belchite, ya se oye el retumbar de los cañones. Atacan dos divisiones fascistas. Ayer llegó a Zaragoza otra división: la de «Flechas negras», italiana. Todo esto ha sido dirigido hacia aquí para el contragolpe y la salvación de la ciudad. ¡Pero ya es tarde! Belchite ha sido tomado. Esta victoria, difícil, aunque no muy grande, infunde ánimos alas tropas republicanas.

La noche empieza a refulgir con brillantes relámpagos. Nunca había visto relámpagos tan largos, blancos, cegadores, como llamaradas de magnesio —da la impresión de que se trata de nuevas bengalas luminosas, de una nueva maniobra bélica del enemigo—. El sordo rodar de los truenos también resulta insólito. Parecen más bien explosiones de bombas muy grandes, de quinientos kilogramos, o de obuses de 203 milímetros. Al fin llueve, es la primera lluvia del año;

comienza a caer primero débilmente, luego rocía cada vez con más fuerza esta tierra aragonesa reseca, tosca, hasta ahora regada únicamente con sangre.

7 de septiembre

Ayer y hoy, calma relativa en el frente de Aragón. Los fascistas están ocupados en preparar un fuerte golpe en respuesta a la ofensiva republicana. Se acercan sus reservas, se concentra la aviación, la artillería.

Los republicanos se fortifican en las posiciones conquistadas, abren trincheras, repasan las armas. El encuentro será serio. Franco, por lo visto, quiere recuperar Belchite, Quinto, Mediana y toda la franja de terreno que se le ha arrebatado a lo largo del Ebro. Si no lo hace, el nuevo paso de los republicanos será, sin duda alguna, atacar a Zaragoza.

Es posible también que los facciosos no se lancen ahora a efectuar grandes operaciones y prefieran limitarse aquí, en Aragón, a una tenaz resistencia. Muchos datos indican que el mando fascista deja libres sus fuerzas básicas ocupadas hasta ahora en el norte y emprenderá una operación de gran envergadura en el frente de Teruel (para amenazar a Valencia) y en el frente central. En su discurso en Palermo, Mussolini ha declarado de manera muy significativa que Madrid hasta ahora no había sido tomado porque no había sido atacado de verdad.

El dictador italiano ha calumniado a su intendente español. Franco ha perdido ya en los accesos de Madrid cerca de cien mil hombres, y en la carretera de Guadalajara cayeron unos doce mil. Las operaciones ofensivas han sido muy decididas, con el concurso de potente armamento bélico. Pero lo que, por lo visto, hay de verdad en las palabras de Mussolini es el propósito de los invasores germanoitalianos de repetir el ataque contra Madrid simultáneamente desde distintas partes, con una gran masa de tropas italogermanas y locales, después de poner en peligro las vías de comunicación entre Madrid y Valencia. El ejército republicano del frente central se prepara ya para plantar cara a semejante nuevo asalto.

La operación del Ebro constituye un serio éxito del ejército republicano. Ha levantado el ánimo de las tropas. Pero sobre el fondo de este éxito, resultan aún más dolorosos los defectos del ejército que, de haberse eliminado, ya habría tomado Zaragoza. La oficialidad, que tiene a sus órdenes soldados magníficos, valientes, sufridos y fieles, aún no está a la altura debida. La falta de organización, la lentitud, la impericia en la dirección del combate, se dejan sentir a cada paso. Sobre todo, la lentitud.

La operación se inició de improviso, tal como era necesario. Pilló a los fascistas casi por sorpresa y con pocas fuerzas. La lentitud y la indecisión de los republicanos en el desarrollo del éxito, ha permitido a los facciosos desplazar reservas y, con esto, disminuir los resultados de la ofensiva.

Por otra parte, la operación aragonesa ha sido de gran utilidad para las unidades de este frente, totalmente en calma. Las divisiones catalanas se han convencido ahora, al actuar conjuntamente con las tropas venidas de otros frentes, que es posible avanzar, han tomado el gusto al pelear y atacar, desean hacerlo.





9 de septiembre

Los prisioneros fascistas capturados en Quinto han contado que estaban mandados por dos oficiales rusos zaristas, un general y un capitán, en calidad de ayudantes del jefe del sector fortificado. El general era pequeño, calvo y malo. Era artillero y, en otro tiempo, con el Franco ruso, mandaba todos los trenes blindados.

El capitán, al parecer, cayó gravemente herido y murió en Quinto. En cuanto al general, desapareció antes del último asalto. Los prisioneros no han podido comunicar nada más sobre esos dos hombres.

El relato era perfectamente verosímil. Es bien sabido que Franco tiene a su servicio, entre otra chusma, a muchos mercenarios de los guardias blancos rusos. Ahora, al examinar un montón de papeles y objetos arrojados por los fascistas en Quinto, el Estado Mayor de la división republicana N, ha encontrado una cartera de bolsillo con documentos. Los tengo ante mí.

Primer documento.Carnet de identidad número 94 978, extendido el 2 de febrero de 1937 por el prefecto de policía de París a nombre del señor Fok Anatoli, nacido el 3 de julio de 1879 en la ciudad de Orenburg, de profesión empleado, nacionalidad «emigrado ruso». En el carné, una foto de un hombre entrado en años, calvo, bigotudo.

Segundo documento,ya en lengua rusa: «Unión Nacional Rusa de participantes en la guerra. Carnet de miembro efectivo, de hijo de la patria. Nombre y patronímico: Apellido Fok, Anatoli Vladímirovich. Grado: general mayor. Dirección: 133, Rué Abbé Gruí. Año de ingreso en la Unión: 15 de octubre de 1936. Presidente de la Unión (firma), general Turkul. Secretario General (firma), capitán Blagov. Extendido en París el 3 de noviembre de 1936, número 101.»

Sello y foto del mismo señor, calvo y bigotudo.

Otros dos documentos son recibos de socio de la «Sociedad de los de Gallípoli en Francia» y de la «Unión de la halconería rusa en Francia».

Lo curioso en estos documentos son sólo las fechas y los números de orden. Los dos fueron extendidos el 3 de noviembre de 1936, es decir, el mismo día que el carné de «Unión de participantes en la guerra»; en cuanto a los números, el primero lleva el 8; el segundo, el 4. Por las fechas y números de los documentos, resulta claro que fueron extendidos con prisas, con fecha atrasada, antes de la partida hacia España.

En la cartera de bolsillo, encuentro además tres fotografías. En dos de ellas, un grupo de bravos y alegres requetés se ríen y levantan unas banderas ante el aparato. En la tercera fotografía, el mismo grupo fusila a un hombre en mangas de camisa, con las manos atadas y un pañuelo en los ojos.