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Lo mismo ocurre ahora: cuatro tanques han terminado de disparar; instantáneamente, el batallón que ha avanzado a rastras durante los disparos, hacia las trincheras, se levanta y se lanza al ataque; en sentido contrario corren sin armas, con las manos en alto y gritando «isalud!» los intimidados fascistas. Los llevan escoltados a la retaguardia, mientras los tanques siguen avanzando, hacia abajo, en dirección al cementerio.

Las baterías de Belchite han enmudecido. Parte de los cañones está destrozada; los demás han terminado las municiones. Pero no es tan fácil tomar la ciudad. Aquí están fortificados determinados barrios, calles y casas. Todos están armados: quien se negaba a combatir, ha sido fusilado sin dilación. Los evadidos explican que el mando de los facciosos, después de dirigir a las guarniciones de Codo y Mediana aquí, ha dado al grupo la orden de mantenerse a toda costa, ha prometido mandar pronto refuerzos y víveres. Anima a los fascistas por radio cada dos horas. Perder Belchite significa, para él, perder más de dos mil bayonetas y un importante nudo de defensa, casi en la conexión de los frentes de Aragón y de Teruel. Si el cerco se prolonga, o irrumpirán aquí las unidades fascistas desde el suroeste o la propia columna se abrirá camino a través de la estación y saldrá de la ciudad.

Como confirmación de estas aprensiones, en el flanco derecho, por Ja parte alta, aparecen unos remolinos de polvo: cuatro, cinco, luego hasta diez. Corren veloces hacia la ciudad. Se diría que se trata de infantería motorizada. Cesan las conversaciones. Desde el puesto de mando ordenan: que den la vuelta los tanques y que se dispongan a cortar el camino a la columna de la derecha. Pero en el último momento, todo se aclara. Se trata de carros blindados, mandados en ayuda del flanco derecho de las unidades catalanas que atacan. Todos respiramos aliviados.

Comienza la preparación del nuevo asalto. Mas, de pronto, las cabezas se levantan hacia el cielo: la aviación. Hoy se presenta ya por tercera vez. Por la mañana ha estado la fascista —ha bombardeado a la infantería que atacaba—; después, la republicana —ha bombardeado los fortines y las baterías de Belchite—; ¿Y ahora?

Intento distinguir en el cielo vespertino las siluetas de los aparatos, un minuto más tarde todo se aclara: doce Junkers, custodiados por cazas, se dirigen hacia aquí. ¡Y con qué rapidez! La infantería comienza a ocultarse en las rugosidades y grietas del terreno. Los tanques no se mueven, no oyen, pero oirán en seguida. El destacamento de aviones lanza las bombas sobre Codo, sobre el Codo desierto. Al medio minuto, todo el poblado desaparece bajo una inmensa columna de humo y llamas. ¡Se han equivocado! Pero no, a los Junkers les quedan bombas también para nosotros.

El batallón se dispersa gritando por el campo. El comisario grita: «¡Seguidme!», y arrastra a los hombres hacia la pendiente de la colina. En general, estar tumbado en la pendiente es preferible: hay menos peligro de que caigan encima las bombas y los cascotes. Pero es mucho mejor pararse y —sobre todo cuando el avión está cerca— contemplar tranquilo la línea de su vuelo. De esta línea, que coincide con la dirección de la serie de bombas que caen, hay que huir en sentido perpendicular, y a los cincuenta metros, la bomba ya no mata. El comisario vacila y corre hacia nosotros. Esto le ha salvado.

Nos echamos de golpe en un hoyo. Alguien grita: «¡Los caballos!» En efecto, cinco batallones de caballos corren enloquecidos por el campo, se levantan sobre las patas traseras. Pero ya es tarde. Hacia aquí se acercan atronadoras explosiones, cada vez más fuertes. El cerebro percibe su aproximación. Echado cara al cielo, uno se siente blanco inmóvil. La penúltima explosión nos ha cubierto de tierra. ¿Y la última? No ha habido última explosión. Todos estamos con vida, sólo ha muerto un caballo. Los Junkers, zumbando sonoramente, se dirigen hacia Belchite. ¡¿Acaso van a bombardear también allí?!

No, es otra cosa. Tres aviones, los que, durante el bombardeo, se han mantenido aparte, descienden ahora muy bajo y arrojan a la ciudad, en paracaídas, grandes sacos. Por lo visto son obuses, quizá cañones antitanque, es posible que, además, haya víveres.

¿Volverá hoy la aviación? No es probable. Ya son las ocho menos veinte, en seguida oscurecerá. Pausa. Luego, un retumbante disparo la batería de Belchite, que había enmudecido por completo, tira contra los tanques. Por lo visto, los sacos han servido para algo.





De noche, por los blancos caminos accidentados y llenos de baches, con los faros apagados, los jefes se dirigen al Estado Mayor del ejército. Dejan sus tintineantes Buiks y Chryslers ante una escuela rural. Un centinela soñoliento: en la mano izquierda, el fusil; en la derecha, un abanico. Sobre los pupitres de la sucia aula, baja de techo, hay mapas extendidos. Sobre la mesa hay un termo. Pero nadie lo utiliza. Generales y coroneles, toman, uno tras otro, el botijo y, a lo español, lo levantan por encima de la cabeza para que el chorro de agua caiga directamente a la garganta.

Todos están cansados; por otra parte, no hay cuestión a examinar. El objetivo principal de mañana es tomar Belchite y tomarlo de modo que no escape, no salga, ni un soldado fascista.

4 de septiembre

El 2 de septiembre, por la mañana, la resistencia de Belchite se acentuó sensiblemente. En seguida se cortó la corriente de evadidos fascistas. Sólo se pasó un sargento. Declaró que después de recibir los víveres, obuses y cartuchos que los aviones les arrojaron, la guarnición decidió mantenerse hasta el fin. Los facciosos han minado las calles, los edificios; tienen la intención de defender casa por casa. Creen que si logran mantenerse aunque sólo sean tres días, podrán salvar la ciudad. En la historia de España, Belchite ha sido sitiada tres veces y las tres ha resistido el asedio.

Uno de los sacos arrojados por los Junkers cayó en las posiciones republicanas. Había piezas de recambio para un cañón de setenta y cinco milímetros.

El mando fascista ha lanzado, en efecto, grandes fuerzas en ayuda de Belchite. En el sector de Mediana ha aparecido una fuerte columna con artillería y tanques. Bajo sus golpes, han empezado a retroceder algunas unidades republicanas, algo débiles, que se encontraban allí. Se ha creado una seria amenaza sobre la carretera Mediana-Belchite.

El 2 de septiembre, avanzando literalmente paso a paso, las compañías de vanguardia ocuparon los extremos de la ciudad, el molino arrocero, salieron del cementerio hacia el seminario. Los facciosos responden con fuego de ametralladora muy certero y con granadas de mano; una de las baterías dispara contra los arrabales. El jefe de la división, general Walter, ordena desplazar los cañones del lado opuesto de las pendientes, y empezar a disparar desde posiciones abiertas a una distancia de medio kilómetro. El combate se prolonga con furia enorme durante veinticuatro horas. Las pérdidas son muy grandes, por ambas partes.

Mas ayer, a eso de las cinco de la tarde, la resistencia de los fascistas quedó definitivamente rota. Entre las ruinas de las casas suena algún que otro disparo. Irrumpen en la ciudad tropas de infantería, autos blindados, ambulancias. Avanzada la noche, empieza a trabajar la comandancia republicana, comienza la entrega y clasificación de las armas.