Страница 180 из 196
Junto a las baterías, están atareados dos jóvenes con los cabellos blancos de polvo. Son franceses: el capitán Carré-Gaston y el teniente Samuel quienes, junto con un grupo de seis jóvenes comunistas, franceses y belgas, tan heroicamente han atacado a Quinto con el viejo cañón. Están entusiasmados con los trofeos. Los cañones abandonados por los fascistas se encuentran en perfecto estado y con reserva de municiones.
El pueblo se ha tomado, pero aún no ha quedado limpio de enemigos. Varios centenares de fascistas se han encerrado con ametralladoras en la iglesia. Los demás, se esconden por las casas. En las callejuelas hay tiroteo. El jefe de la unidad sanitaria ha venido en la primera ambulancia. Hace entrar el vehículo en la plaza de la iglesia, sale para recoger a los heridos y una bala en la sien, disparada desde el campanario, le deja muerto en el acto. Colocan el cadáver en la ambulancia.
En el ataque han muerto ocho jefes y comisarios republicanos, unos sesenta soldados. Con algunos de ellos he hablado por la noche al comenzar a escribir estas líneas; ahora no están entre los vivos. Los fascistas han perdido quinientos hombres.
Pero la vida triunfa sobre la muerte. Por las calles avanza una multitud de refugiados. Los fascistas han evacuado sólo a la población en condiciones de luchar. A los viejos, a las mujeres y a los niños los han dejado bajo el fuego. Ahora se los manda a la retaguardia republicana, por si los fascistas contraatacan o bombardean. Los soldados, cansados, polvorientos, galantean a las mozas.
Por la calle principal conducen un enorme rebaño de ganado. También él ha sido hecho prisionero.
Luego, entre el tiroteo, entre los lamentos de los heridos, se oye, de súbito un increíble y alegre ruido, griterío y risas. ¿Qué ha ocurrido? Han encontrado un pozo, un verdadero pozo, con agua, y al instante se ha formado allí una larga y vocinglera cola de soldados. Alguien ya ha tomado providencias: se llenan las cantimploras, el agua no se lleva en cubos, pues no bastaría para todos, y primero hay que dar a probar el agua a una oveja, por si está envenenada.
La oveja bebe y no le pasa nada, el agua es buena, no está envenenada. No han tenido tiempo de envenenarla.
Desciende la noche. Aquí, es posible dormir.
31 de agosto
Hoy el día es caluroso y sofocante como pocos. Pero durante el día, no hay dónde tumbarse: la sombra más próxima es la de un solo olivo y luego, a muchos kilómetros de distancia, un sotito polvoriento en el que se ha escondido la reserva de tanques. No se debe estar tumbado: sería la manera más segura de sufrir un ataque de insolación. No hay tiempo de estar tumbado, pues desde la mañana otra vez se lucha y, en torno, todo está en el combate, todo participa en él, todo influye en él y de él depende.
Durante estos días, el ejército, aunque con lentitud, ha atacado sin cesar. Después de Quinto, han sido tomadas las poblaciones de Mediana, Codo, Puebla de Albertón, Ermita y Castillo de Banastro. Todo esto no son sólo pueblecitos, sino auténticas fortificaciones pequeñas, con defensas en círculo, con excelentes reductos de cemento y cemento armado, sistema alemán, con fortines y refugios, con artillería, morteros y ametralladoras. Todo ello, en su conjunto, constituye un fuerte cinturón fortificado que cubre a los fascistas en el frente de Aragón. La pasividad de las unidades republicanas de Cataluña durante casi un año entero ha permitido a los fascistas fortificarse aquí tan sólidamente.
Mediana y Codo están por completo desiertos. Aquí, los republicanos no han hecho ni un solo prisionero. Las unidades fascistas que han sobrevivido, se han unido a la guarnición de Belchite. Allí han llevado también a todos los jóvenes campesinos, movilizados a la fuerza. Los viejos, las mujeres y los niños se han dispersado.
Codo está desierto, como encantado. En calles y patios, ni una alma. Por las terrazas de la colina se apelotonan casas de uno y dos pisos, edificadas con piedra gris. En las plantas bajas, hay amontonados sacos de trigo, enormes tinas de aceite de oliva; en las casas de los ricachones, cuelgan de los techos jamones ahumados. La vajilla en las alacenas, la ropa en los armarios, flores aún no marchitas en un jarro, periódicos zaragozanos del 28 de agosto; la huida de este lugar ha sido repentina y trágica. Corretean fatigadas gallinas; el comisario ha dado la orden de no tocarlas, pero ahora no hay quien pueda ocuparse de darles de beber. Las puertas de la iglesia están abiertas de par en par, en el altar arden las lámparas, yacen las vestiduras sacerdotales, está abierto el sagrario. En un cesto de cañas, velas clasificadas. En un plátito, han quedado monedas de cobre. Y al lado mismo, sobres con dibujos religiosos: Cristo bendice un rebaño de ovejas. Si se cierra el sobre, la cabeza de Franco impresa en la lengua del sobre cubre la cabeza de Cristo y se le aloja cómodamente en el cuello...
En la comandancia militar, cajas de cartuchos, retratos de generales sobre la mesa, listas de campesinos con anotaciones: «ex anarquista», «ex socialista», «la mujer, en Murcia». En la plaza, un cartel de la Falange fascista, precipitadamente rasgado por alguno de los soldados que han pasado por aquí corriendo.
No es posible permanecer en este lugar, dan náuseas: el viento difunde el terrible hedor de los cadáveres, que cubren toda la pendiente de la montaña y el extremo del poblado. He ahí un moro enorme, brazos y piernas extendidos. A su alrededor, dispersadas por el suelo vainas de cartuchos disparados; lleva la guerrera abierta y en el negro e hinchado pecho, una gran mancha de sangre. Y otros cuatro cuerpos entecos yacen de espaldas, con las nucas deshechas. Les ha pegado un tiro su propio oficial...
Desde la inmediata hilera de colinas, a través de una hondonada, la Brigada N ataca los fortines avanzados de Belchite. Uno de ellos ha caído hoy al amanecer —se ha entregado él mismo—. El sargento ha dado muerte a su oficial y junto con cuarenta soldados se ha pasado al lado de la República. Ahora está sentado en una trincherita, entre el jefe de la brigada y el jefe de artillería, fuma y señala los objetivos.
Todo el peso del ataque ha recaído en este flanco, el izquierdo. Por el otro lado, desde detrás de la estación, dos brigadas locales, formadas por aragoneses, actúan con muy poco empuje, y se pasan la mayor parte del tiempo discutiendo con los tanques sobre cómo atacar y quién ha de atacar primero. Cuando los tanques abrieron enérgico fuego contra la estación, los soldados de estas brigadas se agruparon junto a las máquinas y se pusieron a aplaudir llenos de entusiasmo. Pero no han ido al ataque y han esperado a que la artillería de Belchite disparara contra los grupos y matara a varios hombres.
Por la izquierda atacan los madrileños, con mucha valentía, si bien aún con no mucha pericia. Corren hacia adelante de cuerpo entero, inclinando sólo ligeramente la cabeza, y se burlan de los que bajo el fuego se arrastran como si fueran unos cobardes. En cambio, si el fuego siega a varios hombres, todo el grupo se detiene y se ha acabado el ataque, es necesario volver a comenzar desde el principio después de una pausa. A fin de cuentas, llegan precisamente quienes avanzan con cautela, arrastrándose.