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En una de las calles centrales, cinco explosiones han desfigurado un gran edificio cubierto de banderas inglesas. ¡Qué incorrectos, esos obuses!
12 de agosto
No hace mucho vieron la película Golpe por golpe—maniobras en Bielorrusia— y cambiaron impresiones muy tumultuosamente.
—¡No te digo nada!
—¡Allí deberíamos de ir nosotros, donde los tanquistas soviéticos, a ver y aprender!
—¡Y qué terreno!
Explican filosóficamente y con sentido del humor:
—Se diga lo que se quiera, pero nosotros, tanquistas españoles, luchamos en condiciones difíciles. Aquí todo es antitanque. El terreno, el clima, los cañones y la gente.
Es difícil discutírselo. Seguramente no se encontraría en ninguna parte un relieve tan poco propicio para la actuación de los tanques. Bien estaría que se tratase de auténticas montañas, en este caso no habría de qué hablar. El tanque no está obligado a subir por una pared y basta. Pero aquí, sobre todo en el frente del centro, el terreno es rocoso —ondulado—, boscoso y demás. Se encuentra un valle de medio kilómetro; luego, el valle se estrecha formando un desfiladero como una rendija; después, se abre un campo dilatado, llano, pero entrar en ese campo tampoco es cosa fácil: hay que dar vueltas por las laderas y descensos a la vista del enemigo. Luego se presenta en seguida otra pendiente que ni siquiera es muy alta, pero sí terriblemente empinada. Mientras la doblas, ofreces al enemigo toda la barriga del tanque. No hay que abrir muchos fosos antitanque. La naturaleza los ha excavado con gran abundancia, como no habría podido hacerlo ninguna unidad de zapadores. El conductor ha de hacer gala de un extraordinario arte y aun de mayor paciencia.
El clima de España es de lo más antitanque. De esto se ha escrito mucho en la prensa europea y distinguidos especialistas militares presagiaban que desde comienzos del verano a este lado de los Pirineos se interrumpirían por completo las acciones de los tanques. Se aducía como ejemplo Abisinia, donde con la llegada del calor, los tanques dejaron de funcionar: no lo resistían ni las personas ni las máquinas. Aquí resisten personas y máquinas. ¡Pero lo que ello cuesta! La temperatura en el tanque, cuando está en marcha, se eleva hasta los sesenta y cinco grados; la del aceite, ¡hasta los ciento cinco! Ya pesar de todo, el mecanismo trabaja sin fallos y los hombres en las máquinas atacan las líneas fascistas, las rompen, llegan hasta las posiciones de fuego y las liquidan. Y téngase en cuenta que la simple conducción del tanque, la simple permanencia en ese sofocante aire metálico, candente, es ya un acto digno de admiración.
Mi interlocutor cuenta:
—Hablando con sinceridad, una vez, de todos modos, no lo soportamos. Sentimos que, un poco más y nos desmayamos, pues, la verdad, no se podía respirar. Lo experimentamos todos, pero individualmente. Y para que lo sintiéramos a la vez, hacía falta que lo dijera el comandante. Y he aquí que, después de haber disparado una dotación de municiones, el jefe dice: «Vamonos a repostar de aire.» Nos apartamos unos ochocientos metros, bajo un olivo, salimos del tanque y venga a respirar. ¡Pero cómo respirábamos! En mi vida había respirado de aquel modo. Respirábamos, en verdad espléndidamente. Cerca de nosotros, a muy poca distancia, cayeron dos obuses, pero ello no influyó para nada en nuestra respiración. Luego, de vuelta, ocupamos nuestro lugar y volvimos al combate. Claro, perdimos en aquello dieciocho minutos, pero, se lo aseguro, el resultado fue de todos modos muy útil...
La artillería antitanque no constituye, desde luego, en lo más mínimo, una peculiaridad española. Pero es, precisamente, en la campaña española donde este tipo de arma ha aparecido por primera vez. Pequeños cañones casi del todo imperceptibles para la aviación y las tropas de tierra, transportables con mucha facilidad hasta las líneas más avanzadas, saben clavar sus aguijones dolorosamente. Ponerse al abrigo de esta artillería es difícil, sobre todo en las condiciones que ofrece el relieve español. Uno de los recursos de lucha más eficientes contra el cañón antitanque, según ha demostrado la experiencia de combate, es que una máquina atraiga sobre sí el fuego de los cañones y los otros dos tanques, con ayuda de la infantería o sin ella, tomen como en tenaza, desde dos partes, los cañones antitanques, disparen contra ellos y los aniquilen.
En el transcurso de algunos meses, los tanquistas republicanos de España han experimentado sobre sí toda la suma de los recursos de fuego antitanque de que dispone hoy la técnica militar.
—¿Y qué efecto les producen los ataques de la aviación?
—Por suerte, casi no nos producen ningún efecto. Las tres cuartas partes del miedo que provoca a los soldados en el combate, para nosotros no existen. A la aviación no la vemos, y cuando nuestro motor está en marcha, no la oímos. Los cascotes de las bombas no atraviesan nuestro blindaje. La bomba en sí, naturalmente, hace daño, mas para esto primero ha de hacer blanco, lo cual, en toda la guerra, ha sucedido sólo una o dos veces. Con frecuencia nos atacan cazas fascistas. Notas que por la tapa de hierro parece como si cayera granizo. En general, esto resulta perfectamente aceptable...
Durante largo tiempo, los tanquistas, en son de broma, también denominaron antitanque a su propia infantería: no había modo de coordinar la acción con ella. En los ataques, las unidades de infantería a menudo se rezagaban, no era raro que llegaran incluso a perder de vista el tanque. No sabían fortificarse en los lugares donde los tanques habían abierto brecha, no comprendían el sentido de la movilidad y de la capacidad de maniobra de la máquina, y la entendían sólo como batería que iba con ella, con la infantería: a donde iba la máquina, allí debían ir los infantes. Si una sección de tanques o incluso una sola máquina volvía a la retaguardia para repostar gasolina o municiones, se tomaba eso por una retirada, y la infantería marchaba animosa siguiendo al tanque, hacia atrás. El tanque repostaba, y la infantería otra vez le seguía animosa hacia adelante...
Ahora la situación ha cambiado, si no totalmente, por lo menos de manera radical. En los combates y en los ejercicios tácticos, cuando hay un respiro, infantes y tanquistas se han hablado y se han comprendido. Ahora, en las operaciones de tanques, la infantería a menudo va pegada a las máquinas.
Los tanquistas hablan de sus preocupaciones y necesidades medio en broma, como si se tratara de las diversiones más inocentes. En realidad, estos héroes han vivido decenas y centenares de horas de peligro mortal. Después de penetrar en la profundidad del dispositivo fascista, con el riesgo de quedar cercados a cada instante o simplemente de atascarse en algún obstáculo natural, embotellados en su caja metálica, los tanquistas regresan a su punto de partida sanos y salvos (por desgracia no siempre) sólo merced a su valentía sin límites, a su sangre fría y a su ingenio. Hay momentos en cada combate en que al soldado o al jefe no pueden acudirle en ayuda ni las instrucciones ni las indicaciones ni los reglamentos ni las enseñanzas. Son, sólo, el propio arrojo y entendimiento lo único que pueden asegurar el éxito del ataque o sacar al combatiente, a sus camaradas o a la máquina, de un mal paso. Y en estos momentos, se muestra la naturaleza del hombre, su fidelidad a la causa por la que lucha, su educación revolucionaria.