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En el mismo día de hoy, el gobierno ha agasajado al Congreso con una comida en la playa, en el restaurante de Las Arenas. Aquí todo ha sido más espontáneo, sin que, por ello, faltaran los discursos. Han hablado el ministro de Instrucción Pública, después Ludwig Re
Al final del banquete, ha llegado y ha sido acogida con aplausos, una parte rezagada del Congreso, venida directamente desde Barcelona. El gobierno inglés negó los pasaportes a los escritores de su país. Malraux se ofreció para trasladar sin formalismos a este grupo y a algunos emigrados alemanes a España. Ahora ha introducido, no sin efecto, a sus clientes en la sala. Entre el alborozo y los aplausos ha dicho a media voz, guiñándome un ojo como un mozalbete: «Los contrabandistas os saludan.»
Por la noche han bombardeado concienzudamente la ciudad —es posible que con motivo del Congreso—. Los delegados dormían como troncos después del viaje y de las impresiones del día. Podían haberse quedado dormidos todos. Yo he ordenado a la telefonista del Metropol que despertara en seguida a toda mi delegación y la he conducido solemnemente al sótano. Tocaban las sirenas, la artillería antiaérea disparaba sin cesar, el ruido que producía era como si desgarraran enormes trozos de tela. Se oían, a lo lejos, las sordas explosiones de las bombas. «¿Qué tal?» —he preguntado en tono de hospitalario anfitrión. Todos estaban impresionados y muy contentos. Vishnievski ha preguntado cuál es el peso de las bombas. Pero yo no lo sabía. El diablo sabe lo que pesan. Tolstoi ha dicho que lo que menos importa es el peso, lo importante es que son bombas. Con su pijama carmesí, estaba magnífico, en el sótano.
Me dormí de buen humor. A pesar de todo, este Congreso diabólico se ha celebrado, por más que hayan intrigado contra él.
Todo marcha bien.
5 de julio
Hoy han hecho uso de la palabra Julián Benda, el escritor holandés Brauer, Malcolm Kowley, el argentino González Tuñón, el mexicano Mancisidor.
A
Tolstoi ha hablado de la libertad y de la cultura. Ha dicho:
—La humanidad no cambiará nunca la libertad del trabajo libre por los campos de trabajo del fascismo. Los mamuts y los rinocerontes, los osos de las cavernas, parecían mucho más potentes. En las cuevas pirenaicas, el genio del hombre ha dejado la representación inmortal del mundo de los monstruos por él vencido. ¿Acaso no basta ello para infundirnos un gran optimismo? Dicen que el gran arte no coincide con las épocas revolucionarias. El arte, que refleja la amargura del desencanto, el arte del ensueño, que no halla cobijo en esta vida, el arte negativo, hasta ahora parece que ha coincidido con los tiempos de calma social y política... Pero esto ha sido. Esto es algo que pertenece al pasado. El tesoro de las artes y el pensamiento humanista son nuestra herencia... Nosotros somos la generación de una gran frontera, cuando el viejo mundo, antes de desplomarse para siempre, muerde, como encarnizado lobo, a derecha e izquierda. Nosotros elaboramos el arte de la revolución, el arte del nuevo hombre. No importa que parezca inmaturo, técnicamente imperfecto, a los refinados hombres del Occidente; pero en él bulle y brota como refrescante humedad el nuevo humanismo. Y es comprensible a las masas. Es su arte. Es un arte fraterno. Y nuestros lectores, precisamente en nombre del alto concepto del «arte», han privado, por ejemplo, a un estilista como André Gide, del título de escritor del pueblo. El arte soviético es realista como la tierra bajo el brillante sol; ese arte es realista como la severa mujer que camina por el surco, heroicamente, como un guerrero que da su vida por la felicidad de su patria, optimista, como la juventud. Este arte es de todo el pueblo porque es fruto de los impulsos creadores de las masas del pueblo.
6 de julio
Formando una gran caravana, el Congreso se ha trasladado hoy de Valencia a Madrid. Por el camino, un coche en el que iban Malraux, Ehrenburg y Kellin, ha chocado con un camión de obuses. Por poco ocurre una catástrofe.
En el pueblo de Minglanilla, los delegados han comido en casas de campesinos. Ha habido enternecedoras y vivas escenas de confraternización. Al atardecer, en Madrid, en un jardín de los alrededores de la ciudad, el ayudante del general Miaja ha recibido y saludado al Congreso.
Emocionados y nerviosos, los escritores se han instalado en el vacío hotel Victoria, preparado bien que mal para esta ocasión.
Por la noche han tronado los cañones. El Congreso no ha dormido. La gente iba de una habitación a otra, aguzando el oído, inquieta. Pero los cañones que retumbaban eran los nuestros: ayer, las tropas republicanas rompieron el frente por Villanueva de la Cañada, ¡atacan a Brúñete y a Quijorna! En gozoso día hemos llegado aquí.
7 de julio
Por la mañana, el Congreso ha celebrado su sesión en la sala del «Auditorio». Los madrileños han dado una lección al confuso Valencia, lo han organizado todo con muy buen sentido y eficacia. El ambiente de trabajo es aquí otro, más disciplinado, más preciso, menos oficial, más revolucionario. En los asientos destinados al público se ven muchos militares soldados y oficiales, españoles e internacionales. Los delegados buscan a sus compatriotas, conversan alegremente, les entregan regalos, cigarrillos, ropa y víveres.
Hoy han hablado René Blak, el argentino Uturburu, el chileno Romero, Willi Bredel, Vsievolod Vishnievski, Vladimir Stavski, Ludwig Re
Mediada la sesión, ha entrado de súbito en la sala una delegación de las trincheras con la noticia de la toma de Brúñete y con una bandera recién capturada a los fascistas. El entusiasmo ha sido indescriptible.
No veo en absoluto Madrid. Paso por sus calles corriendo en automóvil y no tengo tiempo de observar nada. ¿Ha cambiado la ciudad en estos meses?
En la sesión de la tarde, la mayor parte de los oradores han hablado en español. Por esto se ha celebrado en el enorme local del cine Goya, para que los madrileños pudieran asistir.