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29 de junio
Terrible ajetreo y desorden en la preparación del Congreso. Se ocupan de ello, al mismo tiempo, dos gobiernos —el central y el catalán—y en cada uno de ellos, tres ministerios —el de Relaciones Exteriores, el de Gobernación, y el de Instrucción Pública—; además, el Ministerio de la Guerra, el comisariado general, la Alianza de Escritores y aun todos aquellos que no se sienten perezosos. Con todos ellos ha de discutir y regatear la asociación de escritores. El burocratismo, en España, es perezoso e ingenuamente enfático. La preocupación principal de los funcionarios ministeriales es encubrir a los delegados el indecente hecho de que España ahora está en guerra. Con este fin idean mil providencias y subterfugios. Ofrecen para las sesiones sitios apartados en zonas tranquilas, en palacios fuera de las ciudades, rodeados de parques. En el programa de excursiones, incluyen diversas banalidades turísticas: pesca, visitas a antiguas ruinas y estaciones prehistóricas. Yo me esfuerzo en persuadirlos de que si los delegados hubieran buscado paz y diversiones, habrían encontrado, sin duda alguna, ahora, otro país más apropiado para el Congreso. A los funcionarios esto no los convence. La idea del viaje de los delegados a Madrid los horroriza. «Pero ¿qué verán, allí? Destrucciones, una ciudad poco cuidada. ¿Qué sentido tiene para el Congreso, irse de Valencia? Aquí está el gobierno, aquí se encuentran todos los ministerios, aquí está, ahora, la capital, aquí hay todo lo que pueda interesarles...»
3 de julio
Por la mañana hemos partido al encuentro de los delegados al Congreso. En Benicarló, a orillas del mar, en la terraza de un pabellón turístico, se les ofrece una comida. Los españoles han hecho un gran esfuerzo, han preparado un menú excelente, lo han servido con gusto, han puesto a la mesa vinos exquisitos. En torno, flores, el mar azul, abundancia y engalanada hermosura de Levante. «Pero ¿dónde está la guerra? —se preguntan asombrados los huéspedes—. Esto es lirismo puro, un paraíso terrenal.»
Salen del coche y se saludan amigos y conocidos de todo el mundo. Parisinos, americanos, balcánicos, rusos. Están fatigados, pero llenos de animación. Miran ávidos a su alrededor, interrogan a los «viejos» españoles: Ludwig Re
Alguno de los delegados ha traído el libro de André Gide, ya su segundo libro acerca de la URSS. Lo he hojeado: eso ya son injurias y calumnias de corte abiertamente trotskista. Gide no lo disimula, cita abiertamente los nombres de trotskistas y antisoviéticos destacados que, «con mucha amabilidad», le han facilitado materiales. Y estos materiales constituyen una mezcla de recortes de periódico dogmáticamente seleccionados y de viejas anécdotas contrarrevolucionarias.
4 de julio
El Congreso ha abierto sus sesiones hoy por la mañana, oficial y solemnemente, en el salón del ayuntamiento en el que ahora se reúnen las Cortes. El jefe del gobierno, Juan Negrín, ha abierto el Congreso con unas breves palabras de bienvenida. En nombre de los escritores, le ha contestado el delegado de más edad, Martín Andersen Nex. El viejo no ha tenido bastante en cuenta la solemnidad del acto. Durante todo el camino, en automóvil, entre el polvo y el calor tropical, no se ha quitado la levita negra, la pechera bien almidonada y la corbata. En cambio, aquí, en la ceremonia oficial, se ha presentado con camisa de cuello abierto, sin corbata, mostrando el pelo crespo y blanco de su ancho pecho caduco. Los operadores cinematográficos estaban desilusionados, pero la sala ha aplaudido fervorosamente las palabras vivas y sencillas del buen viejo Nex. Negrín le ha invitado a ocupar un sitio en la mesa, y se ha ido después de ceder la presidencia del acto.
Álvarez del Vayo, miembro de la Asociación de Escritores, participó en el primer Congreso, celebrado en París, como emigrado español. Ahora ha recibido su carné de delegado, pero ha saludado a los participantes en el Congreso como comisario general de guerra.
—Nuestros combatientes de primera línea aprenden a leer y a escribir. Han prestado un juramento: que no haya ni un analfabeto entre ellos. Son vuestros aliados. Han leído en las trincheras las vibrantes palabras de Romain Rolland y de Heinrich Ma
A Álvarez del Vayo le responde brevemente, en nombre del Congreso, el presidente de la delegación soviética, Koltsov. Ovaciones dirigidas a la Unión Soviética. La sala canta la Internacional.
El presidente de la Alianza española, José Bergamín, habla de la cultura de su país:
—Lo que, fundamentalmente, ha de preocupar al escritor es su vínculo con las otras personas. En este vínculo se hallan las raíces de su existencia. En él radica el sentido de su vida y de su trabajo. El nexo del escritor con las demás personas se da en el tiempo y se efectúa por medio de la palabra. La palabra es frágil, y el pueblo español llama a la flor del diente de león —flor cuya vida depende de un soplo— «palabra humana». La fragilidad de las palabras humanas es indiscutible. Nuestro gran poeta Cervantes dijo de la palabra: «debe estar con un pie en los labios y con otro entre los dientes». La palabra no es sólo la materia prima con que trabajamos; es, además, nuestro nexo con el mundo. Es la afirmación de nuestra soledad y, al mismo tiempo, es la negación de nuestra unión... En la sensación de la integridad del tiempo, en la sensación del movimiento hacia adelante, en la conciencia revolucionaria de este movimiento, de este nexo del pasado con el presente y del presente con el futuro, está la afirmación del pueblo como hombre y del hombre comopueblo... Toda la literatura española de los tiempos pasados es un testimonio de los anhelos populares, de los impulsos del pueblo español, cara al futuro. Toda la riqueza de la cultura española, que siempre ha sido cultura popular, parte del nexo orgánico de los creadores de la cultura con los anhelos del pueblo... Dirigid la mirada hacia atrás, hacia las cumbres de la cultura popular española: Cervantes, Quevedo, santa Teresa, Calderón, Lope de Vega. Veréis hasta qué punto están solos y al mismo tiempo en qué medida están enraizados en la entraña del pueblo. Son voz del pueblo. Toda la literatura española ha sido escrita con la sangre del pueblo español. Lope de Vega escribió: «La sangre grita la verdad en libros mudos.» Esta misma sangre grita ahora la verdad en víctimas mudas. La sangre grita en nuestro don Quijote, en el inmortal don Quijote. Es la eterna afirmación de la vida contra la muerte. He aquí por qué nuestro pueblo, fiel a sus tradiciones humanitarias, ha aceptado el combate contra la muerte. En los inolvidables días de julio justificó con su sangre sus palabras. El pueblo español está salvando, ahora, los valores humanos —en primer lugar la fraternidad— contra el humano egoísmo.