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Me eché a reír.

– Me temo que todavía no he acabado de dominarla, pero gracias por el cumplido. Es una lástima que Morley y Ben no se reconciliaran.

– Los dos eran unos cabezotas -dijo con enfado fingido-. Morley se olvidaba siempre del motivo de la pelea. Oh, siéntese, por favor, Louise vendrá enseguida con el té.

Tomé asiento en una silla tapizada.

– No quisiera molestar y le agradezco que me haya recibido. Debe de estar rendida.

– Calle, calle, ya estoy acostumbrada. Le pido perdón de antemano, pero si me quedo dormida, siga hablando tranquilamente con Loo. Acabamos de llegar de la funeraria, para eso que llaman «contemplación».

– ¿Qué aspecto tiene?

– Bueno, los difuntos no tienen nunca buen aspecto. Parecen deshinchados. ¿No se ha dado cuenta? Como si les extrajeran la mitad de lo que tienen dentro -dijo. Hablaba con sentido práctico, como si comentara el estado de un colchón y no el del hombre con el que había estado casada más de cuarenta años-. No quisiera parecer insensible. Le quería mucho y su muerte ha representado un gran golpe para mí. Durante todo el año hablamos mucho sobre la muerte, pero yo creía que nos referíamos a la mía.

Louise entró en la sala de estar.

– El té está casi listo. ¿Por qué no nos cuenta mientras tanto el motivo de su visita? -Se sentó en el brazo del sillón de cuero de Morley.

– Quisiera despejar un par de incógnitas y pensé que ustedes quizá podrían ayudarme. ¿Les habló Morley en algún momento del caso en que trabajaba? Si ya están informadas, no perderé el tiempo poniéndolas en antecedentes.

Dorothy se arregló el edredón.

– Morley me hacía comentarios sobre todos los casos en que trabajaba. Por lo que sé, el tal Barney ya había sido procesado por homicidio. Y el ex marido de la víctima, ha presentado una demanda para demostrar que Barney es culpable de muerte en circunstancias sospechosas, con el fin de heredar los bienes de la mujer.

– Exacto -dije-. David Barney se puso ayer en contacto conmigo, en dos ocasiones. Dice que habló con Morley el miércoles de la semana pasada. Y me dio a entender que Morley, instado por él, iba a investigar un par de detalles. ¿Les comentó Morley lo que se traía entre manos? Me gustaría resolver este rompecabezas, pero no quisiera sacar conclusiones precipitadas, si puedo evitarlo.

– Vamos a ver. Sé que el hombre se puso en contacto con él, pero no me dio más detalles. Yo había ido a terapia el miércoles por la tarde y me encontraba fatal. Solíamos pasar juntos un buen rato al caer la tarde, pero el cansancio pudo más y me fui a la cama. Dormí toda la noche y buena parte del jueves.

Miré a Louise.

– ¿Y a usted? ¿Le dijo algo?

La aludida negó con la cabeza.

– Nada concreto. Sólo que habían sostenido una charla y que tenía cosas que hacer.

– ¿Le dio la sensación de que creía lo que David Barney le había contado?

Meditó unos instantes y negó con la cabeza.

– No sabría decirle. Pero algún crédito tuvo que darle, de lo contrario no se habría movido.

– Loosie -intervino Dorothy-, eso no es del todo cierto. Le dijera Barney lo que le dijese, Morley se esforzaba por ser imparcial. Consideraba ridículo hacer suposiciones mientras no estuvieran todas las cartas sobre la mesa.

– Eso mismo me enseñaron a mí -dije. Metí la mano en el bolso y saqué las fotografías-. Creo que las hizo el viernes. ¿Les dijo qué se proponía hacer con ellas?

– A eso sí puedo responderle -dijo Louise con presteza-. Habíamos comido muy pronto. Como Morley estaba a régimen, prefería comer aquí, en casa; decía que había menos tentaciones. Hacia el mediodía se dirigió al despacho para recoger el correo. Tenía una cita a primera hora de la tarde y pasó el resto de la jornada buscando camionetas. De regreso dejó el carrete para que lo revelaran y dijo que iría a recoger las fotos el sábado, que fue cuando empezó a sentirse mal. Lo más seguro es que se olvidara por completo.

– ¿Cómo sabía lo que tenía que buscar?

– ¿Se refiere al modelo de la camioneta? Sobre eso no comentó nada. Pensaba que una misma camioneta podía haber estado relacionada con no sé qué accidente, pero no especificó cuál ni cómo había llegado a esa conclusión. La descripción del vehículo la había conseguido del atestado levantado por la policía en su momento.





Calculé el tiempo. Todo parecía deberse a su conversación con David Barney.

– ¿Qué ocurrió el sábado?

– ¿En relación con su trabajo? -preguntó Louise.

– En relación con todo. -Miré a Louise y a Dorothy para que me respondiese cualquiera de las dos.

Fue Dorothy quien recogió el guante.

– Nada fuera de lo corriente. Trabajó un rato en el despacho, escribiendo cartas y cosas por el estilo, según creo.

– ¿Alguna cita?

– Si tenía que ver a alguien, no lo dijo. Volvió alrededor de las doce del mediodía, pero apenas si probó bocado. Solía comer en mi habitación, así me hacía compañía mientras tanto. Le pregunté si se encontraba mal, y contestó que le dolía la cabeza y que le parecía que estaba enfermo. Pensé que menuda le había caído a Louise: dos inválidos por el precio de uno. Cuando le aconsejé que se acostara, no creí que fuera a hacerme caso, pero me obedeció. Resultó que había cogido la gripe esa que causa estragos por todas partes. Pobrecillo. Vómitos, diarrea y retortijones.

– ¿No pudo haber comido algo que le produjera una intoxicación?

– Lo dudo, querida. Sólo había desayunado cereales con leche descremada.

– ¿Morley tomó cereales con leche descremada? Nunca lo hubiera creído -dije.

Dorothy se echó a reír.

– Obligué al médico a que lo pusiera a régimen: mil quinientas calorías diarias. El sábado sólo se tomó una sopita y una tostada para comer. Dijo que tenía náuseas y que se le había quitado el apetito. A media tarde ya no podía con su alma. Se pasó media noche con la cabeza metida en el retrete. Bromeamos sobre turnarnos si de pronto yo empeoraba. Estaba mejor el domingo por la mañana, aunque no lo parecía por su aspecto. El color de la cara daba miedo, pero había dejado de vomitar y pudo tomarse una tónica.

– Hábleme de la cena del domingo. ¿La preparó usted?

– No, querida, yo no cocino. Hace meses que no piso la cocina. ¿Tú te acuerdas, Loosie?

– Preparé una cena fría, una ensalada de pollo -dijo la aludida. Brotó de la cocina el pitido penetrante del cazo. Louise murmuró una disculpa y se alejó mientras Dorothy reanudaba lo que su hermana había comenzado.

– Yo me encontraba mejor entonces y me senté con ellos a la mesa, sólo para hacerles compañía. Morley se quejaba de que le dolía el pecho y supuse que era una indigestión. Louise estaba preocupada. Yo, en cambio, recuerdo que le tomé el pelo. Ya he olvidado lo que le dije, pero estoy segura de que fue una tontería. Morley apartó el plato y se levantó. Se apretaba el pecho con la mano y respiraba con dificultad. Dio un par de pasos y se desplomó. Murió casi al instante. Llamamos a una ambulancia y probamos la respiración boca a boca, pero fue inútil.

– Señora Shine, no sé cómo decírselo, pero, ¿aceptaría usted que se le hiciera la autopsia? Es un tema delicado, ciertamente, y puede usted pensar que no tiene objeto, pero personalmente me quedaría más tranquila si supiéramos con certeza la causa de la defunción.

– ¿Por qué dice eso?

– Tengo motivos para sospechar que alguien adulteró los fármacos que tomaba o alguna cosa que comió.

Se me quedó mirando con una expresión casi resplandeciente.

– Usted cree que lo mataron.

– Me gustaría eliminar esa posibilidad. Tal vez sea mínima, pero de otro modo nunca lo sabremos. Una vez que lo entierren…

– Entiendo -dijo-. Me gustaría consultarlo con Louise y quizá también con el hermano de Morley, que llega esta noche.

– ¿Podría llamarla más tarde? Siento tener que insistir. Sé que es lamentable, pero el entierro es mañana y el tiempo se nos echa encima.