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Existían, por supuesto, muchas razones por las cuales ese mundo podría ser más activo en seísmos que la Tierra. Era más grande, con un diámetro de novecientas cien mil millas y una masa un cuarenta por ciento más grande que la de la Tierra, de forma que un hombre de ciento setenta libras pesaba en su superficie ciento ochenta. Las diferencias porcentuales eran pequeñas, pero la cantidad total de fuerzas orogénicas disponibles era muy superior a la del planeta de donde proviene la especie humana. De cualquier forma, ahí estaba la evidencia: los períodos de formación de montañas eran cortos, frecuentes y locales.

Esto debía haber contentado al departamento de biología, aunque los fósiles vertebrados les proporcionaron, para su desgracia, más quebraderos de cabeza.

No había resultado difícil establecer una secuencia bastante aproximada de la vida del planeta, recorriendo lo que tenían que haber sido varios cientos de millones de años, si la Tierra hubiera podido servir de ejemplo. Esta secuencia empezaba con cosas que tuvieran una parte inferior lo suficientemente dura como para protegerlas, seguía por criaturas con huesos comparables a los peces y acababa con unas criaturas con piernas que respiraban bastante claramente aire y que se pasaban la vida, en su mayor parte, en tierra firme. Hubiera sido simpático poner el final de esta serie en una página, en su parte inferior, y Dar Lang Ahn en la superior, con las formas intermedias en medio, pero esto resultaba imposible, ya que todos los fósiles vertebrados en los que se encontraban brazos óseos tenían seis. Dar era lo suficientemente humanoide como para poseer dos brazos y dos piernas, sin ningún trazo visible de tener más.

A requerimiento de los biólogos, el nativo accedió a ser fotografiado por rayos equis.

Estaba tan interesado como el que más en saber los resultados, y pudo ver como cualquier biólogo que su esqueleto no tenía rastros de una tercer pareja de apéndices.

Dar estaba ya tan familiarizado con los principios generales de la evolución como un ser humano ordinario y podía ver la razón por la cual los profesionales se hallaban preocupados. Antes incluso de que nadie preguntara, comentó: — Parece como si nada de lo que habéis encontrado en las rocas pudiera ser un ancestro directo de mi raza. Supongo que podemos haber venido de otro mundo, como Nils Kruger creyó una vez, pero no hay nada en ningún libro que haya leído, o que me haya dicho algún Profesor que haga pensarlo.

— Eso acaba con esta hipótesis — señaló con tristeza el biólogo.

— No del todo; es posible que sucediera hace tanto tiempo que o no lo registramos o se han perdido dichos registros en el tiempo transcurrido. Sin embargo, me temo que será difícil de demostrar.

— Probablemente tengas razón. Creo que lo mejor que podemos hacer es buscar formaciones que sepamos positivamente son más recientes.

Los geólogos habían escuchado esta conversación; sucedió durante uno de los regulares intervalos que tomaban para comer. Uno de ellos habló entonces: — Es un poco duro mirar descuidadamente una formación y decir: «tiene menos de un millón de años de antigüedad». Estamos alerta, por supuesto, pero sabéis perfectamente que ese fechaje viene después de la excavación y tras encontrar fósiles y compararlos con otras formaciones.

— ¿Qué pasa con el material sin consolidar que se encuentra en forma de piedras sueltas en las partes inferiores de las lomas o en las cavernas?

— No es nuestro campo, pero arramblaremos con todo el que nos encontremos. No estoy muy seguro de recordar ningún país originado a partir de cavernas, aunque parte de estas capas de caliza pudieran rellenar las formaciones con la cooperación del clima.

— He oído hablar de cavernas en otros continentes donde se pueden encontrar unos extraños diagramas y dibujos en las paredes — dijo Dar Lang Ahn. El grupo entero se volvió hacia él como un solo hombre.

— ¿Nos puedes llevar allí? — varias voces hicieron esta pregunta casi simultáneamente.

— Puede ser. Sería más seguro si fuéramos a una de las ciudades del continente e hiciésemos que alguno de los individuos del lugar nos sirviera de guía.

Así fue dispuesto, después de consultar con el comandante Burke en el lejano Alphard.





Otro módulo bajó de la nave, de forma que los geólogos tuvieran un medio de viaje, y varios especialistas más descendieron en él.

El continente en cuestión se encontraba lejos, al suroeste del lugar donde se desarrolló el trabajo, pero estaba aún iluminado por el rojo Theer. Dar Lang Ahn encontró una ciudad sin dificultad, y después de dar las usuales explicaciones requeridas por la presencia de los seres humanos pudo obtener un guía. De hecho, muchos de los ciudadanos fueron con ellos para ver trabajar a los extranjeros; no había mucho de importancia que hacer, ya que todos los libros de esta ciudad en concreto se habían llevado ya a las Murallas de Hielo y la gente estaba simplemente esperando la muerte.

Las cavernas eran como Dar las había descrito; no hubo sospecha alguna en la mente de ninguno de los hombres de que habían sido habitadas por seres pertenecientes al despertar de una civilización. La mayoría de los visitantes se sintieron atraídos por las pinturas de las paredes, pero los que sabían lo que hacían se pusieron a trabajar con extremo cuidado en los suelos.

Estos estaban cubiertos de tierra apelmazada, que fue quitada con cuidado, y capa por capa, y cribada por si tuviera algo de interés. Los nativos hacían comentarios de todo tipo sobre cuanto salía a la luz; no habían pensado nunca en ponerse ellos a cavar allí y aparentemente no reconocieron ninguno de los objetos que se encontraron. Estos podían lo mismo haber provenido de una caverna similar en la Tierra: herramientas de piedra y hueso y objetos que podrían haber sido ornamentales.

La excavación se sucedió durante varios días. Los científicos habían esperado en un principio que aparecieran esqueletos de los habitantes, pero sufrieron una desilusión. Uno le mencionó esto a Dar.

— No hay que sorprenderse — respondió el nativo —. Puedo ver que esta gente vivía de forma diferente a nosotros, pero no tanto. O morían en el momento adecuado sin dejar rastro o lo hacían violentamente, en cuyo caso esto no sucedería en las mismas cavernas.

— No sabes realmente si eran gentes de tu raza los que vivían aquí — respondió uno de los científicos secamente —. En algún punto de la historia de este tu planeta parece haber habido una gran interrupción. Podría haber sospechado que tu gente hubiera venido de otro planeta y que los «calientes» fueran nativos de éste si no hubiéramos sabido la relación padre — hijo que tienes con ellos.

— Tal vez vinimos ambos — sugirió Dar. El biólogo pareció haber recibido una gran revelación.

— Es una posibilidad. Querría que la gente que vivió en estas cavernas hubieran hecho uno o dos dibujos de ellos mismos.

— ¿Cómo sabemos que no lo hicieron? — los científicos miraron las extrañas criaturas, cuyas imágenes se extendían por las paredes y techos de caliza.

— No lo sabemos — dijo tristemente —. Tú has sido quien ha traído esto a colación. Por lo menos ninguno de ellos tiene seis miembros, lo que al menos sugiere que la vida animal cuando esta caverna se hallaba habitada estaba relacionada más íntimamente contigo que lo que encontramos en las rocas del lugar donde estuvimos antes.

El científico se puso a trabajar de nuevo, y Dar Lang Ahn, por primera vez desde que Kruger le conocía, se marchó solo. Vio cómo el chico le buscaba y le llamó con el equivalente de una sonrisa.

— No te preocupes. Tengo mucho que meditar. No temas llamarme si sucede algo interesante.

Kruger se sintió aliviado, pero no muy seguro de lo que entendería su amigo por interesante. Al principio, después de la llegada del Alphard, virtualmente todo parecía encajar en su casilla; el nativo tenía dificultad en fijar su atención en un objeto, ya que todo requería su examen. Con el paso del tiempo, esa tendencia había desaparecido.