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El asesino tomó el disquete del lugar donde había caído, junto al cuerpo de Quentin Rowe, y salió de la habitación.

Rowe había caído de costado, y su cuerpo quedó apoyado sobre la espalda, con la cabeza vuelta hacia Gamble. Irónicamente, él y Gamble se encontraban a muy pocos centímetros el uno del otro, mucho más cerca de lo que aquellos dos hombres habían estado nunca en vida.

Sawyer asomó la cabeza por encima de la mesa y escudriñó la habitación. Los mercenarios que quedaban habían arrojado sus armas y salían lentamente de sus escondites, con las manos en alto. Los miembros del equipo de rescate de rehenes entraron y, al cabo de un momento, los hombres estaban tumbados en el suelo, boca abajo, con las esposas puestas. Sawyer vio los cuerpos flácidos de Rowe y Gamble. Pero entonces, más allá de las puertas correderas, escuchó pasos que huían apresuradamente. Se volvió hacia Sidney.

– Cuida de Ray. El espectáculo no ha terminado aún.

Y, tras decir esto, se precipitó hacia el exterior.

Capítulo 58

Mientras corría sobre la arena, el viento, la nieve y el rocío del océano asaltaron a Lee Sawyer desde todos los frentes. Con la cara ensangrentada e hinchada, con el brazo herido y las costillas doliéndole como si estuviera en el infierno, su respiración era brusca y entrecortada. Tardó un momento en quitarse el pesado chaleco antibalas y luego se lanzó hacia delante, apretándose con firmeza una mano contra las costillas agrietadas para mantenerlas en su lugar. Los pies se retorcían sobre la superficie blanda de la arena, haciendo más lento su avance. Se tambaleó y cayó dos veces. Pero imaginó que la persona a la que seguía tendría el mismo problema. Sawyer disponía de una linterna, pero no quería utilizarla, al menos por el momento. En dos ocasiones tuvo que correr sobre el agua helada, al acercarse demasiado al borde del rugiente Atlántico. Miraba fijamente hacia delante, siguiendo las profundas huellas dejadas sobre la arena.

Entonces, Sawyer se encontró con un macizo farallón rocoso. Era una formación rocosa bastante común en la costa de Maine. Por un momento, pensó en cómo podría soslayar el obstáculo, hasta que descubrió un tosco sendero que cruzaba aquella montaña en miniatura. Empezó a subir, y desenfundó la pistola mientras avanzaba. Sawyer se vio golpeado por un muro de rocío del océano provocado por las aguas que golpeaban implacablemente la antigua piedra. Las ropas se le pegaban al cuerpo como si fueran de plástico. A pesar de todo, siguió adelante; su respiración era muy forzada, a grandes bocanadas, al tiempo que hacía esfuerzos por subir por el sendero, que se hacía más y más vertical. Miró por un momento hacia el océano. Oscuro e infinito. Sawyer rodeó una ligera curva en el sendero y se detuvo. Encendió la linterna, justo por delante de donde se encontraba, en el mismo borde del acantilado, antes de que la roca desapareciese para caer en vertical sobre el Atlántico, allá abajo.

La luz iluminó de lleno al hombre, que parpadeó y levantó una mano para protegerse los ojos ante la inesperada explosión de luz. Sawyer respiró hondo, entrecortadamente. El otro hombre hacía lo mismo después de la prolongada persecución. Sawyer se puso una mano en la rodilla para afianzarse cuando ya estaba medio inclinado sobre el precipicio, con el estómago revuelto.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Sawyer con un tono de voz agudo pero claro.

Frank Hardy lo miró, mientras sus agotados pulmones también trataban de absorber entrecortadamente el aire. Lo mismo que Sawyer, Levaba las ropas empapadas y sucias, y el cabello estaba totalmente revuelto por el viento.

– ¿Lee? ¿Eres tú? -preguntó Hardy.

– Te puedo asegurar que no soy Santa Claus, Hardy -replicó Sawyer-. Hazme otra pregunta.

Hardy pudo respirar por fin profundamente.

– Vine con Gamble para celebrar una reunión. Cuando estábamos hablando, me dijo de pronto que fuera a una de las habitaciones de arriba, que tenía que ocuparse de un asunto personal. Lo siguiente que sé es que se desató un verdadero infierno. Salí de allí tan rápidamente como pude. ¿Te importaría decirme qué está ocurriendo?

Sawyer sacudió la cabeza, con un gesto de admiración.

– Siempre pudiste pensar con rapidez si te encontrabas de pie. Eso fue lo que te convirtió en un magnífico agente del FBI. Y a propósito, ¿mataste a Gamble y a Rowe, o fue Gamble el que se te adelantó con Rowe?

Hardy lo miró inexorablemente, con los ojos entrecerrados.

– Frank, toma tu pistola, con el cañón por delante, y arrójala sobre el acantilado.

– ¿Qué pistola, Lee? No voy armado.

– La que utilizaste para disparar contra uno de mis hombres e iniciar esta batalla a tiros ahí atrás, en la casa. -Sawyer hizo una pausa y apretó con más fuerza la culata de su propia pistola-. No te lo diré dos veces, Frank.

Hardy tomó lentamente la pistola y la arrojó sobre el acantilado.

Sawyer se extrajo un cigarrillo de un bolsillo y lo sujetó entre los dientes. Sacó después un encendedor y lo mantuvo en alto.

– ¿Has visto alguna vez uno de éstos, Frank? Son capaces de permanecer encendidos incluso en un tornado. Es como el que utilizaron para derribar el avión.

– No sé nada sobre el atentado con bomba contra ese avión -dijo Hardy, enojado.

Sawyer hizo una pausa para encender el cigarrillo y luego absorbió una profunda bocanada de humo.

– No sabías nada sobre eso, cierto, pero estuviste metido en todo lo demás. De hecho, apuesto a que le cargaste a Nathan Gamble una bonita y pequeña prima. ¿Conseguiste algo de los doscientos cincuenta millones cuyo robo le achacaste a Archer? Falsificaste su firma y todo. Bonito trabajo.

– ¡Estás loco! ¿Por qué iba querer Gamble robarse a sí mismo?

– No lo hizo. Probablemente, ese dinero se distribuyó en cien cuentas diferentes que tiene repartidas por todo el mundo. Era una coartada perfecta. ¿Quién iba a sospechar que el tipo se llevó todo ese dinero? Estoy seguro de que Quentin Rowe entregó la documentación del banco y también penetró en la base de datos de la AFIS en Virginia, para dejar por todas partes las huellas de Riker. Jason Archer había descubierto todo el plan de chantaje con Lieberman. Tenía que contárselo a alguien. ¿A quién? ¿A Richard Lucas? No lo creo. Era un hombre de Gamble, sencillo y simplón. El tipo que estaba metido en el meollo.

– ¿A quién se lo dijo entonces? -preguntó Hardy, cuyos ojos eran ahora como dos puntos penetrantes.

Sawyer dio una larga chupada a su cigarrillo antes de contestar.

– Te lo dijo a ti, Frank.

– Muy bien. Demuéstralo -dijo Hardy con una expresión de asco.

– Acudió a verte. Al «tipo del exterior». Al antiguo agente del FBI, con una lista de elogios en su hoja de servicios tan larga como el brazo. -Sawyer casi escupió estas últimas palabras-. Acudió a verte para que le ayudaras a poner al descubierto todo el asunto. Sólo que tú no podías permitir que eso sucediera. La Tritón Global era tu pasaporte al paraíso. Te proporcionaba aviones privados, las mujeres más bonitas y las ropas más exquisitas, así que eso no era una opción para ti, ¿verdad?

Sawyer hizo una pausa, y continuó:

– Luego, me hiciste pasar por toda esa pantomima, haciéndome creer que Jason era el chico malo. Tuviste que haberte reído mucho de mí al ver cómo me engañabas y jugabas conmigo. O creías haberlo hecho. Pero al darte cuenta de que yo no me lo tragaba todo, te pusiste un poco nervioso. ¿Fue idea tuya el inducir a Gamble a ofrecerme un trabajo? Entre tú y él, nunca me sentí tan popular. -Hardy seguía guardando silencio-. Pero no fue esa tu única representación, Frank.

Sawyer se metió la mano en el bolsillo y sacó unas gafas de sol, que se puso. Ofrecía un aspecto bastante ridículo en la oscuridad.

– ¿Los recuerdas, Frank? ¿Recuerdas a los dos tipos del vídeo en el almacén de Seattle? Llevaban gafas de sol, en el interior de un edificio, en un lugar con muy poca iluminación. ¿Por qué haría alguien una cosa así?