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– Gracias.

Apenas si pudo escuchar la palabra, pero no tenía necesidad. Los sentimientos emanaban de Sidney Archer como el calor del fuego de la chimenea. La rodeó con sus brazos y, durante varios minutos, ambos permanecieron de pie, abrazados, delante del fuego parpadeante, mientras se acercaba el sonido de los villancicos que cantaban en la calle.

Cuando finalmente se separaron, Sawyer tomó su mano suavemente entre las suyas.

– Siempre estaré ahí para ti, Sidney. Siempre.

– Lo sé -dijo ella al cabo de un rato, con un susurro. Cuando él ya se dirigía hacia la puerta, ella volvió a hablar. -Ese amigo tuyo, Lee…, quizá puedas decirle que nunca es demasiado tarde.

Mientras se alejaba por la calle, Lee Sawyer vio una luna llena destacada contra el claro cielo negro. Empezó a tararear en voz baja un villancico propio. No regresaría a la oficina. Iría a darle el tostón a Ray Jackson durante un rato, jugaría con sus chicos y quizá comería algo con su compañero y su esposa. Al día siguiente compraría algunos regalos de última hora. Emplearía la vieja tarjeta de plástico y sorprendería a sus hijos. Qué demonios, al fin y al cabo era Navidad. Se desabrochó la placa del FBI del cinturón y extrajo la pistola de la funda. Las dejó en el asiento de al lado. Se permitió una ligera sonrisa, mientras el sedán se alejaba por la calle. El siguiente caso iba a tener que esperar.

Nota del Autor





El avión presentado en las páginas precedentes, el Mariner L800, es ficticio, aunque algunos de los datos indicados en el libro se basan en verdaderos aviones comerciales. Sabiendo eso, los entusiastas de los aviones no tardarán en señalar que el sabotaje del vuelo 3223 está lejos de ser verídico. Los «errores» descritos fueron totalmente intencionados. Mi objetivo al escribir este libro no ha sido el de preparar un manual de instrucciones para causar daño a las personas.

Con respecto al Consejo de la Reserva Federal, será suficiente con decir que la idea de que el destino económico de este país estuviera controlado en buena medida por un puñado de personas que se reúnen en secreto, sin ser supervisados por nadie, fue irresistible para mí desde el punto de vista del narrador. En honor a la verdad, es muy probable que más bien haya atenuado el control de hierro que ejerce la Reserva Federal sobre las vidas de todos nosotros. Para ser justos, sin embargo, y con el transcurso de los años, hay que decir que la Reserva Federal ha permitido que este país navegue bastante bien a través de aguas muy bravas. Su trabajo no es fácil y dista mucho de ser una ciencia exacta. Aunque los resultados de las acciones de la Reserva Federal puedan ser dolorosos para muchos de nosotros, podemos estar razonablemente seguros de que esas decisiones se toman teniendo en cuenta el conjunto del bien del país. No obstante, y con tanto poder concentrado en una esfera tan pequeña y aislada, la tentación de obtener océanos de beneficios ilegales nunca puede estar muy lejos de la superficie. ¡Y las historias que uno podría escribir!

Por lo que se refiere a los aspectos tecnológicos de los ordenadores incluidos en Control total, todos ellos son perfectamente plausibles, al menos en la medida de mis capacidades de investigación, aunque no se hayan utilizado a plena escala o quizá incluso hayan quedado obsoletos, aunque cueste creerlo. No puede negarse la importancia de los numerosos beneficios de la tecnología de los ordenadores; no obstante, cuando se pueden obtener beneficios a tan gran escala, también existe inevitablemente la otra cara de la moneda. A medida que los ordenadores de todo el mundo queden vinculados en una red global, se corre el riesgo, que aumenta proporcionalmente, de que una sola persona pueda llegar a ejercer algún día el «control total» sobre ciertos aspectos importantes de nuestras vidas. Y, como se pregunta Lee Sawyer en la novela: «¿Qué pasará si el tipo es malo?».

David Baldacci

Washington, D. C.

enero de 1997


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