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– ¿Cómo llegaron a la isla? -preguntó la mujer.

– Por el agua -contestó Pitt, sin dar detalles-. Entramos en este edificio después de crear una diversión que alejó a los guardias. -Mientras hablaba, el aullido de las sirenas que se acercaban resonó en el pasillo-. Nunca he conocido a nadie que se resista a presenciar un buen incendio.

– ¿Por qué escogieron nuestra habitación?

– Fue por puro azar, se lo aseguro.

– Si fueran ustedes tan amables -intervino Giordino-, quisiéramos pasar la noche aquí. Nos iremos con el alba.

La mujer observó con una expresión de profunda sospecha a Giordino, vestido con el mono blanco.

– Usted no es una mujer -señaló.

Giordino le respondió con una gran sonrisa.

– A Dios gracias no lo soy. Explicarle cómo es que visto un mono del personal femenino de Odyssey sería una historia larga y aburrida.

– Deben disculparnos -manifestó la mujer, más tranquila-. Mi marido y yo estamos terriblemente confusos. El es el doctor Claus Lowenhardt, y yo soy su esposa, la doctora Hilda Lowenhardt. Sólo nos encierran por la noche. Durante el día trabajamos en los laboratorios.

A Pitt le pareció divertida la formalidad de las presentaciones.

– ¿Cómo es que están aquí?

– Trabajábamos en la Technical Research Institution en Aachen, Alemania, cuando recibimos la visita de los agentes de la Corporación Odyssey con la oferta de que viniéramos a trabajar aquí como consultores. Mi esposa y yo somos parte de un grupo de cuarenta científicos de primer orden en nuestra especialidad que renunciamos a nuestros empleos, atraídos por la cuantía de los salarios y las promesas de financiar nuestros proyectos después de acabar nuestros contratos aquí y estar de nuevo en casa. Nos dijeron que íbamos a Canadá, pero sólo fue una burda mentira. Cuando el avión aterrizó, nos encontramos en esta isla en medio de ninguna parte. Desde entonces, nos tienen trabajando aquí casi como esclavos.

– ¿Desde hace cuánto tiempo?

– Cinco años.

– ¿Qué clase de investigaciones los han obligado a realizar?

– Nuestra disciplina académica es la ciencia de las celdas de combustible.

– ¿Este es el motivo para la construcción del complejo, experimentar con celdas de combustible?

– Odyssey comenzó la construcción hace casi seis años -contestó Lowenhardt.

– ¿Qué hay de los contactos con el exterior?

– No nos permiten hablar por teléfono con nuestros familiares y amigos -respondió Hilda-. Solo nos autorizan a escribir cartas que luego pasan por su censura.

– Cinco años son muchos para estar lejos de los seres queridos. ¿Cómo es que no intentaron sabotear la investigación?

– Porque nos amenazaron a todos con una muerte horrible si hacíamos algo que pudiera perjudicar el progreso de las investigaciones -declaró la mujer con voz solemne.

– También amenazaron con matar a nuestras familias -añadió Claus-. No tuvimos más alternativa que dedicar al trabajo nuestros mejores esfuerzos. Por otro lado, deseábamos continuar con el trabajo de toda una vida: queríamos crear una fuente de energía limpia y barata para todos los pueblos del mundo.

– Para que viéramos qué pasaría si no colaborábamos, cogieron como ejemplo a un pobre hombre que no tenía familia -puntualizó Hilda-. Lo torturaban durante la noche y lo obligaban a trabajar durante el día. Un día lo encontraron colgado de la lámpara de su habitación. Todos comprendimos que lo habían asesinado.

– ¿Ustedes creen que los ejecutivos de Odyssey ordenaron su asesinato?

– Ejecución -lo corrigió Lowenhardt. Señaló el techo con una sonrisa amarga-. Fíjese, señor Pitt, ¿cree que esa instalación, que sólo es un cable y una bombilla, soportaría el peso de un hombre?

– Ya entiendo -dijo Pitt.

– Hacemos lo que nos dicen -añadió Hilda, con voz queda-, para evitar cualquier daño a nuestro hijo, a nuestras dos hijas y a nuestros cinco nietos. Los demás están en la misma situación.

– ¿Ustedes y los otros científicos han avanzado en el desarrollo de la tecnología de las celdas de combustible? -preguntó Pitt.

Hilda y Claus se volvieron para mirarse el uno al otro con la misma expresión de extrañeza. Luego Claus replicó:

– ¿El mundo no se ha enterado de nuestro éxito?

– ¿Éxito?

– Junto con nuestros colegas científicos hemos desarrollado una fuente generadora de energía que combina el amoníaco productor de nitrógeno y el oxígeno tomado de la atmósfera para crear sustanciales cantidades de electricidad a un coste muy bajo por unidad, con el agua pura como único residuo.

– Creía que aún faltaban décadas para desarrollar unas celdas de combustible que fuesen prácticas y eficientes.

– Eso es verdad para las celdas de combustible que utilizan hidrógeno y oxígeno para producir electricidad. El oxígeno se saca del aire. En cambio, el hidrógeno no se obtiene con la misma facilidad y hay que almacenarlo como un combustible cualquiera. Sin embargo, gracias a nuestro afortunado y casi milagroso descubrimiento, hemos abierto el camino a una energía no contaminante que ahora mismo está disponible para millones de personas.

– Habla usted como si ya se estuviera produciendo -señaló Giordino.

– Fue perfeccionado y probado con un éxito total hace más de un año. -Lowenhardt lo miró como si Giordino fuese el tonto del pueblo-. La producción comenzó inmediatamente después de ser perfeccionada. Sin duda ustedes la conocen…





Los científicos vieron que las expresiones de asombro y desconcierto en los rostros de Pitt y Giordino eran sinceras.

– Es algo absolutamente nuevo para nosotros -manifestó Pitt-. No sé nada de que un producto milagroso que genera energía esté en las estanterías de las tiendas o que mueva automóviles.

– Yo tampoco -añadió Giordino.

– No lo entiendo. Nos dijeron que ya se habían fabricado millones de unidades en fábricas chinas.

– Lamento desilusionarlos, pero su gran descubrimiento continúa siendo un secreto para el mundo -dijo Pitt, compadecido-. Sólo se me ocurre que los chinos están acumulándolos por alguna razón inexplicable.

– ¿Qué tiene todo esto que ver con los túneles? -murmuró Giordino, que intentaba encontrar una explicación.

Pitt se sentó en una silla y miró con expresión pensativa el dibujo de la alfombra. Luego miró a su compañero.

– El almirante dijo que el ordenador de Yaeger había sacado la conclusión de que el propósito de los túneles era bajar la temperatura de la corriente del Golfo y así conseguir que el este de los Estados Unidos y el continente europeo padecieran de ocho meses al año de inviernos gélidos. -Se volvió hacia los Lowenhardt-. ¿Su tecnología está diseñada para ser utilizada en los automóviles?

– Todavía no. Claro que más adelante, con nuevos estudios y perfeccionamiento, generará una energía limpia que se podrá utilizar en toda clase de vehículos, incluidos aviones y trenes. Hemos superado la fase del diseño. Ahora mismo estamos trabajando en la fase final de ingeniería antes de realizar las pruebas.

– ¿Para qué sirve el artilugio? -preguntó Pitt.

Claus pareció encogerse al escuchar la palabra “artilugio”.

– El Macha es un generador autosostenible que puede proporcionar energía eléctrica a un coste muy bajo a todos los hogares, oficinas, lugares de trabajo y escuelas en todo el mundo. Convierte la contaminación del aire en una pesadilla del pasado. Ahora cualquier hogar, sea grande o pequeño, ya esté en la ciudad o en el rincón más remoto del país, puede tener su propia fuente de energía…

– ¿Ustedes le dieron el nombre de Macha?

– Fue el nombre que le dio el propio Specter cuando vio la primera unidad fabricada. Nos informó que Macha era el nombre de la diosa celta de la astucia, también conocida como reina de los fantasmas.

– Otra vez los celtas -musitó Giordino.

– La trama se complica -declaró Pitt enfáticamente.

– Se acercan los guardias -avisó Giordino desde su puesto junto a la puerta-. Me parece que son dos. -Se apoyó con todo el peso contra la hoja de madera.

En la habitación se hizo el silencio absoluto y todos escucharon las voces de los guardias que se acercaban por el pasillo. Al parecer estaban comprobando los cerrojos. Las pisadas se detuvieron delante de la puerta.

En los ojos de la pareja alemana apareció la expresión de pánico cerval del conejo al escuchar los aullidos de los coyotes, pero se esfumó cuando las pistolas automáticas de Pitt y Giordino aparecieron como por arte de magia, y comprendieron que estaban en compañía de unos hombres que dominaban la situación.

– Esta puerta está dañada -dijo uno en español.

Pitt susurró la traducción al inglés.

Uno de los guardias movió el picaporte y empujó, pero la puerta no se movió porque soportaba el peso de Giordino.

– Parece segura -comentó otra voz.

Pitt volvió a traducir.

– La repararemos por la mañana.

Pitt no había acabado de traducir cuando las voces y los pasos de los guardias se alejaron por el pasillo.

Pitt se volvió para mirar a los Lowenhardt con mucha atención.

– Tendremos que marcharnos de la isla. Ustedes vendrán con nosotros.

– ¿Crees que es sensato? -preguntó Giordino.

– Al menos es expeditivo. Estas personas son la clave del misterio. A la vista de lo que saben, no hay motivos para continuar rondando por aquí y correr el riesgo de que nos atrapen. Además, no conseguiríamos averiguar ni una décima parte de lo que saben.

– ¡No, no! -exclamó Hilda-. ¡No podemos marcharnos! En cuanto los guardias descubran que nos hemos fugado, los monstruos de Odyssey querrán vengarse y asesinarán a nuestros hijos.

Pitt cogió las manos de la mujer y se las apretó con ternura.

– Su familia estará protegida. Se lo prometo. Ninguno de ellos sufrirá el menor daño.

– No acaba de gustarme -dijo Giordino, que analizaba las circunstancias y las posibles consecuencias-. Cuando abandonamos la moto de agua, el único plan para escapar de la isla era hacernos con una embarcación o un avión, puesto que los guardias impedirían cualquier intento de rescate desde un helicóptero. No será fácil ejecutar ese plan si tenemos que hacernos cargo de un par de personas mayores.

Pitt se dirigió de nuevo a los científicos.

– Han pasado algo por alto y es que, cuando dejen de serles útiles, tendrán que eliminarlos a ustedes y a los demás científicos que tienen secuestrados. Specter no puede correr el riesgo de que divulguen lo que se ha hecho aquí.