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– Primero me encuentro con dos hijos mayores que ni siquiera sabía que tenía, y ahora tengo a una esposa a la que mimar.

– Me gusta la palabra mimar -afirmó Loren. Le echó los brazos al cuello y lo besó en los labios.

Cuando por fin él consiguió apartarla, susurró:

– Esperemos a comenzar la luna de miel.

Loren se echó a reír y volvió a besarlo.

– Todavía no me has dicho a qué lugar me llevarás. Te lo tienes muy callado.

– He alquilado un pequeño velero en Grecia. Navegaremos por el Mediterráneo.

– Suena fantástico.

– ¿Crees que una chica de Colorado podrá aprender a izar velas y a pilotar?

– Tú espera y ya me dirás.

No tardaron en llegar al hangar de Pitt. Giordino utilizó el control remoto para desconectar las alarmas y abrir la puerta. Luego entró con el coche en el piso principal. Pitt y Loren se apearon del coche y subieron la escalera hasta el apartamento, donde se vistieron con prendas más cómodas para la recepción.

Julien entró en el hangar como un elefante en una cacharrería y comenzó a dar órdenes a los camareros. Se secó el sudor de la frente porque hacía un día caluroso y húmedo -muy típico del veranillo de San Martín- y reprendió al jefe de comedor de Le Curcel, el restaurante con tres estrellas Michelin que había contratado para que sirvieran la comida.

– Estas ostras que ha traído tienen el tamaño de cacahuetes. Sencillamente son impresentables.

– Las mandaré retirar y traeré otras ahora mismo -prometió el hombre antes de salir a la carrera.

Los invitados no tardaron en llegar y les sirvieron champán californiano mientras ocupaban las mesas distribuidas por el hangar. En las mesas del bufé dispuestas alrededor de la vieja bañera con motor fuera de borda que Pitt había utilizado para escapar de Cuba años atrás, había comidas exquisitas. En las fuentes de plata y en los boles con hielo estaban todas las variedades que ofrecía el mar, incluidos abulones y erizos. Perlmutter estaba orgulloso de sí mismo por haber preparado un menú irrepetible.

El almirante Sandecker fue de los últimos en llegar, y cuando lo hizo le dijo a Pitt que quería hablar con él a solas. Pitt lo llevó a uno de los camarotes del vagón del Manhattan Limited Pullman que utilizaba como despacho. Sandecker esperó a que Dirk cerrara la puerta y se sentara para encender uno de sus enormes puros y soltar una bocanada de humo azul hacia el techo.

– Ya sabrás que el vicepresidente Holden está delicado de salud -comenzó el almirante.

– He escuchado rumores.

– La situación es mucho peor. No creen que pase del mes.

– Lo siento mucho -dijo Pitt-. Mi padre lo conoce desde hace treinta años. Es un buen hombre.

Sandecker miró a Pitt y esperó atento su reacción.

– El presidente me ha pedido que lo acompañe en las próximas elecciones.

Las hirsutas cejas negras de Pitt se unieron cuando frunció el entrecejo.

– El presidente lleva todas las de ganar. No sé por qué, pero no me lo imagino a usted como vicepresidente.

Sandecker se encogió de hombros.

– Es un trabajo mucho más sencillo que el que tengo ahora.

– Sí, pero la NUMA es su vida.

– Me hago mayor y estoy quemado después de veinticinco años en el mismo empleo. Es hora de un cambio. Además, no pienso ser uno de esos vicepresidentes que no hacen nada. Me conoces desde hace mucho tiempo y sabes que cogeré del cuello a esos tipos del gobierno y les daré una buena sacudida.

Pitt se echó a reír.

– Sé que no se encerrará en un armario de la Casa Blanca ni se quedará callado cuando algo no le guste.

– Sobre todo cuando se trate de cuestiones medioambientales referidas al mar -dijo Sandecker-. Si lo piensas un poco, puedo hacer mucho más por la NUMA desde la Casa Blanca que desde mi lujoso despacho al otro lado del río.

– ¿Quién lo sucederá como cabeza de la NUMA? -preguntó Pitt-. ¿Rudi Gu

Sandecker sacudió la cabeza.

– No, Rudi no quiere el trabajo. Se siente mucho más cómodo siendo segundo.

– Entonces, ¿a quién buscará?

Una sonrisa astuta apareció en el rostro del almirante.





– A ti -respondió lacónicamente.

Pitt tardó un segundo en comprender lo que había dicho.

– ¿A mí? No lo dirá en serio.

– No se me ocurre nadie más capacitado que tú para llevar las riendas.

Pitt se levantó de la silla y se paseó por el camarote.

– No, no, yo no tengo pasta de administrador.

– Gu

Pitt comprendió que era una decisión muy importante.

– Tendré que pensarlo.

Sandecker se levantó y fue hacia la puerta.

– Piénsalo mientras disfrutas de la luna de miel. Ya volveremos a hablar cuando tú y Loren estéis de regreso.

– Tendré que discutirlo con ella primero, ahora que estamos casados…

– Ya hemos hablado. Está a favor.

Pitt clavó al almirante una mirada de acero.

– Es usted el mismísimo diablo.

– Sí, lo soy -admitió Sandecker alegremente.

Pitt volvió a la recepción. Alternó con los invitados, y se sacó fotos con Loren y sus padres. Estaba hablando con su madre cuando se acercó Dirk y lo tocó en el hombro.

– Papá, hay un hombre en la puerta que quiere verte.

Pitt se disculpó y se abrió paso entre la multitud y los coches de su colección. En la puerta se encontró con un hombre mayor, de unos setenta años, con los cabellos y la barba blancos. Tenía casi la misma estatura de Pitt y si bien sus ojos no eran verdes compartían el mismo brillo.

– ¿En qué puedo servirlo? -preguntó Pitt.

– En una ocasión coincidimos en un concurso de coches antiguos y quedamos en que algún día vendría a ver su colección.

– Sí, por supuesto. Yo presenté mi Stutz y usted llevó un Hispano Suiza.

– Eso es. -El hombre vio que estaban celebrando una.fiesta y añadió-: Creo que he venido en mal momento.

– No, no -le aseguró Pitt, con su mejor humor-. Me acabo de casar. Está usted invitado a unirse a la fiesta.

– Es muy amable de su parte.

– Lo siento, pero no recuerdo su nombre.

El hombre lo miró con una sonrisa.

– Cussler, Clive Cussler.

Pitt observó al hombre mayor durante unos momentos.

– Es curioso -dijo con un tono vago-. Tengo la sensación de que nos conocemos desde hace mucho tiempo.

– Quizá en otra dimensión.

Pitt apoyó un brazo sobre los hombros de Cussler.

– Venga, Clive, entremos antes de que mis invitados se beban todo el champán.

Juntos, entraron en el hangar y cerraron la puerta.


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