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– ¿Cómo lo sabes?

– Mi madre se apellidaba Ybarra. Yo hablo el español mucho mejor que nuestra invitada.

– ¿Se niega a responder en inglés?

– Así es, pero es pura farsa. Quiere hacernos creer que sólo es una pobre mujer mexicana que trabajaba de cocinera. El maquillaje y el biquini de diseño la traicionan. La tía tiene clase. No es una criada.

Pitt desenfundó su vieja Colt.45.

– Déjame que juegue al tipo duro con ella.

Entró en el camarote donde estaba la mujer, se acercó a ella y apoyó suavemente el cañón del arma en la nariz respingona.

– Siento tener que matarte, preciosa, pero no queremos dejar testigos. Lo comprendes, ¿verdad?

Los ojos color ámbar se desorbitaron y bizquearon al mirar la pistola. Le temblaron los labios al sentir el frío del acero. Miró los inescrutables ojos verdes de Pitt.

– ¡No, no, por favor! -gritó en inglés-. ¡No me mate! Tengo dinero. Déjeme vivir y le haré un hombre rico.

Pitt miró a Renée, que lo miraba boquiabierta, sin tener muy claro si acabaría disparándole a la mujer.

– ¿Quieres ser rica, Renée?

Renée comprendió el juego y lo siguió.

– Ya tenemos una tonelada de oro escondida en la bodega.

– No te olvides de los rubíes, las esmeraldas y los diamantes -añadió Pitt.

– Quizá decidamos no arrojarla a los tiburones durante un par de días si nos dice todo lo que sabe del falso barco pirata, y por qué nos persiguieron durante toda la noche con la intención de matarnos a todos y hundir nuestro barco.

– ¡Sí, sí, por favor! -balbuceó la mujer-. ¡Puedo decirles lo que sé!

Pitt advirtió un extraño reflejo en los ojos, que no invitaba precisamente a la confianza.

– Te escuchamos.

– El yate era de mi esposo y mío -comenzó-. Estábamos haciendo un crucero desde Sava

– Antes de continuar -dijo Pitt-, será mejor que nos presentemos. Soy Dirk Pitt y ella es Renée Ford.

– Ha sido una descortesía por mi parte no haberles dado las gracias por salvarme. Me llamo Rita Anderson.

– ¿Qué le pasó a su marido y a la tripulación?

– Los asesinaron a todos y arrojaron los cadáveres al mar. A mí me perdonaron porque creyeron que les serviría como cebo para atrapar a otros barcos.

– ¿A qué se refiere? -preguntó Renée.

– Creían que ver a una mujer en biquini en la cubierta los haría acercarse lo bastante para abordarlo.

– ¿Ese fue el único motivo para perdonarle la vida? -preguntó Pitt con un tono de duda.

La mujer asintió con un gesto.

– ¿Tiene alguna idea de quiénes eran o de dónde venían?

– Eran bandidos nicaragüenses convertidos en piratas. A mi marido y a mí nos habían advertido que no navegáramos por estas aguas, pero creímos que al navegar cerca de la costa no correríamos ningún peligro.

– No deja de ser curioso que unos vulgares piratas supieran pilotar un helicóptero -murmuró Renée.

– ¿Cuántos barcos capturaron y hundieron desde que se hicieron con el yate? -quiso saber Pitt.

– Tres, que yo sepa. Después de asesinar a las tripulaciones y apoderarse del botín, los hundieron a todos.

– ¿Dónde estaba usted cuando chocamos con el yate? -preguntó Renée.

– ¿Eso fue lo que pasó? -replicó la mujer, con una expresión inocente-. Estaba encerrada en mi camarote. Escuché el ruido de unas explosiones y disparos. Después el yate se sacudió violentamente y estalló un incendio. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fue ver cómo se destrozaba el mamparo del camarote. Cuando volví a abrir los ojos, me encontré aquí.

– ¿Recuerda alguna otra cosa anterior a la colisión y el incendio?

Rita sacudió la cabeza lentamente.

– Nada. Me tenían prisionera en el camarote y sólo me dejaban salir cuando se estaban preparando para capturar algún otro barco.

– ¿A qué venía utilizar el holograma del bergantín pirata? -preguntó Renée-. Aquello parecía un truco destinado a mantener a los barcos alejados de la zona, más que un acto de piratería.

– ¿Holograma? -Rita puso cara de despistada-. Ni siquiera sé qué es eso.

Pitt sonrió para sus adentros. Tenía muy claro que Rita Anderson se estaba inventando una historia sobre la marcha. Renée tenía razón. El maquillaje de Rita no era precisamente el de una mujer cuyo marido había sido asesinado y que hubiese sido maltratada por los piratas. Los labios impecablemente pintados de un luminoso color rosa beige, los ojos delineados con un perfilador de color avellana oscuro y el resplandor de su tez, eran señales claras de una vida elegante. Decidió atacarla a fondo para ver cómo reaccionaba.

– ¿Cuál es su relación con Odyssey? -le preguntó bruscamente.

En un primer momento, la mujer no entendió el cambio. Luego comenzó a darse cuenta de que esas personas no eran unos simples pescadores.





– No sé de qué me habla -respondió.

– ¿Su esposo no era un empleado de la corporación Odyssey?

– ¿Por qué lo pregunta? -replicó Rita, como una manera de ganar tiempo y recuperarse de la sorpresa.

– El yate llevaba la imagen de un caballo, que es el logo de Odyssey.

Las cejas perfectamente depiladas se enarcaron un milímetro. Era buena, pensó Pitt, muy buena. No se asustaba fácilmente. Se dio cuenta de que Rita no era la ociosa consorte de un millonario. Le gustaba estar al mando, dar las órdenes. Le pareció divertido cuando la mujer intentó un contraataque.

– ¿Quiénes son ustedes? -le espetó con un tono desabrido-. No son pescadores.

– No -respondió Pitt-. Pertenecemos a la National Underwater and Marine Agency estadounidense y estamos realizando una exploración científica para encontrar el origen del légamo marrón.

La respuesta de Pitt fue como si le hubiese dado una bofetada. La aparente compostura se derrumbó en el acto. Antes de que pudiera contenerse, exclamó:

– No puede ser. Ustedes… -No acabó la frase.

– Tendríamos que estar muertos como consecuencia de la explosión en el canal de Bluefields. -Pitt acabó la frase por ella.

– ¿Lo sabía? -dijo Renée, que se acercó a la litera como si tuviese la intención de estrangular a Rita.

– Lo sabía -afirmó Pitt. Sujetó a Renée de un brazo para evitar que las cosas pasaran a mayores.

– ¿Por qué? -preguntó la científica-. ¿Qué hicimos para merecer una muerte horrible?

Rita no abrió la boca. La expresión de su rostro había pasado de la sorpresa a la cólera mezclada con odio. A Renée le habría encantado borrársela de un puñetazo.

– ¿Qué haremos con ella?

– Nada. -Pitt se encogió de hombros. Tenía claro que se había acabado el juego. Rita no les diría nada más-. La tendremos encerrada en el camarote hasta que lleguemos a Costa Rica. Le diré a Rudi que llame a la policía para que nos esperen en el muelle y se la lleven en custodia.

Pitt estaba muerto de cansancio, pero también lo estaban los demás. Aún le quedaba una tarea antes de poder echar una cabezada. Miró en derredor en busca de la tumbona, pero entonces recordó que Renée la había arrojado por la borda. Se sentó en la cubierta, donde ya no quedaba nada de los aparejos pesqueros de utilería, apoyó la espalda en el mamparo y marcó un número en su móvil Globalstar.

– ¿Por qué no he tenido noticias vuestras hasta ahora? -preguntó Sandecker, enfadado, en cuanto atendió la llamada.

– Hemos tenido mucho trabajo -replicó Pitt.

Dedicó los siguientes veinte minutos a ponerlo al corriente de todo lo sucedido. Sandecker escuchó sin interrumpirlo hasta que Pitt acabó de relatarle su conversación con Rita Anderson.

– ¿Qué relación puede tener Specter con todo este asunto? -El tono del almirante reflejó su desconcierto.

– Ahora mismo diría que tiene un secreto que ocultar y está dispuesto a asesinar a la tripulación de cualquier barco que entre en su territorio.

– He escuchado que tienen contratos de construcción con la China Roja en Nicaragua y Panamá.

– Loren mencionó la misma relación durante la cena de la otra noche.

– Ordenaré que investiguen las actividades de Odyssey -manifestó Sandecker.

– Ya puestos en ello, también podríamos investigar a Rita y su marido, así como un yate llamado Epona .

– Le diré a Yaeger que se ocupe del tema.

– Será interesante saber cómo encaja esta mujer en todo este asunto.

– ¿Has descubierto el origen del légamo marrón?

– Tenemos localizada la posición donde surge del fondo marino.

– ¿Tú crees que es un fenómeno natural?

– Patrick Dodge opina lo contrario. -Pitt contuvo un bostezo-. Afirma que no es posible de ninguna manera que los ingredientes minerales del légamo puedan salir del fondo con la fuerza de un cañonazo. Dice que es un afloramiento artificial. Aquí está ocurriendo alguna cosa muy extraña, que parece sacada de La dimensión desconocida .

– Entonces estamos otra vez en la línea de salida -opinó Sandecker.

– No del todo -declaró Pitt-. Hay algo que me gustaría investigar.

– He enviado un avión de la NUMA con el personal necesario para realizar las reparaciones del Poco Bonito antes de emprender el viaje de regreso. Aterrizará en el aeropuerto cercano al puerto deportivo del río Colorado. Gu

– Todavía no hemos acabado el trabajo.

Sandecker no discutió. Sabía desde hacía mucho que Pitt no se equivocaba en sus juicios.

– ¿Cuál es tu plan?

Pitt contempló las montañas cubiertas de bosque que se levantaban más allá de las playas de arena blanca de la costa nicaragüense.

– Creo que se impone hacer un recorrido por el río San Juan hasta el lago de Nicaragua.

– ¿Qué esperas encontrar en un sitio tan alejado del mar y el légamo marrón?

– Respuestas -contestó Pitt, que ya pensaba en el viaje río arriba-. Respuestas a todo este embrollo.