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Gu

– La doctora Renée Ford, nuestra experta ictícola residente, y el doctor Patrick Dodge, geoquímico marino. Creo que ya conocen a Dirk Pitt, director de proyectos especiales, y Al Giordino, ingeniero naval.

– Nunca hemos trabajado juntos en un mismo proyecto -manifestó Renée con una voz ronca que estaba pocos decibeles por encima del susurro-. Pero hemos estado sentados juntos en conferencias en varias ocasiones.

– Yo también -dijo Dodge, mientras le estrechaba la mano.

Pitt se sintió tentado de preguntar si Ford y Dodge compartían el mismo garaje, pero prefirió ahorrarse el mal chiste.

– Es un placer volver a verlos.

– Espero que podamos disfrutar de una feliz travesía -comentó Giordino con su mejor sonrisa.

– ¿Qué nos lo podría impedir? -replicó Renée dulcemente.

Giordino no le respondió. Fue una de aquellas contadas ocasiones en que no supo qué decir.

Pitt permaneció en cubierta durante unos minutos. Sólo se escuchaba el chapoteo del agua contra los pilares del muelle. No se veía un alma. El muelle parecía desierto. Casi lo estaba, pero no del todo.

Fue a su camarote de popa, sacó una pequeña caja negra de la maleta y subió de nuevo la escalerilla, pero esta vez salió a cubierta por el lado opuesto al muelle. Se ocultó detrás de la timonera, abrió la caja y sacó lo que parecía una videocámara; al encender el transformador se escuchó un débil y agudo sonido. Después se echó una manta sobre la cabeza y se asomó poco a poco hasta que sus ojos quedaron por encima de un rollo de soga en el techo de la timonera. Miró a través del visor monocular de visión nocturna. El aparato ajustó automáticamente la amplificación, el brillo y el haz de infrarrojos. Luego miró a lo largo del muelle. La imagen que veía tenía un tono verdoso.

La camioneta Chevrolet que había visto cuando se disponía a subir a bordo del Poco Bonito continuaba aparcada en la oscuridad. El equipo aumentaba veinte mil veces la luz de las estrellas y de las dos farolas situadas a casi cien metros en un extremo del muelle, y eso le permitió ver al conductor de la camioneta como si estuviese en una habitación con todas las luces encendidas. Descubrió que se trataba de una mujer. Por la manera en que la observadora movía sus gafas de visión nocturna para ver a través de los ojos de buey del casco, comprendió que no sabía que la habían descubierto. Incluso vio que tenía los cabellos mojados.

Pitt bajó un poco el visor hasta enfocarlo en la puerta de la camioneta. Era obvio que la espía no era una profesional, pensó. Tampoco era precavida. Probablemente era una trabajadora de la construcción que hacía de espía para ganarse un sobresueldo, dado que el nombre de la empresa aparecía pintado en la carrocería con letras doradas: ODYSSEY. El nombre no llevaba ningún acompañamiento. Nada de Ltd., Corp. o Co.

Debajo del nombre había un logo: la estilizada imagen de un caballo a todo galope. A Pitt le resultó conocido, aunque no conseguía recordar dónde lo había visto antes.

¿Por qué se interesaba Odyssey por una expedición científica de la NUMA? ¿Cómo podían considerar una amenaza a un grupo de científicos oceánicos? No le encontró ningún sentido a que una gigantesca organización enviase a alguien a espiarlos cuando aparentemente no tenía nada que ganar.

No pudo contenerse y se levantó para ir hasta la borda que daba al muelle. Agitó una mano en el aire para llamar la atención de la mujer en la camioneta, que de inmediato lo miró a través de las gafas de visión nocturna. Pitt se llevó la suya al ojo y le devolvió la mirada. Quedó fehacientemente demostrado que no era una profesional cuando se llevó tal susto que dejó caer las gafas sobre el asiento, puso en marcha el motor y salió disparada por el muelle con un fuerte chirrido de las ruedas traseras.

Renée levantó la cabeza, sorprendida por el estruendo, y lo mismo hicieron Giordino y Dodge.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Renée.

– Alguien que tenía prisa -respondió Pitt con tono risueño.

Renée se encargó de soltar las amarras mientras los hombres miraban la maniobra. Gu

Pitt bajó a su camarote, guardó el visor nocturno en la maleta y cogió su móvil Globalstar. Después regresó a cubierta y se sentó cómodamente en una tumbona un tanto destartalada. Se volvió con una sonrisa cuando Renée sacó una mano con una taza por el ojo de buey de la cocina.

– ¿Quieres un café? -preguntó.

– Eres un ángel -contestó Pitt-. Muchas gracias.

Bebió un sorbo y después marcó un número en el móvil. Sandecker atendió al cuarto timbrazo.

– Sandecker -dijo el almirante, con un tono enérgico.

– ¿No se le olvidó decirme alguna cosa, almirante?

– No sé a qué te refieres.

– A Odyssey.

Hubo un silencio.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Uno de sus empleados nos estuvo espiando cuando subimos al barco. Me interesaría saber por qué.

– Será mejor que te enteres más tarde -respondió Sandecker crípticamente.





– ¿Tiene algo que ver con los trabajos que está realizando Odyssey en Nicaragua? -replicó Pitt, fingiendo la mayor inocencia.

De nuevo se produjo una larga pausa.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Pura curiosidad.

– ¿Dónde obtuviste la información?

Pitt no lo pudo resistir.

– Será mejor que se entere más tarde -dijo, y cortó la comunicación.

19

Gu

Mientras Pitt disfrutaba de la noche tropical sentado en la tumbona y entretenido en contemplar cómo el resplandor de las luces de Bluefields se perdía a popa, el recuerdo de la espía en el muelle permaneció en su mente y se extendió como las raíces de una planta.

Había un pensamiento indefinido que parecía distante y desenfocado. No le preocupaba que los hubiesen observado mientras soltaban las amarras; aquella parte de la intriga parecía carecer de importancia: la presencia de una camioneta con el logo de Odyssey pintado en la puerta no merecía más de dos puntos en su escala de alerta. Era la prisa de la conductora cuando huyó del muelle lo que le preocupaba. No tenía el menor sentido que hubiese salido pitando. ¿Había sido porque la tripulación de la NUMA la había descubierto? Pero, ¿qué más le daba? No habían hecho el menor intento de acercarse a la camioneta. La respuesta tenía que estar en otra parte.

Entonces, todo encajó cuando recordó los cabellos mojados de la mujer.

Gu

– ¡Rudi, apaga los motores!

Gu

– ¿Qué has dicho?

– ¡Apaga los motores! ¡Deten la embarcación ahora mismo!

La voz de Pitt era tan afilada como un sable de esgrima, y Gu

– ¡Al, trae mi equipo de buceo!

– ¿Se puede saber qué pasa? -preguntó Gu

Renée y Dodge también aparecieron en la cubierta, desconcertados por los gritos de Pitt.

– No estoy muy seguro, pero sospecho que podemos tener una bomba a bordo.

– ¿Cómo has llegado a semejante conclusión? -lo interrogó Dodge con una expresión escéptica.

– El conductor de la camioneta no veía la hora de largarse. ¿A qué venía tanta prisa? Tiene que haber una razón.

– Si estás en lo cierto -dijo Dodge-, será mejor que comencemos a buscarla.

– Soy de la misma opinión -afirmó Pitt, sin vacilar-. Rudi: tú, Renée y Patrick buscad hasta en el último rincón de los camarotes. Al, encárgate de la sala de máquinas. Yo me sumergiré, porque quizá esté colocada debajo del casco.

– Manos a la obra -exclamó Al-. Los explosivos pueden estar conectados a un temporizador para que detonen en cuanto salgamos del puerto y entremos en aguas profundas.

– No lo creo. -Pitt sacudió la cabeza-. Existía la posibilidad de que nos hubiésemos quedado en el muelle hasta el amanecer. Es imposible que alguien pudiera saber el momento en que decidiríamos zarpar y salir a mar abierto. Creo que cuando pasemos la bocana, un transmisor colocado en alguna de las boyas del canal activará el receptor conectado a los explosivos.

– Creo que tienes el cerebro un tanto pasado de vueltas -comentó Renée con tono de duda-. Por mucho que lo intente, soy incapaz de imaginar que haya motivo para matarnos a todos y hundir la embarcación.

– Alguien tiene miedo de lo que podamos encontrar -respondió Pitt-. Hasta que se demuestre lo contrario, los tipos de Odyssey son nuestros principales sospechosos. Su servicio de inteligencia debe de ser muy bueno si han conseguido descubrir la maniobra del almirante para meternos a nosotros cinco y al barco en Bluefields.

Giordino salió a cubierta con el equipo de buceo de Pitt. No necesitaba explicaciones para aceptar la teoría de su compañero. Gracias a los muchos años que llevaban juntos desde la escuela primaria, sabía que Pitt muy pocas veces malinterpretaba las situaciones. La mutua confianza en la visión del otro era más que un simple vínculo; en numerosas ocasiones sus mentes habían actuado como una sola.

– Es mejor que actuemos rápidamente -insistió Pitt-. Cuanto más nos demoremos, antes sabrán nuestros amigos que les hemos descubierto las intenciones. Están esperando ver la exhibición de fuegos de artificio en los próximos diez minutos.