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Sonrió para sus adentros al recordar lo que un reportero había escrito de él, en unas de las pocas ocasiones en que sus hazañas habían tenido una repercusión pública: “Hay algo de Dirk Pitt en todos los hombres cuyas almas anhelan la aventura, y como él es Dirk Pitt, la anhela más que todos los demás”.

El ruido producido cuando el CASA bajó el tren de aterrizaje sacó a Pitt de su ensimismamiento. Cuando se inclinó para mirar por la ventanilla, las luces de aterrizaje se reflejaban en el agua de los ríos y las lagunas que rodeaban el aeropuerto de la ciudad.

Llovía cuando el avión se posó en la pista y carreteó hacia la terminal. Un viento fresco de diez kilómetros por hora empujaba la lluvia en ángulo oblicuo, y el aire tenía un olor fresco. Pitt bajó la escalerilla detrás de Giordino y se sorprendió al comprobar que la temperatura apenas superaba los veinte grados; había creído que rondaría los treinta.

Cruzaron la pista a paso ligero y entraron en la terminal. Tuvieron que esperar veinte minutos a que aparecieran sus maletas. Sandecker sólo les había dicho que habría un coche esperándolos a la salida. Pitt cargó con las dos maletas y Giordino se echó al hombro la pesada bolsa con los equipos de buceo. Caminaron cincuenta metros por un sendero pavimentado hasta la carretera. Vieron una fila de diez taxis y cinco coches que esperaban a los viajeros. No hicieron caso de los taxistas, y permanecieron atentos hasta que el último coche de la fila, un destartalado Ford Escort, hizo una ráfaga con los faros. Pitt se acercó a la ventanilla del pasajero, se inclinó y preguntó:

– ¿Está esperando a…?

Eso fue todo lo que pudo decir antes de que la sorpresa lo obligara a callar. Rudi Gu

– No podemos seguir viéndonos de esta manera.

– El almirante en ningún momento mencionó que participarías del proyecto -replicó Pitt, desconcertado.

– Harto de estar atado a una mesa, convencí a Sandecker para que me dejara participar. Salí para Nicaragua poco después de la reunión. Supongo que no se molestó en avisarte.

– Seguramente se le pasó por alto -señaló Pitt, con tono cínico. Apoyó un brazo sobre los hombros de su amigo-. Hemos pasado juntos algunos momentos inolvidables, Rudi. Siempre es un placer trabajar a tu lado.

– ¿Como aquella vez en Mali, cuando me arrojaste de la lancha al río Níger?

– Si no recuerdo mal, aquello fue una necesidad.

Pitt y Giordino tenían en gran estima al director delegado de la NUMA. Podía parecer y comportarse como un académico, pero Gu

Metieron el equipaje en el maletero y se acomodaron en el viejo Escort. Gu

– Pareciera como si toda la flota pesquera hubiese decidido pasar la noche en la ciudad -comentó Pitt.

– Debido al légamo marrón, la actividad pesquera ha sufrido un paro -respondió Gu

– La economía local ha de estar en la ruina -opinó Giordino, cómodamente instalado en el asiento trasero.

– Es un desastre. Todos los que viven en esta zona dependen del mar para ganarse el sustento. Si no hay pesca, no hay dinero. Para colmo, eso es sólo una parte del problema. Con la regularidad de un reloj, Bluefields y todo el resto de la costa se ven azotados por un huracán de los grandes. El huracán Joan destruyó el puerto en 1988, y todo lo que habían reconstruido lo ha arrasado el Lizzie.

»Pero si no consiguen eliminar, o por lo menos neutralizar los efectos del légamo marrón, hay mucha gente que morirá de hambre. Las cosas ya estaban bastante mal antes de la tormenta; la tasa de desempleo rondaba el sesenta por ciento. Ahora está casi en el noventa. Después de Haití, la costa oriental de Nicaragua es la región más pobre del hemisferio occidental. Antes de que me olvide, ¿habéis cenado?

– Estamos bien -respondió Giordino-. Tomamos una comida ligera en el aeropuerto de Managua.

– Te olvidas de las dos copas de tequila -apuntó Pitt con una sonrisa.

– No las olvido.

El Escort circuló por las calles de la primitiva ciudad, llenas de baches tan profundos que casi afloraba el agua. La arquitectura de los edificios, que eran poco más que ruinas, era una mezcla de estilos inglés y francés. En otros tiempos habían estado pintados con colores brillantes, pero ninguno había recibido una mano de pintura por décadas.





– No bromeabas cuando dijiste que la economía era un desastre -afirmó Pitt.

– Gran parte de la pobreza se debe a la absoluta carencia de infraestructura, y los gobernantes locales no están por la labor -manifestó Gu

Gu

Pitt se fijó en un barco portacontenedores del que estaban descargando grandes cajas, con un rótulo que decía MAQUINARIA AGRÍCOLA. Los grandes camiones en impecable estado que recibían la carga parecían fuera de lugar en un entorno absolutamente mísero. El nombre del barco, que apenas se veía por el resplandor de los focos, era Dong He . En el centro del casco aparecía la palabra COSCO. Eran las siglas correspondientes a China Ocean Shipping Company . Se preguntó cuál sería el contenido de las cajas.

– ¿Éstas son las instalaciones portuarias? -preguntó Giordino, incrédulo.

– Es todo lo que queda, tras el paso de Lizzie -respondió Gu

Cuatrocientos metros más adelante, el Escort entró en un viejo muelle de madera donde estaban amarrados varios barcos pesqueros, aparentemente abandonados. Gu

Se volvió ligeramente y miró de reojo durante unos segundos hacia una camioneta aparcada en las sombras de un depósito cercano. No estaba vacía. Vio una silueta oscura sentada al volante y el resplandor rojo de un cigarrillo detrás del parabrisas batido por la lluvia. Después miró de nuevo la embarcación.

– Así que éste es el Poco Bonito .

– No parece gran cosa, ¿verdad? -dijo Gu

– Aquí hay algo que no encaja -señaló Pitt.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Gu

– Éste debe ser el único barco de la flota de la NUMA que no está pintado color turquesa.

– Conozco la clase Neptuno. Son los barcos de exploración científica más pequeños de la NUMA -manifestó Giordino-. Están construidos como un furgón blindado y tienen una estabilidad notable cuando hay mala mar. -Hizo una pausa para mirar a los otros pesqueros amarrados al muelle-. Buen trabajo de camuflaje. Excepto por la timonera, que es más grande de lo habitual y es algo que no se puede disimular, encaja perfectamente con todos los demás.

– ¿Cuándo lo construyeron? -preguntó Pitt.

– Hace seis meses -le informó Gu

– ¿Cómo se las han apañado nuestros ingenieros para conseguir que parezca tan usado?

– Efectos especiales. -Gu

Pitt saltó ágilmente a la nave y cogió las maletas y el macuto que le alcanzó Giordino. El ruido de las pisadas y las voces en cubierta alertaron a un hombre y una mujer, que salieron por la escotilla trasera de la cabina. El hombre, de cincuenta y tantos años, con una barba gris muy cuidada y las cejas muy gruesas, entró en el círculo de luz. Llevaba la cabeza afeitada y el sudor le brillaba en la calva. No era mucho más alto que Giordino y se encorvaba un poco.

La mujer medía casi un metro ochenta y tenía la figura anoréxica de las modelos. Su resplandeciente cabellera rubia le rozaba los hombros. Tenía la tez bronceada y los pómulos altos, y cuando sonrió al saludarlos dejó a la vista unos dientes perfectos. Como la mayoría de las mujeres que trabajan al aire libre, llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y poco maquillaje, dos cosas que no disminuían su atractivo, al menos en la opinión de Pitt. Observó que sí seguía fiel a algunas características del arreglo femenino: llevaba pintadas las uñas de los pies.

Ambos vestían las típicas camisas de algodón a rayas de los nativos y pantalones cortos de loneta. El hombre calzaba unas zapatillas rotas, mientras que la mujer usaba unas sandalias de tiras anchas.