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Summer abrió el maletín que había llevado y sacó el informe que ella y Dirk habían escrito en el avión en el viaje a Washington y fotos de los viejos objetos.

– Aquí está prácticamente todo lo que encontramos. También incluye las conclusiones de Hiram Yaeger sobre el ánfora, el peine y el broche, además de copias de las fotos de los objetos y las habitaciones.

Perlmutter se sirvió otra copa de vino, se acomodó las gafas y comenzó a leer.

– Servíos más langostinos. Que no queden.

– No creo que ninguno de los dos pueda ingerir ni un solo bocado más -dijo Dirk.

Perlmutter se limpió los labios y la barba con la servilleta. De vez en cuando interrumpía la lectura para mirar el techo, sumido en sus reflexiones. Cuando acabó la lectura, dejó el informe sobre la mesa y miró fijamente a los Pitt.

– ¿Os dais cuenta de lo que habéis hecho?

Summer se encogió de hombros, sin saber muy bien a qué venía la pregunta.

– Creemos que es un hallazgo arqueológico que podría tener cierta importancia.

– ¡Cierta importancia! -repitió Perlmutter, con un ligero tono sarcástico-. Si lo que habéis descubierto es verdad, habéis echado a la basura un millar de teorías arqueológicas que nadie discutía.

– Vaya, por Dios -exclamó Summer. Miró a su hermano, que apenas si conseguía contener la risa-. ¿Tan malo es?

– Depende del punto de vista -contestó el historiador, entre sorbo y sorbo de vino. Si el informe era una revelación que sacudiría los cimientos de la arqueología, la verdad era que parecía tomárselo con mucha calma-. Se sabe muy poco de la cultura celta antes del siglo V antes de Cristo, pues no llevaron registros escritos hasta la Edad Media. Lo único que se concluye entre las brumas del tiempo es que los celtas, que eran originarios de la zona del mar Caspio, comenzaron a desplegarse por la Europa oriental alrededor de dos mil años antes de Cristo. Algunos historiadores sostienen la teoría de que los celtas y los hindúes comparten un antepasado común, dado que sus lenguas eran similares.

– ¿Hasta dónde se expandieron? -preguntó Dirk.

– Llegaron al norte de Italia y Suiza, luego a Francia, Alemania, Gran Bretaña e Irlanda. Por el norte llegaron hasta Dinamarca en la región escandinava y por el sur hasta España y Grecia. Los arqueólogos han encontrado objetos celtas incluso en Marruecos, al otro lado del Mediterráneo. También se han descubierto tumbas con momias muy bien conservadas en el norte de la China, pertenecientes a un pueblo llamado urumchi. Desde luego eran celtas, dado que tenían la piel y las facciones celtas, los cabellos rubios y rojos, y vestían telas tejidas a cuadros o listas.

Dirk se echó hacia atrás y se balanceó en la silla.

– He leído algunas cosas de los urumchi. Sin embargo, no tenía idea de que los celtas habían migrado a Grecia. Siempre creí que los griegos eran nativos.

– Si bien algunos de ellos se originaron en la región, está aceptado que la mayoría llegaron al sur desde el centro de Europa. -Perlmutter acomodó su corpachón antes de continuar-. Los celtas llegaron a dominar una extensión tan grande como la del imperio romano. Desplazaron a los pueblos del neolítico, que habían construido monumentos megalíticos como el de Stonehenge por toda Europa, y continuaron con las tradiciones místicas de los druidas. Por cierto que la palabra druida significa “el muy sabio”.

– Es extraño que nos llegaran tan pocas cosas sobre ellos en el transcurso de los siglos -opinó Summer.

– A diferencia de los egipcios, los griegos y los romanos -prosiguió Perlmutter después de asentir al comentario de la muchacha-, nunca fundaron un imperio ni formaron una unidad nacional. Constituían una confederación de tribus un tanto aleatoria; a menudo luchaban entre ellas, pero se unían a la hora de enfrentarse con un enemigo común. Después de mil quinientos años los campamentos dieron paso a los fuertes en las colinas, construidos con terraplenes y empalizadas de troncos, que evolucionaron hasta convertirse en ciudades. Son muchas las ciudades modernas que están edificadas sobre los restos de las viejas fortalezas celtas. Zurich, París, Munich y Copenhague son algunas de ellas, y la mitad de las ciudades a través de Europa se levantan sobre lo que en tiempos pasados fueron poblados celtas.

– Resulta difícil creer que un pueblo que no construía palacios ni ciudadelas pudiera convertirse en la cultura dominante de la Europa occidental.

– La sociedad celta era sobre todo pastoril. Su objetivo primario era la cría de ganado. Cultivaban la tierra pero las cosechas eran escasas; apenas si alcanzaban para el sostenimiento de una familia. No eran nómadas, pero la vida de las tribus era muy parecida a la de los indios americanos. A menudo atacaban a las otras aldeas para robarles las mujeres y el ganado.

»No fue hasta el trescientos antes de Cristo cuando iniciaron la explotación agrícola a gran escala, para disponer de forraje para los animales durante el invierno. Aquellos que vivían en la costa se convirtieron en comerciantes que vendían armas de bronce y estaño a los otros pueblos. La mayor parte del oro que utilizaban en la fabricación de exóticos adornos para los jefes y las clases superiores era importado.





– No deja de ser curioso que una cultura tan básica pudiera llegar a dominar tanto territorio.

– No puedes decir eso de los celtas -le reprochó el historiador a Dirk-. Fueron ellos quienes abrieron el camino a la edad del Bronce cuando fundieron el cobre con el estaño de las minas de Inglaterra. Más tarde también se les atribuyó el mérito de fundir el hierro, cosa que nos llevó a la edad del Hierro. Eran unos jinetes extraordinarios y llevaron a Europa el conocimiento de la rueda, construyeron carros de guerra y fueron los primeros en utilizar las carretas de cuatro ruedas y las herramientas de metal para arar y cosechar. Inventaron herramientas que todavía se utilizan en la actualidad, como los alicates y las tenazas. Fueron los primeros en herrar sus caballos con herraduras de bronce y en hacer flejes de hierro para las ruedas de los carros.

»Los celtas enseñaron al mundo antiguo el uso del jabón. No había quien los superara en el uso de los metales, y como orfebres producían joyas y adornos de un diseño exquisito para los cascos, las espadas y las hachas. La cerámica celta también era soberbia, y fueron maestros en la fabricación del vidrio. Asimismo les enseñaron el arte del esmaltado a los griegos y romanos. Los celtas destacaron en la poesía y la música; tenían en mayor estima a los poetas que a los sacerdotes. Otra cosa interesante es que su práctica de comenzar el día a medianoche se ha transmitido hasta nosotros.

– ¿Cuáles fueron las causas que motivaron su decadencia? -preguntó Summer.

– En primer lugar, las derrotas sufridas a manos de los invasores romanos. El mundo de los galos, el nombre que les daban los romanos, empezó a desmoronarse a medida que otros pueblos como los germanos, los godos y los sajones comenzaron su expansión a través de Europa. Hasta cierto punto, los celtas eran los peores enemigos de ellos mismos. Eran unas personas salvajes, indómitas, amantes de las aventuras y la libertad individual. Eran impetuosos y absolutamente indisciplinados, factores que aceleraron su decadencia. Cuando cayó el imperio romano, los celtas ya habían sido obligados a cruzar el mar del Norte y estaban instalados en Gran Bretaña e Irlanda, donde todavía hoy se nota su influencia.

– ¿Qué aspecto tenían y cómo trataban a sus mujeres? -quiso saber Summer, con una sonrisita.

– Me preguntaba cuándo sacarías el tema. -Perlmutter exhaló un suspiro. Les sirvió lo que quedaba de vino-. Los celtas eran una raza fuerte, gente alta y de piel blanca. El color de sus cabellos iba desde el rubio al rojo y el castaño. Se los describía como unas gentes revoltosas, con voces muy sonoras y ásperas. Te encantará saber, Summer, que a las mujeres las tenían en un pedestal en la sociedad celta. Eran libres de casarse con quien quisieran y podían heredar propiedades. A diferencia de la mayoría de las culturas que les sucedieron, las mujeres podían reclamar una indemnización si se las molestaba. Eran altas y fornidas como los hombres, y luchaban junto a ellos en las batallas. -El historiador vaciló un momento y después sonrió antes de añadir-: Un ejército de hombres y mujeres celtas debió de ser todo un espectáculo.

– ¿Por qué lo dices? -preguntó Summer, que cayó en la trampa con la mayor inocencia.

– Porque la mayoría de las veces combatían desnudos.

Summer era demasiado intrépida para llegar al extremo de ruborizarse, pero miró al suelo.

– Todo esto nos lleva de nuevo a los objetos celtas que encontramos en el banco de la Natividad -manifestó Dirk, con un tono grave-. Si no fueron transportados en un barco tres mil años más tarde, ¿de dónde vinieron?

– Efectivamente. ¿Y qué me dices de la habitación y las cámaras que encontramos excavadas en la roca? -añadió Summer.

– ¿Estáis seguros de que estaban excavadas en la roca, y que no eran piedras colocadas unas encima de las otras? -replicó Perlmutter.

– Supongo que es posible -respondió Dirk, después de mirar a su hermana-. Puede que las inscrustaciones cubrieran las grietas entre las piedras.

– No es típico de los celtas excavar la roca para construir habitaciones. Casi nunca levantaban edificaciones de piedra. Quizá se debió a que no había árboles útiles para la construcción cuando el banco de la Natividad estaba por encima de la superficie del mar. Las palmeras, con sus troncos curvos y madera fibrosa, no sirven para construir estructuras duraderas.

– En cualquier caso, ¿cómo pudieron navegar casi diez mil kilómetros a través del océano en el mil cien antes de Cristo?

– Una pregunta de difícil respuesta -admitió Perlmutter-. Aquellos que vivían en la costa atlántica eran gente marinera, a menudo conocidos como “la gente de los remos”. Se sabe que llegaron al Mediterráneo desde los puertos del mar del Norte. Sin embargo, no hay ninguna leyenda referente a que los celtas cruzaran el Atlántico, aparte del viaje de San Brandán, el monje irlandés, que en su travesía de siete años bien pudo llegar hasta la costa oriental americana y no son pocos quienes lo afirman.

– ¿Cuándo realizó el viaje? -preguntó Dirk.

– Entre el quinientos treinta y el quinientos veinte antes de Cristo.

– Mil quinientos años más tarde de la fecha estimada para nuestro hallazgo -señaló Summer.

Dirk se inclinó hacia un costado para acariciar a Fritz, que se sentó en el acto y le lamió la mano.