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Una hora después, cuando salgo del museo, la cabeza me da vueltas. Si cierro los ojos, lo único que veo es esa escritura descolorida y enloquecida que llena montones de cuartillas.

No he leído todas las cartas. Resultan demasiado íntimas y, además, sólo he tenido unos minutos para examinarlas. Pero sí he leído lo suficiente para estar segura. Él la amaba, incluso después de marcharse a Francia, incluso después de enterarse de que se había casado con otro.

Sadie se pasó toda su vida aguardando la respuesta a una pregunta. Y ahora sé que él también. Y aunque la historia ocurrió hace más de setenta años y ya no se puede hacer nada, me siento llena de tristeza e indignación. Fue todo tan injusto, tan fatídico.. . Tendrían que haber acabado juntos. Es evidente que alguien interceptó las cartas para que Sadie no las recibiera. Seguramente esos malvados padres Victorianos que tenía.

Así que ella esperó sin tener ni idea de la verdad, creyendo que había sido utilizada. Demasiado orgullosa para seguir a Stephen y averiguarlo por sí misma, aceptó la propuesta de matrimonio del tipo del chaleco como un estúpido gesto de despecho. Quizá esperaba que Stephen apareciera en la iglesia. Incluso mientras se vestía para la boda, debía de de albergar esperanzas, seguro. Y él la decepcionó.

No puedo soportarlo. Quisiera retroceder en el tiempo y solucionarlo todo. Si al menos Sadie no se hubiera casado con el tipo del chaleco. Y si Stephen no se hubiera ido a Francia. Y si sus padres no los hubieran sorprendido in fraganti. Y si.. .

Basta de «y si». No tiene sentido. Él lleva muerto mucho tiempo y ella ha fallecido. Fin de la historia.

Una riada de gente pasa por mi lado hacia la estación de metro de Waterloo, pero yo no me siento con fuerzas para volver a mi apartamento. Necesito respirar aire fresco, tomar un poco de distancia. Me abro paso entre un grupo de turistas y empiezo a cruzar el puente de Waterloo. La última vez que pasé por aquí, el cielo estaba nublado, Sadie se había subido al parapeto y yo gritaba desesperada.

Pero esta tarde hay un aire templado y agradable. El Támesis está todo azul y apenas se ve algún que otro trazo de espuma. Pasa una embarcación de recreo lentamente y un par de turistas saludan con la mano hacia el London Eye.

Me detengo en el mismo punto que la otra vez y miro en dirección al Big Ben, sin ver nada. Mi mente sigue en el pasado. Continúo viendo la letra irregular de Stephen, escuchando sus frases anticuadas. Lo imagino sentado en lo alto de un acantilado francés, escribiéndole a Sadie. Incluso me llegan retazos de un charlestón interpretado por una banda de la época.. .

Alto ahí.

Sí hay una banda tocando música de los años veinte.

De pronto, reparo en la escena que se desarrolla un poco más abajo, a un centenar de metros. En Jubilee Gardens, una multitud ocupa el gran recuadro de césped. Han levantado un quiosco de música y un grupo interpreta jazz. La gente está bailando. ¡Claro, el festival de jazz! El que anunciaban aquel día. Todavía tengo la entrada en el monedero.

Contemplo el espectáculo. Suena música de charlestón. Hay chicas vestidas de época bailando en el escenario, creando un remolino de flecos y collares. Distingo el movimiento de los pies, el balanceo de las plumas de sus tocados. Y súbitamente, entre la multitud veo.. . me parece distinguir.. .

No.

Me quedo paralizada. Y enseguida, sin permitirme un pensamiento, sin dejar que asome siquiera una brizna de esperanza, doy media vuelta, echo a andar con calma por el puente y bajo las escaleras. Me obligo a no apresurarme ni a correr. Camino dejándome llevar por la música, casi sin aliento, con los puños apretados.

Encima del quiosco cuelga una pancarta y racimos de globos plateados, y ahora un trompetista de chaleco reluciente se ha puesto de pie y toca un solo vertiginoso. La gente se agolpa alrededor, mirando a los bailarines del escenario, y una parte del público baila también en la pista montada sobre la hierba: algunos con tejanos y camisetas, otros con atuendos estilo años veinte. Todo el mundo los señala con admiración, pero para mí son meros disfraces. Incluso los vestidos de las chicas del estrado son simples imitaciones, con plumas falsas y perlas de plástico y zapatos modernos y maquillaje del siglo XXI. No se parecen en nada a los auténticos. No se parecen en nada a las chicas años veinte. No se.. .

Me paro en seco, con el corazón en la boca. No, no me equivocaba.

Está junto al escenario, bailando como una posesa. Lleva un vestido amarillo pálido, con una cinta a juego ciñendo su pelo oscuro. Parece más que nunca un espectro. Tiene la cabeza echada atrás y los ojos cerrados, como aislándose del mundo. La gente que baila la atraviesa, la pisotea y le da codazos, pero ella no parece notarlo siquiera.

Dios sabe qué habrá estado haciendo estos últimos días.

Mientras la contemplo, desaparece detrás de dos chicas con chaqueta tejana que no paran de reírse. Siento un espasmo de pánico. No puedo perderla otra vez, después de todo lo que he pasado.

- ¡Sadie! -Empiezo a abrirme paso entre la gente-. ¡Sadie! ¡Soy yo, Lara!

La vislumbro un momento. Mira alrededor con unos ojos como platos. Me ha oído.

- ¡Sadie! ¡Aquí! -Agito los brazos frenéticamente y varias personas se vuelven para ver a quién le estoy gritando.





Ella me ve por fin y se queda paralizada. Su expresión resulta insondable y, al acercarme, experimento una aprensión repentina. En cierto modo, mi manera de verla ha cambiado en los últimos días. Sadie no es una chica cualquiera, ni únicamente mi ángel de la guarda, si es que lo fue alguna vez. Es un personaje de la historia del arte. Es famosa. Y ni siquiera lo sabe.

- Sadie.. . -Trago saliva. No sé por dónde empezar-. Perdona. Te he buscado por todas partes.. .

- ¡Pues no debes de haberte esmerado mucho! -Está contemplando a los músicos y parece indiferente a mi aparición.

A mi pesar, empieza a crecerme una indignación bien conocida.

- ¡Ya lo creo que sí! ¡Llevo días buscándote, por si te interesa saberlo! ¡Llamándote a gritos, mirando por los rincones! ¡No sabes todo lo que he pasado!

- Sí que lo sé. Vi cómo te echaban de aquel cine -dice con una sonrisa socarrona-. Fue divertidísimo.

- ¿Estabas allí? -me sorprendo-. ¿Y por qué no respondiste?

- Aún seguía enfadada. -Alza la barbilla con orgullo-. No tenía por qué responder.

Típico de ella. Debería haber deducido que me guardaría rencor durante días.

- Di vueltas por todas partes. Y también hice un viaje muy revelador. Tengo que contártelo.

Estoy buscando la manera de aproximarme con tacto al asunto de Archbury, Stephen y el cuadro, cuando ella me suelta:

- Te he echado de menos.

Me llevo tal sorpresa que no sé cómo reaccionar. Siento un picor repentino en la nariz y empiezo a rascarme torpemente.

- Y yo. También yo te he echado de menos. -Extiendo impulsivamente los brazos para abrazarla y sólo entonces recuerdo que no es posible. Los dejo caer otra vez-. Escucha, Sadie, tengo algo que contarte.

- ¡Y yo también! Sabía que vendrías aquí. Te estaba esperando.

Por lo visto se cree una divinidad omnipotente.

- No podías saberlo -replico-. Ni siquiera yo lo sabía. Andaba casualmente por la zona, oí la música y me acerqué.. .

- Yo lo sabía -insiste-. Y si no hubieras aparecido, pensaba ir a buscarte para obligarte a venir. ¿Y sabes por qué? -Sus ojos centellean mientras escudriña la multitud.

- Sadie, escúchame, por favor. Tengo algo muy importante que decirte. Vayamos a un sitio más tranquilo para que puedas escucharme con calma. Es posible que te lleves una impresión.. .

- ¡Pues yo tengo algo muy importante que mostrarte! -Ni siquiera me escucha-. ¡Allí! -Señala-. ¡Allí! ¡Mira!

Sigo su mirada, entornando los ojos.. . y el corazón me da un vuelco.