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- ¿Me está diciendo -pregunta al fin- que esta anciana de aquí es la «Mabel» del cuadro?

Debo acabar de una vez con esta tontería de Mabel.

- No se llamaba Mabel. Ella aborrecía ese nombre. Se llamaba Sadie. Sadie Lancaster. Vivía en Archbury y era amante de Stephen Nettleton. Ella fue el motivo de que lo enviaran a Francia.

Se hace un silencio. Sólo se oye el resoplido de Malcolm Gledhill. Sus mejillas parecen dos globos desinflados.

- ¿Tiene pruebas de ello? -dice por fin-. ¿Algún documento, alguna fotografía antigua?

- Lleva puesto el collar, ¿no? -Siento una punzada de frustración-. Lo conservó toda la vida. ¿Qué más pruebas necesita?

- ¿Existe aún el collar? ¿Lo tiene usted? ¿Ella vive todavía? -En cuanto se le ocurre la idea, los ojos vuelven a desorbitársele-. Porque eso sí sería.. .

- Acaba de morir, por desgracia -lo interrumpo antes de que se emocione más-. Y no tengo el collar. Pero estoy intentando encontrarlo.

Malcolm Gledhill saca un pañuelo de cachemir y se seca la frente perlada de sudor.

- Obviamente, en un caso como éste, debe llevarse a cabo una cuidadosa investigación antes de alcanzar una conclusión definitiva.. .

- Es ella -digo con firmeza.

- Así pues, si me lo permite, la remitiré a nuestro equipo de investigación. Ellos analizarán su testimonio con sumo detenimiento y examinarán las pruebas disponibles.

Hay que seguir los pasos oficiales, lo comprendo.

- Hablaré con ellos encantada -digo con educación-. Y sé que me darán la razón. Es ella.

De pronto, entre las postales apoyadas en su ordenador veo La chica del collar. La tomo y la pongo al lado de la foto que le sacaron a Sadie en la residencia. Los dos las observamos en silencio. Ojos radiantes y orgullosos en la primera; ojos cansados y caídos en la otra. Y el collar reluciente vinculando como un talismán ambas imágenes.

- ¿Cuándo murió su tía abuela? -pregunta en voz baja.

- Hace pocas semanas. Pero vivía en una residencia desde los años ochenta y no tenía mucho contacto con el mundo exterior. Nunca se enteró de que Stephen Nettleton se había hecho famoso. Nunca supo que ella misma era famosa. Se consideraba una persona insignificante. Y precisamente por eso quiero que el mundo conozca su nombre.

Gledhill asiente.

- Bueno, si nuestro equipo de investigación llega a la certeza de que era la modelo del retrato.. . entonces, créame, el mundo sabrá de ella. Hace poco llevamos a cabo un estudio, y resulta que La chica del collar es el retrato más popular del museo. Hay un proyecto para darle más protagonismo. La consideramos un bien muy valioso.

- ¿De veras? -Me sonrojo de orgullo-. A ella le habría encantado saberlo.

- ¿Me permite que llame a un colega para que vea la fotografía? -Sus ojos se iluminan-. Es un estudioso de Malory y su testimonio le interesará mucho.

- Espere -replico, alzando una mano-. Antes de llamar a nadie, hay otro asunto del que debo hablar con usted. Quisiera saber cómo consiguieron el cuadro inicialmente. Porque pertenecía a Sadie, era suyo. ¿Cómo llegó a ustedes?

Él se pone un poco tenso.

- Ya suponía que esta cuestión surgiría tarde o temprano. Después de su llamada, busqué el expediente del cuadro y examiné los detalles de la adquisición. -Abre una carpeta que ha tenido delante desde el principio y despliega una hoja-. Nos lo vendieron en los años ochenta.

¿Que se lo vendieron? ¿Quién podría haberlo vendido?

- Pero si se perdió en un incendio.. . Nadie sabía dónde estaba. ¿Quién demonios se lo vendió?





- Me temo.. . -Hace una pausa-. Me temo que el vendedor exigió en su momento que todos los detalles de la transacción se mantuvieran en secreto.

- ¿En secreto? -Lo miro ceñuda-. Pero si el cuadro era de Sadie. Se lo dio Stephen. La persona que se hizo con él, fuese quien fuese, no tenía derecho a venderlo. ¡Deberían comprobar estas cosas!

- Las comprobamos -responde a la defensiva-. La procedencia se consideró correcta en su momento. El museo hizo todo lo que estaba en su mano para verificar que quien lo ofrecía tenía derecho a venderlo. De hecho, se firmo un documento en que éste daba todas las garantías necesarias.

Sus ojos descienden una y otra vez al papel que sostiene. Debe de estar viendo ahora mismo el nombre del vendedor. Esto es exasperante.

- Bueno, dijera lo que dijese esa persona, mentía. -Lo miro furibunda-. ¿Y sabe qué? Yo pago mis impuestos y contribuyo a financiarlos. Y por lo tanto exijo saber quién les vendió el cuadro. Ahora mismo.

- Me temo que se equivoca -replica suavemente-. Nuestro museo no es de titularidad pública y usted no es propietaria del mismo. Créame, a mí me gustaría aclarar este asunto tanto como a usted. Pero debo respetar nuestro acuerdo de confidencialidad. Tengo las manos atadas.

- ¿Y si vengo con abogados y la policía? -Pongo las manos en jarras-. ¿Y si denuncio que el cuadro ha sido robado y lo obligo a revelar el nombre?

Malcolm Gledhill alza sus espesas cejas.

- Obviamente, si hubiera una investigación policial, colaboraríamos totalmente.

- Bien, perfecto. Pues la habrá. Tengo amigos en la policía, ¿sabe? -añado con aire enigmático-. El inspector James estará muy interesado en toda esta historia. Ese cuadro era de Sadie y ahora es de mi padre y mi tío. Y no vamos a quedarnos de brazos cruzados -me altero. Pienso llegar hasta el fondo de este asunto. Los cuadros no aparecen por arte de magia.

- Comprendo su inquietud. -Titubea-. Créame, el museo se toma muy en serio la legitimidad de la propiedad de las obras expuestas.

No se atreve a mirarme a los ojos. Los suyos vuelan una y otra vez al documento que tiene delante. El nombre está ahí. Lo sé. Podría abalanzarme y arrebatárselo.. .

No, mejor no.

- Bueno, gracias por su tiempo -digo con formalidad-. Volveré a ponerme en contacto con usted.

- Por supuesto. -Cierra la carpeta-. Antes de que se vaya, ¿me permite que llame a mi colega, Jeremy Mustoe? Tendrá mucho interés en conocerla y en ver la fotografía de su tía abuela.. .

Instantes más tarde, un tipo flacucho con los puños de la camisa gastados y una nuez de Adán prominente, se inclina sobre la foto murmurando «¡Extraordinario!» una y otra vez.

- Ha sido extremadamente difícil descubrir datos nuevos sobre esta pintura -dice Jeremy Mustoe, levantando la vista-. Hay muy pocos archivos y fotografías de la época, y cuando los investigadores acudieron a su pueblo natal, ya habían pasado casi dos generaciones y nadie recordaba nada. Naturalmente, se daba por supuesto que la modelo se llamaba Mabel.. . -Arruga el entrecejo-. A principios de los noventa se publicó una tesis según la cual la modelo de Malory era una doncella de la casa y los padres se habrían opuesto a la relación por motivos de clase, lo que los indujo a enviarlo a Francia.

Me entran ganas de reírme. Alguien se inventó una versión equivocada y tuvo el descaro de llamarla «tesis».

- Había una Mabel, sí -explico con paciencia-, pero ella no fue la modelo. Stephen llamaba «Mabel» a Sadie para tomarle el pelo. Eran amantes -añado-. Por eso lo enviaron a Francia.

- ¿De veras? -Jeremy Mustoe me mira con renovado interés-. Entonces.. . ¿su tía abuela sería la «Mabel» de las cartas?

- ¡Las cartas! -exclama Malcolm Gledhill-. ¡Claro! Se me habían olvidado. ¡Hace tanto tiempo que las examiné!

- ¿Cartas? -Los miro-. ¿Qué cartas?

- En nuestro archivo conservamos un fajo de cartas escritas por Malory -explica Mustoe-. Son de los pocos documentos que se rescataron después de su muerte. No está claro si llegó a enviarlas o no, pero es seguro que una de ellas fue remitida y devuelta. Por desgracia, la dirección está tachada con tinta azul oscuro y, pese a toda la tecnología actual, no hemos podido.. .

- Perdone que le interrumpa -salto, procurando disimular mi agitación-. ¿Podría verlas?