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Alzo los ojos hacia el cuadro, con la vista nublada de lágrimas. La mujer tiene razón. La retrató con amor. Se aprecia en cada pincelada.

- Es.. . asombroso. -Trago saliva-. ¿No tiene más libros sobre él? -Me muero por sacarla de la habitación y quedarme sola. En cuanto sus pisadas se alejan por el pasillo, ladeo la cabeza-. ¡Sadie! -llamo-. Sadie, ¿me oyes? ¡He encontrado el cuadro! ¡Es precioso! ¡Estás preciosa! ¡Estás en un museo! ¿Y sabes qué? Stephen no retrató a nadie más que a ti. Fuiste la única. Y se pintó a sí mismo en tu collar. Te amaba, Sadie, estoy segura. No sabes cómo desearía que pudieras verlo.. .

Me interrumpo sin aliento, pero la habitación continúa en silencio. No me oye, esté donde esté. Oigo pasos. Me vuelvo y esbozo una sonrisa forzada. La mujer aparece con un montón de libros.

- Esto es lo que tenemos ahora mismo. ¿Es usted estudiante de arte, o una simple aficionada a la obra de Malory?

- Sólo me interesa este cuadro -le digo con franqueza-. Y me gustaría saber una cosa. ¿Tiene usted, o los expertos, alguna idea de quién es ella? ¿Cómo se titula el cuadro?

La chica del collar. Ysí, por supuesto, hay mucha gente interesada en la identidad de la modelo. -La mujer se embarca en un discursito a todas luces ensayado-. Se han hecho investigaciones, pero lamentablemente nadie ha logrado identificarla. Lo único que se conoce es su nombre de pila. -Hace una pausa y añade-: Mabel.

- ¿Mabel? -La miro horrorizada-. ¡No se llamaba Mabel!

- ¡Cielos! -Me sonríe con desconcierto-. Ya sé que para un oído moderno puede sonar un poco pintoresco, pero, créame, Mabel era un nombre bastante común en aquel entonces. Y en el dorso del cuadro hay una inscripción. De puño y letra del propio Malory: «Mi Mabel.»

Por el amor de Dios.

- ¡Era un apodo! ¡Una broma privada! Se llamaba Sadie, ¿vale? Sadie Lancaster. Se lo escribiré. Y lo sé porque era.. . -Titubeo un instante-. Es mi tía abuela.

Me esperaba un gritito o un sofoco, pero la mujer se limita a echarme una mirada dubitativa.

- Cielos, querida. Es una afirmación muy seria. ¿Qué le hace suponer que se trata de su tía abuela?

- No es que lo suponga. Sé que es ella. Vivía aquí, en Archbury, y conocía a Steph.. . o sea, a Malory. Eran amantes. Es ella sin la menor duda.

- ¿Tiene alguna prueba? ¿Una foto de joven? ¿Algún archivo?

- Bueno, no.. . Pero sé que es ella sin ningún género de duda. Y lo demostraré de algún modo. Deberían poner un cartel con su nombre real y dejar de llamarla «Mabel».. . -De repente caigo en la cuenta-. Alto ahí. ¡Éste es el cuadro de Sadie! ¡Él se lo regaló! Lo había perdido hacía mucho, pero sigue siendo suyo. O si no, supongo que ahora es de papá o de tío Bill. ¿Cómo lo consiguieron? ¿Qué hace este cuadro aquí?

- ¿Cómo? -La mujer se ha quedado atónita y yo suelto un bufido de impaciencia.

- Este cuadro pertenecía a mi tía abuela, pero se perdió hace muchos años. La casa familiar se quemó y nadie volvió a verlo. ¿Cómo es que ha acabado aquí? -imprimo un desagradable tonillo acusador y ella retrocede un paso.

- Me temo que no tengo ni idea. Llevo aquí diez años y siempre ha estado colgado en esta biblioteca.

- Ya. -Adopto un aire formal-. Bien, ¿puedo hablar con el director de este museo o con quienquiera que esté a cargo del cuadro? Ahora mismo.

Me mira desconcertada y recelosa.

- Querida, supongo que es consciente de que esto es una reproducción, ¿no?

- ¿Cómo? ¿Qué quiere decir?

- El original es cuatro veces mayor y me atrevo a decir que incluso más espléndido.

- Pero.. . -Miro el cuadro, confusa. A mí me parece auténtico-. ¿Dónde está el original? ¿Guardado en una caja fuerte?

- No, querida -dice, armándose de paciencia-. Está en la London Portrait Gallery, por supuesto.

Capítulo 24





Es enorme. Radiante. Mil veces mejor que el de la casa parroquial.

Llevo sentada dos horas delante del retrato genuino. No puedo moverme de aquí. Con la frente despejada y sus aterciopelados ojos verde oscuro, Sadie contempla la sala desde el cuadro como la diosa más bella que hayas visto jamás. El uso que Cecil Malory hace de la luz en su piel es magistral. Lo sé porque he oído a una profesora de arte explicárselo a sus alumnos hace media hora. Luego todos se han acercado para distinguir el retrato en miniatura de la cuenta del collar.

Desde que estoy aquí, casi un centenar de visitantes se han parado a contemplarla, suspirando de placer, sonriéndose unos a otros. O simplemente tomando asiento para observarla, absortos.

- ¿No es maravillosa? -me dice una mujer morena con un impermeable, sentándose a mi lado-. Es mi retrato preferido de todo el museo.

- Y el mío -coincido.

- Me pregunto qué estará pensando.

- Yo creo que está enamorada. -Examino otra vez los ojos relucientes de Sadie y el rubor de sus mejillas-. Y me parece que es feliz. Feliz de verdad.

- Seguramente.

Guardamos silencio, disfrutando del retrato.

- Tiene algo muy positivo, ¿no cree? -dice la mujer-. Vengo con frecuencia a mirarla a la hora del almuerzo. Me levanta el ánimo. En casa también tengo un póster de ella. Me lo regaló mi hija. Pero el original es insuperable, ¿verdad?

Se me hace un nudo en la garganta, pero consigo sonreír.

- Sí. El original es insuperable.

Mientras hablo, una familia japonesa se acerca al cuadro. La madre le señala el collar a su hija. Las dos suspiran, felices, y luego adoptan una pose idéntica, los brazos cruzados y la cabeza ladeada, y se quedan mirándola.

Sadie adorada por toda esta gente. Decenas, cientos, miles de personas. Y ella no tiene ni idea.

La he llamado hasta quedarme ronca, una y otra vez, asomada a la ventana, a lo largo de la calle. Pero no me oye. O no quiere oírme. Me pongo de pie bruscamente y miro el reloj. Debo irme. Ya son las cinco. Tengo una cita con Malcolm Gledhill, el director de la colección.

Me dirijo al vestíbulo, le doy mi nombre a la recepcionista y aguardo entre una manada de escolares franceses. Al cabo, oigo una voz a mi espalda.

- ¿Señorita Lington?

Al volverme, veo a un hombre con camisa morada. Tiene ojillos brillantes, una barba castaña y unos mechones de pelo alborotados. Parece Papá Noel antes de envejecer y me resulta simpático en el acto.

- Hola. Sí, soy Lara Lington.

- Malcolm Gledhill. -Me sonríe-. Acompáñeme por aquí.

Me guía por una puerta disimulada detrás del mostrador de recepción, y luego por unas escaleras hasta un despacho que abarca toda una esquina desde la que se domina el Támesis. Hay postales y reproducciones de cuadros por todas partes: colgadas de las paredes, apoyadas contra los libros de las estanterías y adornando su enorme ordenador.

- Bueno. -Me tiende una taza de té y toma asiento-. Creo que ha venido a verme por La chica del collar, ¿no? -Me observa con cautela-. No acabé de entender en su mensaje cuál era la cuestión. Pero sí que era muy.. . ¿urgente?

Vale, quizá le mandé un mensaje algo exagerado. No quería verme obligada a contarle toda la historia a un recepcionista cualquiera, de manera que me limité a decir que tenía que ver con La chica del collar y que era un asunto de vida o muerte, una cuestión de Estado, de seguridad nacional.

En fin. Para el mundo del arte, probablemente sí es todas esas cosas.

- Bastante urgente -asiento-. Y lo primero que quiero decir es que no era una simple «chica». Era mi tía abuela. Mire.

Busco en el bolso y saco la fotografía de Sadie en la residencia, con el collar puesto.

- Observe el collar -añado al dársela.

Sabía que me gustaba el tal Malcolm Gledhill, porque reacciona exactamente como cabía esperar. Los ojos se le salen de las órbitas y se pone rojo de pura excitación. Me mira fijamente y vuelve a examinar la foto. Estudia el collar que lleva Sadie. Luego carraspea ruidosamente, como temiendo haber delatado demasiado su interés.