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Cecil Malory. Un artista famoso. Vamos, no como Picasso, pero he oído hablar de él. Se me despierta un leve interés.

- Entonces, ¿se supone que Cecil Malory vivió aquí?

- Naturalmente. -Parece asombrada por la pregunta-. Por eso la casa fue restaurada y convertida en museo. Vivió aquí hasta mil novecientos veintisiete.

¿Hasta 1927? Ahora sí que estoy interesada de verdad. Si vivía aquí en 1927, seguro que Sadie lo conocía. Debían de pertenecer a la misma pandilla.

- ¿Era amiga del hijo del vicario? Un chico llamado Stephen Nettleton.

- Querida.. . -Me mira perpleja-. Sin duda ya sabe usted que Stephen Nettleton era Cecil Malory. Él nunca empleó su apellido como pintor.

¿Stephen era Cecil Malory?

¿Stephen es.. . Cecil Malory?

Me quedo patitiesa.

- Luego cambió de apellido legalmente -prosigue-. Fue una especie de protesta contra sus padres, según se cree. Después de trasladarse a Francia.. .

Sólo la escucho a medias. La cabeza me da vueltas. Stephen se convirtió en un pintor famoso. Esto no tiene sentido. Sadie nunca me ha dicho que fuera famoso. Ella habría alardeado de un modo insoportable.. . ¿O quizá no lo sabía?

- .. . y no llegaron a reconciliarse antes de su trágica muerte en plena juventud -concluye la mujer con una nota solemne. Luego sonríe-. ¿Le gustaría ver las habitaciones?

- No. Eh.. . Perdón. -Me froto la frente-. Estoy un poco confusa. Steph.. . quiero decir Cecil Malory.. . era amigo de mi tía abuela, ¿sabe? Ella vivió en este pueblo y lo conocía. Pero creo que nunca se enteró de que se había hecho famoso.

- Ah. -Asiente con aire entendido-. Bueno, claro, eso no le sucedió en vida. Fue mucho después de su muerte cuando creció el interés por sus cuadros, primero en Francia y luego aquí, en su tierra natal. Como murió tan joven, el volumen de su obra es bastante limitado. De ahí que aumentara tanto la cotización de sus cuadros. En los años ochenta se disparó su valor. Fue entonces cuando su fama se extendió por todo el mundo.

En los ochenta. Sadie sufrió su derrame cerebral en 1981. La llevaron a la residencia y nadie le contó nada. No tenía ni idea de lo que sucedía en el mundo exterior.

Salgo de mi ensimismamiento y veo que la mujer me mira de un modo extraño. Seguro que preferiría devolverme los cinco pavos y librarse de mí.

- Eh.. . Perdone. Estaba pensando. Dígame, ¿él pintaba en un cobertizo del jardín?

- Sí. -Su rostro se ilumina-. Si le interesa, tenemos a la venta varios libros sobre Malory.. . -Sale presurosa y regresa con un delgado volumen de tapa dura-. Los datos sobre sus primeros años son algo imprecisos porque muchos archivos del pueblo resultaron destruidos durante la guerra, y cuando se iniciaron las investigaciones ya habían fallecido muchos de sus contemporáneos. En cambio, hay anécdotas encantadoras sobre su época en Francia, cuando empezó a despuntar como paisajista.. . -Me tiende el libro, en cuya portada figura una marina.

- Gracias. -Lo tomo y empiezo a ojearlo. Casi enseguida tropiezo con una fotografía en blanco y negro de un hombre pintando en un acantilado, con el pie: «Una de las pocas imágenes de Cecil Malory en pleno trabajo.» Ahora entiendo por qué Sadie se prendó perdidamente de él. Es apuesto, alto y moreno, de ojos oscuros y mirada intensa, y lleva una camisa raída.

Qué cabronazo.

Seguramente se creía un genio. Seguramente pensaba que era demasiado especial para mantener una relación normal. Aunque lleve tanto tiempo muerto, he de reprimir el impulso de insultarlo. ¿Cómo pudo tratarla tan mal? ¿Cómo pudo largarse a Francia y olvidarse de ella?

- Tenía un talento extraordinario. -La mujer sigue mi mirada-. Su muerte prematura fue una de las tragedias del siglo veinte.

- Ya, bueno. Quizá se lo merecía -le digo con una mirada siniestra-. Quizá debería haberse portado mejor con su novia. ¿No lo había pensado?

La mujer se queda atónita; abre la boca y vuelve a cerrarla.

Sigo hojeando, pasando paisajes marinos, más acantilados, un apunte a lápiz de una gallina.. . hasta que me quedo paralizada. Un ojo me mira desde una página del libro. Es una ampliación de un cuadro. Sólo un ojo, con pestañas largas, muy largas, y con un brillo burlón.

Conozco este ojo.





- Disculpe -me atraganto-. ¿Qué es esto? -Señalo la página-. ¿Quién es? ¿De dónde procede este detalle?

- Querida.. . -Veo que la mujer se esfuerza por no perder la paciencia-. Seguro que lo conoce. Es una ampliación de uno de sus cuadros más famosos. Lo tenemos en la biblioteca, si quiere echarle un vistazo.

- Sí -digo, poniéndome en marcha-. Por favor. Quiero verlo.

Me guía por un pasillo rechinante hasta una habitación sombría y enmoquetada, cubierta de estanterías, con sillones de cuero y un gran cuadro sobre la chimenea.

- Aquí está. Nuestro gran orgullo.

Me quedo sin habla, inmóvil, sujetando el libro, con los ojos fijos en el cuadro.

Ahí está. Mirando desde el interior de un historiado marco dorado. Con todo el aire de ser la dueña del mundo. Sadie.

Nunca la he visto tan radiante. Ni tan relajada. Tan feliz. Tan hermosa. Sus ojos se ven enormes y oscuros y resplandecen de amor.

Está reclinada en una tumbona, completamente desnuda salvo por un lienzo de gasa que le cubre desde los hombros hasta las caderas y que difumina parcialmente la vista. El pelo a lo garçon deja al descubierto su esbelto cuello. Lleva unos pendientes espléndidos. Y alrededor del cuello, cayendo sobre sus pálidos pechos difuminados por la tela, entrelazándose con sus dedos y derramando una cascada de cuentas relucientes.. . el collar de la libélula.

Y entonces oigo su voz en mi cabeza: «Yo era feliz cuando lo llevaba.. . Me sentía hermosa. Como una diosa.»

Ahora todo cobra sentido. Por eso quería el collar, por eso significa tanto para ella. En ese período de su vida fue feliz. No importa lo que sucediera antes o después. No importa que le rompieran el corazón. En aquel momento todo era perfecto.

- Es asombroso -digo, secándome una lágrima.

- ¿A que es maravillosa? -La mujer me mira complacida. Evidentemente, por fin estoy comportándome como una amante de la pintura-. Los detalles y el manejo del pincel son exquisitos. Cada cuenta del collar es una pequeña obra maestra. Está pintado con tanto amor.. . -Contempla el cuadro con cariño-. Y es tanto más especial, claro está, porque es único.

- ¿Qué quiere decir? Cecil Malory pintó un montón de cuadros, ¿no?

- Por supuesto. Pero nunca hizo otro retrato, salvo éste. Se negó durante toda su vida. En Francia recibió muchas solicitudes a medida que su fama iba creciendo, pero él siempre respondía: J’ai peint celui que j’ai voulu peindre. -Hace una pausa dramática-. Ya he pintado a quien quería pintar.

La miro pasmada. ¿Sólo pintó a Sadie? ¿En toda su vida? ¿Ya había pintado a la única que quería pintar?

- Y en esta cuenta.. . -Se acerca al cuadro con sonrisa experta-. Justo en ésta, hay una pequeña sorpresa. Un pequeño secreto, si lo prefiere. -Me indica que me acerque-. ¿Lo ve?

Me concentro en la cuenta de cristal. Parece igual que las demás.

- Es casi imposible verlo, salvo con una lupa.. . Aquí lo tengo. -Saca una hoja de papel mate donde aparece la cuenta del collar en una ampliación enorme.

Para mi estupefacción, distingo en su superficie una cara. La cara de un hombre.

- ¿Éste es.. . ?

- Malory -asiente-. Su propio reflejo en el collar. Se incluyó a sí mismo en el cuadro. El retrato oculto más diminuto que existe. Se descubrió hace sólo diez años. Como si fuese un mensaje cifrado.

- ¿Me permite?

Con manos temblorosas, cojo la ampliación y observo atentamente el rostro. Ahí está Stephen. En el cuadro. En el collar. Como si fuese parte de ella. Nunca quiso pintar otro retrato. Pintó a la única que deseaba pintar.

Amaba a Sadie, sí.