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- No tiene nada de maravilloso -dice con expresión hosca-. Es todo completamente falso.

Nos miramos ceñudas. Es evidente que ninguna de las dos está de humor esta noche.

- No es falso. Es real. Ya viste cómo me besaba; ya oíste lo que me dijo.

- No es más que una marioneta -refunfuña-. Dijo lo que yo le ordené que dijera. Podría haberle dicho que se declarase a un árbol y lo habría hecho. ¡Nunca había conocido a nadie tan débil! Apenas tuve que susurrarle y ya se lanzó.

Qué arrogancia.. . ¿Quién se ha creído que es?

- Tonterías -replico en tono glacial-. Vale, ya sé que le diste un empujoncito. Pero él nunca me habría dicho que me ama si no hubiese existido un fondo de verdad. Es evidente que expresó lo que siente, sus sentimientos más profundos.

Sadie suelta una risita.

- ¡Sus sentimientos profundos! Eres tronchante, querida. ¡Él no alberga ningún sentimiento por ti!

- ¡Ya lo creo! ¡Claro que sí! Tenía mi foto en el móvil, ¿no? La ha llevado encima todo este tiempo. Eso es amor.

- No seas absurda.

Sadie parece tan segura de sí misma que me entra un verdadero ataque de furia.

- ¡Tú nunca has estado enamorada! ¿Qué puedes saber al respecto? Josh es un hombre de verdad: con auténticos sentimientos, con un amor verdadero, y de eso tú no tienes ni idea. Puedes pensar lo que quieras, pero lograré que las cosas funcionen. Josh alberga sentimientos muy profundos hacia mí. Lo creo de verdad.

- ¡No basta con creerlo! -chilla con súbita vehemencia-. ¿Es que no lo entiendes, niña estúpida? ¡Podrías pasarte la vida creyendo y acariciando esperanzas! Si una historia de amor sólo funciona por un lado, entonces será siempre una pregunta, no una respuesta. Y no puedes vivir toda tu vida esperando una respuesta.

Se ruboriza y desvía la mirada.

Se hace un silencio, sólo interrumpido por el barullo de fondo de dos personajes de EastEnders que se están atizando de lo lindo. Me he quedado boquiabierta y estoy a punto de derramar el vino en el sofá. Enderezo la mano y doy un trago. Joder, ¿a qué ha venido este estallido? Creía que el amor la traía sin cuidado, que sólo le importaba la diversión, las aventurillas, el mariposeo. Pero ahora me ha parecido que.. .

- ¿Eso te ocurrió, Sadie? -indago con cautela, aunque ella sigue dándome la espalda-. ¿Te pasaste la vida esperando una respuesta?

Y entonces desaparece. Sin una palabra de advertencia, sin un «hasta luego». Simplemente, se esfuma.

Esto no puede hacérmelo a mí. Tengo que saber más. Debe de haber toda una historia detrás. Apago la tele y la llamo. Mi enfado se ha trocado en curiosidad.

- ¡Sadie, cuéntamelo! ¡Es bueno hablar las cosas! -La sala permanece en silencio, pero intuyo que sigue ahí-. Vamos, no seas tozuda. Yo te he contado todas mis cosas. Soy tu sobrina nieta, confía en mí. No se lo diré a nadie.

Nada.

- Como quieras. -Me encojo de hombros-. Pensaba que tenías más agallas.

- ¡Tengo agallas de sobra! -Aparece de repente, rabiosa.

- ¡Pues cuéntame! -digo, y me cruzo de brazos.

Guarda silencio, pero me dirige miradas de soslayo.

- No hay nada que contar -musita al fin-. Es simplemente que sé muy bien lo que es creer que estás enamorada. Sé lo que es malgastar todo tu tiempo, todas tus lágrimas y todo tu corazón en algo que finalmente no es nada. No desperdicies tu vida. Sólo puedo darte ese consejo.

¿Sólo eso? ¿Está de broma? ¡No puede dejarme así! Hubo algo, pero ¿qué?

- Cuéntame qué pasó. ¿Tuviste una aventura? ¿Hubo un hombre cuando vivías en el extranjero? ¡Desembucha, venga!

Por un momento parece que no va a responder, o que va a esfumarse de nuevo. Pero luego suspira, se da la vuelta y se acomoda otra vez en la repisa de la chimenea.

- Fue hace mucho. Antes de irme al extranjero. Antes de casarme. Había un hombre, sí.

- ¡Aquella bronca con tus padres! -Ahora empiezo a atar cabos-. ¿Fue por culpa de él?

Inclina la cabeza levemente, asintiendo. Debería haberlo adivinado. Intento imaginármela con un novio. Un chico atildado de los años veinte, quizá con un canotier. Y con uno de esos mostachos anticuados.

- ¿Os pillaron juntos tus padres? ¿Estabais.. . dándole de comer al ganso?





- ¡No! -Suelta una carcajada.

- ¿Pues qué pasó? ¡Cuenta!

Todavía no acabo de asimilar que haya estado enamorada. Después de darme tanto la paliza sobre Josh. Después de fingir que todo le importaba un pimiento.

- Encontraron unos dibujos. -Su risa se apaga y se abraza el cuerpo-. Era pintor. Le gustaba pintarme. Mis padres se quedaron escandalizados.

- Pero ¿qué tenía de malo que te retratara? ¡Deberían haberse sentido halagados! No deja de ser un cumplido que un artista quiera pintarte.. .

- Desnuda.

- ¿Cómo? -Me quedo de piedra. Yo en mi vida posaría desnuda. ¡Ni en mil años! Bueno, salvo que saliera muy favorecida.. . Unos retoques de artista.

- Con una sábana encima. Pero mis padres.. . -Aprieta los labios-. Fue todo un drama el día que encontraron los dibujos.

Me tapo la boca con la mano. Ya sé que no debo reírme, ya sé que no tiene gracia, pero no puedo evitarlo.

- Así que vieron.. .

- Se pusieron histéricos. -Suelta un resoplido, casi una risa-. Fue gracioso, pero también horrible. Sus padres estaban tan furiosos como los míos. Se suponía que iba a estudiar Derecho. -Menea la cabeza-. Pero él nunca se habría convertido en abogado. Era un auténtico desastre. Se pasaba la noche pintando, bebiendo vino y fumando un pitillo tras otro. Los apagaba en la paleta.. . Bueno, los dos lo hacíamos, porque yo me quedaba en el estudio toda la noche. En el cobertizo de la casa de sus padres. Lo llamaba Vincent. Por Van Gogh. Y él me llamaba Mabel.

Deja escapar otra risita.

- ¿Mabel? -Arrugo la nariz.

- En su casa había una doncella llamada así. Yo le dije que era el nombre más feo que había oído en mi vida, que deberían cambiárselo. Y desde entonces él empezó a llamarme Mabel. Un bruto cruel.. . eso es lo que era.

Habla en un tono medio jocoso, pero detecto un temblor extraño en sus párpados. No sé si le apetece recordar todo esto.

- ¿Y tú.. . ? -empiezo, pero me callo. Iba a preguntarle si lo amaba de verdad.

Ella está absorta en sus pensamientos.

- Salía de allí a hurtadillas, cuando todavía estaban todos durmiendo, y me deslizaba por la enredadera.. . -Se interrumpe, con la mirada perdida. De pronto, parece muy triste-. Todo cambió bruscamente cuando nos descubrieron. A él lo enviaron a Francia, a casa de un tío, para que se enderezase. Como si fuera posible conseguir que dejara de pintar.

- ¿Cómo se llamaba?

- Stephen Nettleton. -Suspira-. No había pronunciado su nombre desde hace.. . setenta años. Por lo menos.

¿Setenta años?

- Bueno, ¿y qué pasó después?

- No volvimos a ponernos en contacto. Nunca más -dice con tono inexpresivo.

- ¿Por qué? ¿No le escribiste?

- Sí, le escribí. -Me dirige una frágil sonrisa que me estremece-. Le envié a Francia una carta tras otra. Pero nunca tuve noticias suyas. Mis padres me decían que era una boba y una ingenua. Decían que me había utilizado. Al principio no les creía, los odiaba por decírmelo. Pero luego.. . -Alza la barbilla, como desafiándome a que la compadezca-. Yo era como tú. «¡Él me ama, me ama de verdad!» -se mofa con una vocecita aguda-. «¡Me escribirá! ¡Volverá a buscarme! ¡Me ama!» ¿Te imaginas cómo me sentí cuando finalmente recobré el juicio?

Un silencio tenso.

- ¿Y qué hiciste?

- ¡Casarme, claro! -responde con un brillo retador en los ojos-. El padre de Stephen ofició la ceremonia. Era nuestro párroco. Stephen debió de enterarse, pero ni siquiera mandó una postal.

Enmudece y yo permanezco sentada. De modo que se casó con el tipo del chaleco escarlata por despecho. Qué espantoso. Con razón no duró.

Estoy hecha polvo. Ojalá no hubiera insistido en que me lo contara. No pretendía remover recuerdos tan dolorosos. Creía que me contaría algo divertido, alguna anécdota sabrosa, y que me enteraría de cómo funcionaba el sexo en los años veinte.