Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 35 из 94

- Disculpen -dice un camarero, mientras pasa entre los dos con una bandeja de aperitivos chinos.

No sólo no estamos en una pista de baile, sino que ésta es una zona de paso y estorbamos a todo el mundo. Creo que es la experiencia más atroz de mi vida.

- ¡Baila bien! -Sadie me observa con horror-. ¡Eso no es bailar!

¿Qué espera, que nos marquemos un vals?

- ¡Parece que os estéis moviendo por un barrizal! ¡Así es como se baila!

Se arranca a bailar en plan charlestón, años veinte, agitando manos, rodillas y codos. Tiene una expresión beatífica y la oigo tararear la melodía. Al menos, alguien se divierte.

Mientras la contemplo, se aproxima contoneándose a Ed y le pone una mano en cada hombro. Luego le acaricia una mejilla con adoración.

- ¿No es maravilloso?

Le pasa las manos por el pecho, rodeándole la cintura y rozándole la espalda.

- Pero ¿es que puedes sentirlo? -murmuro incrédula.

Sadie retrocede, como si la hubiera pillado in fraganti.

- Ésa no es la cuestión -replica-. Ni es cosa tuya.

Ya. O sea, que no puede. Cualquier cosa le vale, me imagino. Pero ¿tiene que hacerlo en mi presencia?

- ¡Sadie! -la advierto cuando sus manos descienden un poco más.

- Perdona, ¿qué decías? -Con visible esfuerzo, Ed me presta atención. Todavía sigue moviéndose a izquierda y derecha, ignorando que una chica de los años veinte está pasándole las manos vorazmente por todo el cuerpo.

- He dicho.. . que paremos. -Procuro no mirar a Sadie, que está tratando de mordisquearle la oreja.

- ¡No! -protesta ella-. ¡Más!

- Excelente idea -dice Ed en el acto, y se dirige hacia la mesa.

- ¿Ed? ¿Ed Harrison? -Una mujer rubia se interpone en nuestro camino. Lleva pantalones beige y una blusa blanca, y tiene una expresión de incrédulo regocijo. Detrás de ella, hay una mesa con varios ejecutivos trajeados que nos escrutan con avidez-. ¡Ya me parecía que eras tú! ¿Estabas.. . bailando?

Ed repasa las caras de la mesa y salta a la vista que su pesadilla acaba de quintuplicarse. Casi lo compadezco.

- Eh.. . sí, en efecto -musita, como si tampoco él pudiera creérselo-. Bailando. -Enseguida parece volver en sí-. Lara, ¿conoces a Genevieve Bailey, de DFT? Genevieve, Lara. ¿Qué tal, Bill, Mike, Sarah.. . ? -saluda a los de la mesa.

- Un vestido adorable -comenta ella, echándome una ojeada condescendiente-. Veo que te va el look de los veinte.

- Es una pieza original.

- ¡No lo dudo!

Le devuelvo la sonrisa, pero me ha tocado en lo más vivo. Lo último que quiero es dejarme ver como parte de una colección de «muñequitas» de época del Daily Mail. Sobre todo, delante de una colección de ejecutivos de alto nivel.

- Voy a repasarme el maquillaje -digo con una sonrisa forzada-. Vuelvo en un minuto.

En el baño, humedezco un pañuelo de papel y me froto la cara frenéticamente. Pero no hay manera de que salga nada.

- ¿Qué haces? -Sadie aparece a mi espalda-. ¡Vas a arruinar el maquillaje!

- Sólo intento rebajar un poco el color-replico sin dejar de frotarme.

- Pero ese colorete no se va. Es indeleble. Dura días. Y el pintalabios también.

¿Indeleble?

- ¿Dónde aprendiste a bailar? -Se coloca ante mí.

- En ninguna parte. No se trata de aprender, sino de pillar la onda.

- Pues bailas fatal.

- Ya, y tú estás pasada de vueltas -replico, picada-. ¡Parecía que querías echarle un polvo ahí en medio!

- ¿Echarle un polvo? -repite-. ¿Qué quieres decir?

- Bueno.. . ya me entiendes. -Me siento incómoda. No estoy segura de que me apetezca hablar del tema con mi tía abuela.

- ¿Qué? -se impacienta-. ¿Qué significa?

- Pues.. . es como cuando alguien se queda a dormir en tu casa. Pero sin pijama.

- Ah, ya. -Lo ha entendido-. ¿A eso lo llamas «echar un polvo»?

- A veces. -Me encojo de hombros.

- ¡Qué expresión tan rara! Nosotros lo llamábamos sexo.





- Bueno -digo, desconcertada-. Nosotros también.. .

- O darle de comer al ganso.

¿Darle de comer al ganso? ¿Y tiene el valor de decirme que «echar un polvo» es raro?

- Bueno, como quieras. -Me quito un zapato y me masajeo los dedos doloridos-. Parecías querer montártelo en medio del bar.

Sadie suelta una risita y se arregla la cinta de la cabeza al tiempo que se mira en el espejo.

- Debes reconocer que es guapo.

- En apariencia, quizá -admito de mala gana-. Pero no tiene personalidad.

- ¡Ya lo creo que la tiene!

¿Cómo va a saberlo ella? ¡Soy yo la que ha tenido que darle conversación, joder!

- Qué va. Lleva meses en Londres y ni siquiera se ha molestado en darse una vuelta. -Vuelvo a ponerme el zapato con una mueca-. ¿No te parece que se ha ser muy estrecho de miras? ¿Qué clase de persona no mostraría interés en una de las ciudades más importantes del mundo? -Me indigno-. No se merece vivir aquí.

Como londinense que soy, me lo he tomado de un modo personal. Levanto la vista para ver qué piensa, pero Sadie está tarareando con los ojos cerrados. Ni me escucha.

- ¿Crees que yo le gustaría? -Ahora sí abre los ojos-. Si pudiese verme y bailar conmigo.. .

Veo un brillo tan esperanzado en su rostro que mi indignación se evapora. Soy una idiota. ¿Qué más da cómo sea el tipo? No tiene nada que ver conmigo. Ésta es la noche de Sadie.

- Claro -digo-. Le encantarías.

- Yo también lo creo. Tienes el tocado torcido.

Me lo arreglo un poco y examino mi reflejo, malhumorada.

- Qué pinta más ridícula -resoplo.

- Estás divina. Eres la chica más mona del local. Aparte de mí -añade tan fresca.

- ¿Adivinas lo estúpida que me siento? -Me froto otra vez las mejillas-. No, claro. A ti sólo te importa tu cita.

- Te diré una cosa -murmura, observándome en el espejo-: tienes labios de estrella de cine. En mi época, todas las chicas se morían por tener unos labios así. Podrías haber hecho películas.

- Sí, vale -digo, poniendo los ojos en blanco.

- Mírate, boba. ¡Pareces una heroína de película!

Me echo otro vistazo de mala gana, tratando de imaginarme en blanco y negro, atada a la vía de un tren mientras suena un piano amenazador. De hecho, tiene razón. Podría dar el pego.

- ¡Se lo ruego, señor, perdóneme la vida! -declamo, adoptando una pose desamparada y pestañeando ante el espejo.

- ¡Sí! Habrías sido una diosa de la gran pantalla.

Me mira a los ojos y le sonrío sin poder evitarlo. Ésta ha sido la cita más estúpida y estrafalaria de mi vida, pero su buen humor resulta contagioso.

Cuando volvemos al bar, veo que Ed continúa charlando con Genevieve, que está elegantemente apoyada en una silla, en una pose «informal» pensada sin duda para exhibir su esbelta figura. Pero compruebo a simple vista que Ed ni siquiera se ha dado cuenta, cosa que me inspira cierta simpatía hacia él.

Sadie también los ha visto. Intenta quitarla de en medio a codazos y le grita «¡Largo de aquí!», pero Genevieve no hace caso. Debe de estar hecha de un material muy duro.

- Lara -me dice con una sonrisa falsa-. Perdona. ¡No pretendía interrumpir tu velada íntima con Ed!

- Tranquila. -Le devuelvo la sonrisa postiza.

- ¿Os conocéis desde hace mucho? -pregunta, gesticulando con su elegante manga de seda.

- No, no hace mucho.

- ¿Y cómo os conocisteis?

Le echo una mirada a Ed. Se lo ve tan incómodo que me entran ganas de reírme.

- Fue en la oficina, ¿no? -digo para echarle una mano.

- Sí. En la oficina -asiente, aliviado.

- ¡Bueno! -Genevieve se ríe con esa clase de gorjeo estridente que se te escapa cuando estás mosqueada-. ¡Eres una caja de sorpresas, Ed! ¡No sabía que tuvieras novia!

Él y yo nos miramos una fracción de segundo. Veo que la idea le hace tanta ilusión como a mí.

- No es mi novia -dice-. O sea, no.. .

- No soy su novia -me apresuro a confirmar-. Sólo somos.. . Es una simple coincidencia.. .