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Ay. Me he hecho daño.

- Bueno. -Ed apenas puede hablar del sofoco-. ¿Te apetece.. . tomar algo? ¿Una copa de champán?

- Pide una cucharilla de cóctel -me apunta Sadie-. ¡Y sonríe! ¡No te has reído ni una vez!

- ¿Qué tal una cucharilla de cóctel? -Suelto una aguda risita-. ¡Adoro las varillas de cóctel!

- ¿Una cucharilla de cóctel? -Ed frunce el entrecejo-. ¿Para qué?

¿Quién coño sabe para qué? Le echo una mirada a Sadie.

- Di: «¡Para sacar las burbujas, querido!»

- ¡Para sacar las burbujas, querido! -Suelto mi risita de nuevo y por si acaso le doy otro meneo a los collares.

Ed pone cara de tierra-trágame. No me extraña.

- ¿Por qué no te sientas? -musita con voz estrangulada-. Yo traeré las bebidas.

Me acerco a su mesa y cojo por el respaldo una silla tapizada de ante.

- Siéntate así -me ordena Sadie, adoptando una pose afectada, con las manos en una rodilla. La imito lo mejor que puedo-. ¡Abre más los ojos!

Luego mira alrededor, examinando a la gente que hay en las mesas y la barra. Los murmullos se han reanudado y se oye una suave melodía de fondo.

- ¿No ha llegado la banda? ¿Cuándo empieza el baile?

- No hay ninguna banda -cuchicheo-. No hay baile. Este bar no es de ese estilo.

- ¿Que no hay baile? -replica ansiosa-. ¡Pero si hay que bailar! ¡Es lo más importante! ¿No tienen música más movida? ¿Algo más animado?

- No lo sé. Pregúntaselo a ése -digo, sarcástica, señalándole al barman.

Ed aparece justo entonces con una copa de champán y otro gin-tonic. Juraría que triple. Se sienta al otro lado de la mesa, me tiende la copa y levanta su vaso.

- Salud.

- ¡Chin chin! -Le dedico una sonrisa deslumbrante, remuevo el champán con una varilla de plástico y doy un sorbo. Levanto la vista, buscando la aprobación de Sadie, pero ha desaparecido. La busco disimuladamente con el rabillo del ojo y la veo detrás de la barra, gritándole al oído al barman.

Ay, Dios. ¿Qué desastre va a provocar ahora?

- Hummm.. . ¿este sitio te quedaba muy lejos?

La voz de Ed me arranca de mi estupor. Acaba de hacerme una pregunta. Y Sadie no está aquí para apuntarme. Fantástico. Voy a tener que darle conversación.

- Eh.. . no, no tanto. Vivo en Kilburn.

- Ah. En Kilburn. -Asiente varias veces, como si le hubiese dicho algo muy profundo.

Mientras me devano los sesos buscando algo que decir, lo repaso de arriba abajo. Una chaqueta gris marengo muy chula, lo reconozco. Es más alto de lo que recordaba, y se le adivina un torso más firme bajo la camisa de marca. Una sombra de barba; la misma V en el entrecejo que me llamó la atención en las oficinas.. . Por el amor de Dios, es sábado y tiene una cita, pero se lo ve tan serio como si estuviera en una reunión en la que todo el mundo va a ser despedido.

Siento una oleada de irritación. Al menos podría simular que se lo está pasando bien.

- ¡Bueno, Ed! -Hago un esfuerzo heroico y le sonrío-. Por tu acento deduzco que eres estadounidense.

- Exacto. -Asiente, pero no añade nada más.

- ¿Cuánto llevas aquí?

- Cinco meses.

- ¿Te gusta Londres?

- No he visto gran cosa.

- ¡Ah, pues deberías! Deberías ir al London Eye, a Covent Garden, y luego tomar una embarcación hasta Greenwich.. .





- Quizá. -Me dirige una tensa sonrisa y echa un trago-. Estoy muy ocupado con mi trabajo.

Es lo más patético que he oído en mi vida. ¿Cómo puedes instalarte en una ciudad y no molestarte en conocerla? Ya sabía yo que no me gustaba este tipo. Veo a Sadie a mi lado, enfurruñada y de brazos cruzados.

- El barman es muy testarudo -masculla-. Ve y dile que cambie la música.

¿Está chalada? Le lanzo con disimulo una mirada asesina y me vuelvo hacia Ed con una sonrisa.

- Y tú, Lara, ¿a qué te dedicas? -Parece que ha comprendido por fin que debe participar en la conversación.

- Soy cazatalentos.

Se pone en guardia en el acto.

- No serás de Sturgis Curtis, ¿no?

- No; tengo mi propia empresa, L amp;N Selección de Ejecutivos.

- Ah, bien. Espero no haberte ofendido.

- ¿Qué tiene de malo Sturgis Curtis?

- Son unos buitres del demonio. -Pone tal expresión de horror que me entran ganas de reírme-. Me atosigan todos los días. ¿Quiero tal puesto? ¿Me interesa tal trabajo? Utilizan un montón de trucos para saltarse a mi secretaria.. . O sea, son buenos. -Se estremece-. Incluso me han invitado a su mesa en la cena de Business People.

- ¡Hala! -No puedo disimularlo: estoy impresionada. Nunca he asistido a la cena de Business People, pero he visto reportajes en la revista. Se celebra siempre en un gran hotel de Londres y es un verdadero despliegue de glamur-. ¿Piensas ir?

- He de hablar en la ceremonia.

¡Dios mío! Este tipo debe de ser importante de verdad. No tenía ni idea, intento echarle una mirada significativa a Sadie, pero ha vuelto a desaparecer.

- ¿Y tú? ¿Vas a ir?

- Eh.. . este año no -digo, dando a entender que es sólo algo circunstancial-. Mi empresa no ha podido reservar mesa este año.

Son mesas para doce personas y cuestan cinco mil libras, y en L amp;N Selección de Ejecutivos somos sólo dos y debemos de tener esas cinco mil libras.. . en números rojos.

- Ah -murmura, bajando la cabeza.

- Aunque el año que viene sí, seguro -me apresuro a añadir-. Probablemente reservaremos dos mesas. Para hacerlo como es debido, ya me entiendes. Ya nos habremos expandido para entonces.. . -Decido callarme. No sé por qué me esfuerzo en impresionar a este tipo. Es obvio que mi cháchara no le interesa.

Mientras remuevo el champán otra vez, caigo en la cuenta de que la música ha parado. Me vuelvo hacia el barman y lo veo junto al reproductor de CD, seguramente debatiéndose entre sus propios deseos y los chillidos con que Sadie le taladra el tímpano. ¿Qué se propone esta demente?

El barman acaba rindiéndose, claro. Saca un disco, lo introduce en el aparato y, en unos instantes, una música chirriante y anticuada, estilo Cole Porter, inunda el local. Sadie se desliza por detrás de Ed con una sonrisa satisfecha.

- ¡Al fin! Sabía que ese hombre tendría por ahí algo adecuado. Y ahora, ¡sácala a bailar! -le ordena a Ed-. ¡Sácala a bailar! ¡Vamos, vamos!

Oh, Dios.

«Resiste -le digo mentalmente-. No la escuches. Sé fuerte.» Le estoy enviando mi señal telepática más intensa, pero no sirve de nada. A medida que Sadie le aúlla al oído, en la cara del pobre hombre se va dibujando una expresión confusa. Tiene toda la pinta de una persona que no quiere vomitar, que de veras no quiere, pero no tiene otro remedio que hacerlo.

- Lara. -Se aclara la garganta y se pasa las manos por la cara-. ¿Te gustaría.. . bailar?

Si lo rechazo, Sadie se ensañará conmigo, lo sé. Bueno, es lo que ella quería, para eso hemos venido. Para que pudiera bailar con Ed.

- Vale.

Sin creer lo que estoy haciendo, dejo la copa, me pongo de pie y sigo a Ed hasta un trecho minúsculo de espacio libre junto a la barra. Se da media vuelta y nos miramos a los ojos, ambos paralizados por la enormidad de lo que vamos a hacer.

Éste no es un sitio para bailar. De ninguna manera. No estamos en una pista. No es un club, es un bar. Aquí nadie baila. La chirriante música de jazz sigue sonando en los altavoces y un tipo canturrea sobre su increíble felicidad. No tiene ritmo ni nada. Es imposible que bailemos esto.

- ¡Bailad! -Sadie revolotea alrededor de nosotros, como un torbellino de impaciencia-. ¡Bailad juntos! ¡Bailad!

Con una expresión desesperada, Ed empieza a moverse torpemente a izquierda y derecha, tratando de seguir la música. Parece tan desdichado que me pongo a imitar sus movimientos, sólo para que se sienta mejor. En mi vida he visto un modo de bailar menos convincente.

Todo el mundo se vuelve para mirarnos. Mi vestido se agita grotescamente y mis collares tintinean a locas. Ed tiene la vista perdida, como si estuviera sufriendo una experiencia extracorpórea.