Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 33 из 94

- Pero, si no llevas el vestido que yo elija, entonces da lo mismo que sea mía la cita. ¡Podría ser tuya igualmente! -Empieza a alzar la voz, a punto de ponerse a chillar-. ¡Para eso me quedo en casa y dejo que salgas con él por tu cuenta!

Doy un suspiro.

- Escucha, Sadie.. .

- ¡Es mío! ¡Y es mi cita! -se enfada-. ¡Mío! ¡Con mis propias reglas! ¡Es mi última oportunidad de divertirme con un hombre y tú quieres estropeármela poniéndote algún conjunto espantoso!

- No pretendo eso.. .

- ¡Me prometiste hacer las cosas a mi manera! ¡Lo prometiste!

- ¡Deja de chillar! -Me aparto, tapándome los oídos-. ¡Por el amor de Dios!

- ¿Va todo bien por aquí? -Norah reaparece y me observa con suspicacia.

- ¡Sí! -Intento calmarme-. Es que estaba.. . eh.. . hablando por el móvil.

- Ah. -Se le dulcifica la expresión y señala el vestido de color bronce, que todavía tengo en las manos-. ¿Quieres probártelo? Es maravilloso. Confeccionado en París. ¿Te has fijado en los botones de madreperla? Son exquisitos.

- Eh.. .

- ¡Lo prometiste! -Sadie, apenas a cinco centímetros, me clava unos ojos feroces-. ¡Me lo prometiste! ¡Es mi cita! ¡Mía! ¡Mía!

Es como una implacable alarma de bomberos. Echo la cabeza atrás para tratar de pensar. No podré resistir sus chillidos toda la tarde. Me estallará la cabeza.

Y admitamos la realidad: Ed Harrison cree que soy una chiflada. ¿Qué más da que me presente con un vestidito de los años veinte?

Sadie tiene razón. Es su noche. Así pues, ¿por qué no hacerlo a su manera?

- ¡Está bien! -cedo, entre sus gritos-. Me has convencido. Voy a probármelo.

Capítulo 10

Si me ve alguien, me muero. Me muero de verdad.

Al bajar del taxi, echo una mirada rápida a ambos lados de la calle. Nadie a la vista, gracias a Dios. En mi vida he tenido una pinta más ridícula. Esto es lo que pasa cuando le permites supervisar tu aspecto al fantasma de tu tía abuela.

Llevo puesto el vestidito de la tienda, aunque apenas he logrado subirme la cremallera. Está claro que en los años veinte no tenían mucho interés en las tetas. Mis pies están embutidos en las zapatillas de baile. Seis largos collares de cuentas tintinean alrededor de mi cuello. Una cinta negra con cuentas de azabache me ciñe la cabeza, y de esa cinta sobresale una pluma.

¡Una pluma!

Llevo el pelo modelado con ondas y rizos de aire anticuado, una tortura que ha durado dos interminables horas de plancha. Al terminar, Sadie se empeñó en aplicarle una extraña pomada que encontró también en la tienda de época, y ahora me noto el pelo duro como una piedra.

En cuanto a mi maquillaje.. . ¿De veras creían en los años veinte que esto era un look guay? Tengo la cara cubierta de polvos claros, con un punto de colorete en cada mejilla. Los ojos perfilados con gruesos trazos negros. Los párpados embadurnados con una pasta verde chillona que venía en el estuche de baquelita. Todavía no sé qué llevo exactamente en las pestañas: un pegajoso mejunje negro que Sadie llama Cosmetique. Ha hecho que lo hirviera en un cazo y luego he tenido que untármelo.

Y eso que tengo en casa un rímel de Lancôme nuevo. Impermeable, con fibras flexibles, etc. Pero a Sadie la tenía sin cuidado. Estaba demasiado emocionada jugando con estos maquillajes prehistóricos, contándome que ella y Bunty se arreglaban juntas cuando había una fiesta, que se depilaban las cejas mutuamente y daban de vez en cuando un traguito a su petaca.

- Déjame verte -me dice en la acera, examinándome de arriba abajo. Lleva un vestido dorado y guantes hasta el codo-. Tienes que repasarte los labios.

No vale la pena sugerir en lugar de eso un toquecito de brillo de labios Mac. Con un suspiro, busco en el bolso el frasco de pringue rojo y me aplico aún más color en el exagerado arco de Cupido que llevo pintado.

Dos chicas que pasan por mi lado se dan codazos y me miran con sonrisa intrigada. Obviamente, creen que voy a una fiesta de disfraces y que aspiro a ganar el premio al conjunto más osado.

- ¡Estás divina! -dice Sadie abrazándose-. Sólo necesitas un pitillo. -Se pone a mirar a ambos lados de la calle-. ¿Dónde hay un estanco? Ay, deberíamos haberte comprado una preciosa boquilla.. .

- Yo no fumo -la interrumpo-. Y además, está prohibido fumar en lugares públicos. Es la ley.





- ¡Qué ley más ridícula! ¿Y si quieres montar una fiesta de fumadores?

- ¡No montamos fiestas de fumadores! ¡Fumar provoca cáncer! ¡Es perjudicial!

Sadie chasquea la lengua.

- Está bien, vamos.

Camino hacia el cartel del Crowe Bar, aunque apenas puedo moverme con mis zapatillas de época. Al llegar a la puerta, advierto que ha desaparecido. ¿Dónde se ha metido?

- ¿Sadie? -Escudriño toda la calle. Si me ha dejado en la estacada, la asesino.. .

- ¡Ya ha llegado! -Reaparece de golpe, más ansiosa que antes-. Está de muerte.

Se me encoge el corazón. Aún tenía la esperanza de que me diera plantón.

- ¿Qué tal estoy? -Se alisa el pelo y siento una punzada de compasión por ella. No puede ser muy divertido acudir a una cita siendo invisible.

- ¡Fantástica! -la tranquilizo-. Si él pudiera verte, pensaría que eres una bomba.

- ¿Qué quieres decir?

- Que eres muy sexy. Muy guapa. Una bomba sexual. Es lo que decimos ahora.

- Ah, muy bien. -Mira nerviosamente la puerta y luego a mí-. Antes de entrar, recuérdalo: ésta es mi cita.

- Ya -le digo con paciencia-. Me lo has repetido toda la tarde.

- Quiero decir que seas.. . yo. -Me mira fijamente-. Haz lo que yo te diga; di lo que yo te diga. Así me sentiré como si realmente fuera yo la que habla con él. ¿Entiendes?

- ¡No te preocupes! Lo he captado. Tú me apuntas el texto y yo lo recito. Prometido.

- Vamos, pues.

Empujo las pesadas puertas de vidrio esmerilado y entro en un vestíbulo muy chic con paneles de ante y una tenue iluminación. Hay otra doble puerta a través de la cual veo el bar. Al cruzarla, me veo reflejada en un espejo tintado y noto un espasmo de consternación.

Por algún motivo, aquí me siento mil veces más ridícula que en casa. Mis collares tintinean a cada paso como un sonajero. La pluma se balancea sobre mi tocado. Parezco una ilustración de los años veinte. Y me encuentro en un bar minimalista lleno de gente guay con ropa discreta de Helmut Lang.

Avanzo envarada y muerta de timidez hasta que de pronto veo a Ed, sentado a diez metros, con un traje convencional, bebiendo lo que tiene toda la pinta de ser un gin-tonic. Levanta la vista, echa una ojeada distraída y vuelve a mirarme.

- ¿Has visto? -clama Sadie, triunfal-. Se ha quedado hipnotizado sólo de verte.

Hipnotizado, ya lo creo. Con la boca abierta y la cara pálida.

Lenta, muy lentamente, como abriéndose paso por un cenagal tóxico, se pone de pie y se acerca. Veo a los camareros dándose codazos mientras paso por delante de la barra y oigo en una mesa vecina una risa ahogada.

- ¡Sonríele! -me grita Sadie al oído-. Camina hacia él moviendo los hombros y dile: «Hola, papaíto.»

¿Papaíto?

Esta cita no es mía, me recuerdo febrilmente. Yo sólo interpreto un papel.

- ¡Hola, papaíto! -digo en tono jovial.

- Hola -responde débilmente-. Estás.. . -Mueve las manos impotente, sin encontrar las palabras.

Todas las conversaciones se han interrumpido. El bar entero nos observa. Genial.

- ¡Di algo! -Sadie da saltitos excitada, sin advertir nuestra incomodidad-. Di: «Tú también estás hecho un galán, amiguito.» Y juguetea con el collar.

- Tú también estás hecho un galán, amiguito. -Lo miro con un rictus forzado, sacudiendo los collares con tanto brío que me doy con las cuentas en un ojo.