Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 32 из 94

Ella ni siquiera me oye. O finge no hacerlo.

- ¡He encontrado un vestido para ti! -anuncia-. ¡Ven! ¡Rápido!

Bueno, si no quiere hablar, no quiere hablar. Tampoco puedo obligarla.

- Genial. ¿Qué has elegido? -Me pongo de pie y voy hacia el dormitorio.

- Ahí no. -Se me pone delante-. ¡Hemos de salir! ¡Está en una tienda!

- ¿En una tienda? ¿Qué quieres decir?

- No he tenido más remedio que salir. -Alza la barbilla, desafiante-. No hay nada aprovechable en tu guardarropa. Nunca había visto unos vestidos tan birriosos.

- ¡No son birriosos!

- Así que he ido a dar una vuelta, ¡y he encontrado un vestido que es un verdadero sueño! ¡Tienes que comprarlo!

- ¿En qué tienda? -Trato de imaginarme adonde puede haber ido-. ¿Has estado en el centro?

- Te lo enseñaré. ¡Vamos! ¡Coge el bolso!

Me conmueve un poco, no puedo evitarlo, imaginarla flotando por H amp;M o un lugar parecido para buscarme un vestido.

- Vale -cedo al fin-. Siempre que no cueste un riñón. -Recojo el bolso y compruebo que llevo las llaves-. Vamos. Enséñamelo.

Creí que me llevaría a la estación de metro y me arrastraría hasta alguna boutique de Oxford Circus. Pero no: dobla la esquina y se mete por una serie de callejones que no conozco.

- ¿Seguro que es por aquí?

- ¡Sí! ¡Vamos, date prisa!

Pasamos varias hileras de viviendas, un parque y un colegio. Por aquí no hay nada que se parezca ni remotamente a una tienda de ropa. Estoy a punto de decirle que se ha orientado mal cuando dobla otra esquina y me hace un gesto victorioso.

- ¡Aquí es!

Hay dos o tres tiendas en ese tramo: un quiosco, una lavandería y, al final, un local minúsculo con un rótulo de madera: «Moda y Accesorios de Época.» En el escaparate hay un maniquí con un vestido largo de satén, con guantes hasta el codo, un sombrerito con velo y prendedores por todas partes. A su lado hay una pila de sombrereras antiguas y un tocador con una amplia selección de cepillos para el pelo de esmalte.

- Ésta es la mejor tienda de tu barrio -dice, muy convencida-. He encontrado todo lo que necesitamos. ¡Vamos!

Antes de que pueda protestar, ya ha desaparecido en el interior. No me queda más remedio que seguirla. Suena la campanilla de la puerta y una mujer de mediana edad me sonríe desde un mostrador minúsculo. Tiene el pelo desaliñado y teñido de un rubio intenso, y lleva un caftán que parece de los años setenta, con un estampado alucinante de círculos verdes, además de varios collares de ámbar.

- ¡Hola! -me saluda con una sonrisa amable-. Bienvenida. Me llamo Norah. ¿Ya habías venido por aquí?

- No; es la primera vez.

- ¿Te interesa alguna prenda o algún período en especial?

- Eh.. . voy a echar un vistazo, gracias.

No veo a Sadie, así que empiezo a deambular por el local. Nunca me ha interesado la ropa de época, pero aun así compruebo que aquí hay cosas increíbles. Un vestido psicodélico rosa de los sesenta expuesto junto a una peluca «afro» típica de aquellos años. Un perchero lleno de corsés de ballena y enaguas. En un maniquí de confección, un vestido nupcial con encaje de color crema, con velo y todo, incluso un ramito de flores secas. En una vitrina, varias botas de patinaje de cuero blanco, cuarteadas y muy gastadas. Y colecciones de abanicos, bolsos, estuches de maquillaje.. .

- ¿Dónde te has metido? -La voz de Sadie me taladra el tímpano-. ¡Ven aquí!

Me hace señas hacia un perchero del fondo. La sigo no sin cierto recelo.

- Sadie -susurro-, todo esto es guay, no te digo que no. Pero yo sólo he quedado para tomar una copa. No creerás.. .

- ¡Mira! -dice con aire triunfal-. Es perfecto.

Nunca más permitiré que un fantasma me lleve de compras.

Me señala un vestido típico de los años veinte: un modelito de seda color bronce, con el talle bajo y las mangas cortas cubiertas de cuentas diminutas, y una capa a juego. En la etiqueta pone: «Original de los años veinte, confeccionado en París.»

- ¿No es encantador? -Junta las manos y gira sobre sí misma, con ojos chispeantes-. Mi amiga Bunty tenía uno muy parecido, ¿sabes?, sólo que el suyo era plateado.

- ¡Sadie! -exclamo tras recuperar el habla-. ¡No puedo ponerme eso para una cita! ¡No seas absurda!

- ¡Claro que puedes! ¡Pruébatelo! -insiste, haciendo aspavientos con sus brazos blancos y esbeltos-. Tendrás que cortarte el pelo, desde luego.. .





- ¡Qué dices! -Retrocedo horrorizada-. ¡Y no voy a probarme ese vestido!

- He encontrado también unos zapatos a juego. -Revolotea entusiasmada hasta una estantería y señala unas zapatillas de baile también de color bronce-. Y maquillaje adecuado.

Se vuelve hacia un mostrador de cristal y me muestra una caja de baquelita con una etiqueta que pone: «Estuche de maquillaje original de los años veinte. Una pieza muy singular.»

- Yo tenía uno igual -me dice, mirándolo enternecida-. Ése es el mejor pintalabios que se ha fabricado nunca. Ya te enseñaré a ponértelo como es debido.

Por el amor de Dios.

- Ya sé pintarme los labios, muchas gracias.

- No tienes ni idea -me corta secamente-. Pero yo te enseñaré. Y también te ondularemos el pelo. Hay varias planchas en venta. -Señala una vieja caja de cartón en cuyo interior distingo un chisme metálico antiquísimo-. Tendrás mucho mejor aspecto si haces un esfuerzo. -Mira a su alrededor-. Debo encontrarte unas medias decentes.. .

- ¡Ya basta, Sadie! -susurro-. ¡Debes de estar loca! No pienso comprar ninguno de estos.. .

- Todavía recuerdo ese olor delicioso típico de los preparativos de una fiesta. -Cierra los ojos, extasiada-. Olor a pintalabios y pelo chamuscado.. .

- ¿Chamuscado? ¡No vas a chamuscarme el pelo ni en broma!

- ¡No exageres! Sólo se nos chamuscaba a veces.

- ¿Va todo bien? -Norah aparece de pronto, con un tintineo de collares.

Doy un respingo.

- Sí. Gracias.

- ¿Te interesan los años veinte? -Se acerca a la vitrina-. Tenemos algunas piezas maravillosas. Recién adquiridas en una subasta.

- Sí -digo educadamente-. Estaba mirándolas.

- No sé bien para qué servía esto.. . -Toma un potecito con pedrería montado en un anillo-. Qué cosita tan extraña, ¿no? ¿Un guardapelo tal vez?

- Un anillo de colorete. -Sadie pone los ojos en blanco-. ¿Es que ya nadie entiende nada?

- Me parece que es un anillo de colorete -digo como quien no quiere la cosa.

- ¡Ah, claro! -Norah parece impresionada-. ¡Eres una experta! Quizá tú sepas cómo se usan esas viejas planchas para ondular el pelo. -Saca uno de los chismes metálicos y lo sopesa con una mano-. Creo que había toda una técnica para usarlas. Antes de mi época, me temo.

- Es fácil -me dice Sadie al oído-. Yo te enseñaré.

Se oye la campanilla y entran dos chicas que se ponen a dar grititos mientras husmean por todas partes.

- Este sitio es una pasada -dice una de ellas.

- Disculpa. -Norah me sonríe-. Te dejo para que sigas mirando. Si quieres probarte algo, dímelo.

- Sí, gracias.

- ¡Dile que vas a probarte el vestido de color bronce! -me azuza Sadie-. ¡Venga!

- ¡Para ya! -murmuro cuando la mujer desaparece-. ¡No quiero probármelo!

Me mira con desconcierto.

- Pero ¿por qué no? ¿Y si no te queda bien?

- ¡No me hace falta, porque no pienso llevarlo! -Ya me he hartado-. ¡Vuelve a la realidad! ¡Estamos en el siglo veintiuno! ¡No pienso usar un pintalabios del año de Maricastaña ni una plancha para el pelo a vapor! ¡No voy a ponerme un vestido de los alegres años veinte! ¡Olvídalo!

Se queda demasiado estupefacta para responder.

- Pero lo has prometido -musita al fin, con expresión herida-. Me has prometido que yo elegiría el vestido.

- ¡Creí que hablabas de ropa normal! -replico exasperada-. ¡Ropa de ahora, no esto! -Cojo el vestido y lo agito ante sus narices-. ¡Es absurdo! ¡Es un disfraz!