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- ¡Vaya, chica! ¿Cómo es que tienes tantos conjuntos?

- ¿No es espléndido? -se ufana-.Y es muy fácil, ¿sabes? Me imagino con un vestido determinado y, en el acto, aparezco vestida con él.

- ¿Éste era uno de tus preferidos?

- No, este vestido era de una chica que se llamaba Cecily. -Se alisa un poco la falda-. Siempre se lo envidié.

- ¿Le has birlado el conjunto a otra chica? -Se me escapa una risita-. ¿Se lo has robado?

- No lo he robado -replica fríamente-, no seas absurda.

- ¿Cómo puedes saberlo? -No puedo resistir la tentación de seguir provocándola-. ¿Y si ella también es un fantasma y quería ponérselo hoy? ¿Cómo sabes que no está sentada en un rincón llorando a lágrima viva?

- No es así como funciona.

- ¿Cómo sabes qué funciona y qué…? -Se me ocurre una idea genial-. ¡Oye, ya lo tengo! Sólo tienes que imaginarte el collar. Visualízalo en tu mente y lo recuperarás. Venga, cierra los ojos, concéntrate…

- ¿Siempre eres tan lerda? Ya lo he probado. Intenté imaginarme con mi capa de piel de conejo y mis zapatos de baile, pero no hubo manera… No sé por qué.

- Quizá sólo puedas llevar ropa fantasma -digo tras una breve reflexión-. Ropas que también estén muertas, que han quedado hechas trizas o destruidas, o lo que sea.

Miramos el vestido malva. Resulta triste imaginárselo convertido en jirones. Preferiría no haberlo dicho.

- Bueno, ¿lista? -cambio de tema-. Si vamos temprano podremos pillar a Josh antes de que vaya al trabajo. -Saco de la nevera un yogur y lo engullo con rápidas cucharadas. Sólo la idea de estar cerca de Josh me pone de un humor efervescente. De hecho, ni siquiera puedo terminarme el yogur, tan excitada estoy. Lo meto en la nevera y tiro la cucharilla en el fregadero.

- Anda, vamos.

Cojo el cepillo del pelo, que está siempre en el cuenco de la fruta, y me doy un par de toques. Luego recojo las llaves y me vuelvo hacia Sadie, que está examinándome.

- ¡Cielos!, tienes los brazos rechonchos -dice-. No me había fijado.

- ¡Qué dices! Son puro músculo. -Tenso el bíceps y ella retrocede con una mueca.

- Peor aún. -Observa con complacencia los suyos, tan pálidos y delgados-. Yo era famosa por mis brazos.

- Ya, bueno. Hoy en día valoramos un poquito de definición -la informo-. Acudimos al gimnasio. ¿Estás preparada? El taxi debe de estar a punto de llegar. -Suena el interfono y respondo-. Hola, bajo ahora mismo…

- ¿Lara? -Una voz conocida y amortiguada-. Cariño, soy papá. Y mamá. Nos hemos pasado un momento para ver si estabas bien. Hemos pensado que te pillaríamos antes de salir.

Miro el telefonillo, incrédula. ¿Mis padres? ¡Justamente ahora! ¿Y qué es eso de «pasarse un momento»? Ellos nunca se pasan un momento.

- ¡Ah… estupendo! -Procuro sonar alegre-. ¡Enseguida bajo!

Salgo del edificio y me los encuentro en la acera. Mamá lleva una maceta con una planta; papá, una bolsa de productos dietéticos Holland amp; Barrett. Cuchichean. En cuanto me ven, se acercan con una sonrisa forzada, como si yo fuese una enferma mental.

- Lara, cariño. -Papá parece preocupado-. No has respondido a mis llamadas ni a los mensajes de texto. Empezábamos a preocuparnos.

- Ah, ya. Perdonad. He estado un poco liada.

- ¿Qué ocurrió en la comisaría, cariño? -pregunta mamá, tratando de aparentar tranquilidad.

- Todo bien. Presté declaración.

- Ay, Michael. -Mamá se lleva las manos a la boca.

- Pero entonces… ¿crees de verdad que tu tía abuela fue asesinada?

- Mira, papá, tampoco es para tanto -intento tranquilizarlo-. No os preocupéis por mí.

Mamá intenta serenarse.

- Aquí hay vitaminas -dice, y empieza a hurgar en la bolsa de Holland amp; Barrett-. Le he preguntado a la dependienta sobre problemas de comporta… -Se interrumpe-. Y aceite de lavanda… y una planta que también ayuda a rebajar la tensión… Podrías hablar con ella, ¿sabes? -Intenta entregarme el tiesto, pero lo rechazo con impaciencia.

- ¡No quiero una planta! Se me olvidará regarla y se marchitará.

- Tampoco es imprescindible -dice papá con calma, echándole una mirada a mamá-. Pero es evidente que has pasado una gran tensión entre tu nueva empresa y lo de Josh…

Ya cambiarán de estribillo, ya descubrirán quién tenía razón cuando Josh y yo volvamos a estar juntos y nos casemos. Sólo que ahora no puedo decírselo, naturalmente.

- Papá -le digo con una sonrisa paciente-. Ya te lo dije: ni siquiera me acuerdo de Josh. Yo he seguido adelante. Eres tú el que siempre saca el tema.

¡Ja! Buena jugada. Estoy a punto de añadir que quizá sea él quien está obsesionado con Josh, cuando se detiene un taxi a nuestro lado y el conductor se asoma por la ventanilla.

- ¿Taxi para Bickenhall Mansions, treinta y dos?





Maldita sea. Bueno, simularé que no lo he oído.

Mamá y papá se miran.

- ¿No es ahí donde vive Josh? -dice ella con cautela.

- No me acuerdo -replico sin darle importancia-. Pero debe de ser para otra persona…

- ¿Taxi para Bickenhall Mansions? -El hombre se asoma aún más y levanta la voz-. ¿Lara Lington? ¿No ha pedido un taxi?

Cabrón.

- ¿Para qué quieres ir a casa de Josh? -Mamá se angustia.

- Pero ¡si es un error! ¡Debe de ser un taxi que pedí hace meses! Siempre tardan un montón. ¡Oiga, ya está bien! ¡Llega con seis meses de retraso! ¡Lárguese!

El conductor me mira pasmado y acaba arrancando entre maldiciones.

Se hace un espeso silencio. Papá tiene una expresión tan diáfana que resulta entrañable: quiere creerme, y sin embargo las pruebas me incriminan.

- Lara, ¿me juras que ese taxi no era para ti?

- Te lo juro. Por… la tía Sadie.

Oigo un gritito sofocado y, en efecto, la aludida me mira ceñuda.

- ¡No se me ha ocurrido otra cosa! -digo a la defensiva.

Sadie no me hace caso y se pone delante de papá.

- ¡Sois unos idiotas! -lo increpa-. Aún está colada por Josh. Quiere espiarlo. Y me obliga a hacerle el trabajo sucio.

- ¡Cierra el pico, chivata!

- ¿Cómo? -Papá se queda patitieso.

- Nada. -Carraspeo-. Nada. Todo bien.

- Estás loca. -Sadie me da la espalda.

- ¡Al menos yo no voy apareciéndome a la gente!

- ¿Quién se aparece? -Papá se esfuerza en seguirme-. Lara, ¿qué demonios…?

- Perdona. -Le sonrío-. Estaba pensando en voz alta. De hecho, pensaba en la pobre tía Sadie. -Suelto un suspiro compasivo-. Tenía unos bracitos esqueléticos.

- ¡No son esqueléticos!

- Seguramente creía que resultaban atractivos. ¡Qué engañada estaba, la pobre! -Suelto una risita-. ¿A quién podrían gustarle semejantes escobillas?

- ¿Y a quien le gustan esas morcillas?

- ¡No son morcillas!

- Lara… -balbucea papá-. ¿De qué morcillas hablas?

Mamá parece a punto de llorar. Todavía sostiene el tiesto. Y un libro titulado: Vida sin estrés: tú puedes.

- Bueno, debo irme al trabajo. -Le doy un abrazo-. Ha sido genial veros. Me leeré este libro y tomaré vitaminas. Hasta pronto, papá. -Lo abrazo también-. ¡No os preocupéis!

Me alejo presurosa, enviándoles un beso sobre la marcha, y al llegar a la esquina les digo adiós con la mano. Siguen allí, plantados como figuras de cera.

Me dan pena, la verdad. Tendría que comprarles una caja de bombones.

Veinte minutos después me encuentro frente al edificio de Josh. Hiervo de excitación. Todo va según el plan. He localizado su ventana y le he explicado a Sadie la distribución del piso. Ahora es cosa suya.

- Venga -le digo-, atraviesa las paredes. ¡Esto es una pasada!

- No me hace falta atravesar paredes -refunfuña-. Me basta con imaginarme dentro del apartamento.

- Vale, adelante. Y buena suerte. Intenta averiguar todo lo que puedas. ¡Y ve con cuidado!

Sadie desaparece y yo estiro el cuello para escrutar la ventana, pero no veo nada. La impaciencia me marea. Esto es lo más cerca que he estado de Josh en muchas semanas. Está ahí, ahora mismo. Y Sadie puede espiarlo a sus anchas. Recabará toda la información y entonces…