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- Ay. -Parpadea-. Perdona, tengo tendencia a sumirme en un trance cuando la gente se pone a soltar una monserga.

¿Una monserga?

- ¡No estaba soltando ninguna monserga! -exclamo-. ¡Te estaba hablando de mi relación!

Me observa.

- Eres terriblemente seria, ¿no?

- Qué va. ¿Por qué lo dices?

- Cuando yo tenía tu edad, si un chico se portaba mal, lo que hacías era simplemente borrar su nombre de tu carnet de baile.

- Sí, ya. -Procuro no sonar muy condescendiente-. Esto es un poco más serio que un carnet de baile. Nosotros hacíamos algo más que bailar.

- A mi mejor amiga, Bunty, un chico que se llamaba Christopher la trató de mala manera una noche de Fin de Año. En un taxi, ¿sabes? -Abre mucho los ojos-. Pero ella lloró un ratito, se empolvó la nariz y… ¡al ataque! Antes de Pascua ya estaba prometida.

- ¿Al ataque? -No puedo reprimir un tonillo despectivo-. ¿Ésa es tu actitud ante los hombres? ¿Al ataque y ya está?

- ¿Qué tiene de malo?

- ¿Y qué me dices de una relación armónica y equilibrada? ¿Qué me dices del compromiso?

Sadie me mira sin entender.

- ¿De qué compromiso hablas? Para mí verse en un compromiso es otra cosa. Nada agradable, por cierto.

Hago un esfuerzo para no perder la paciencia.

- Escucha, ¿tú nunca te casaste?

Se encoge de hombros.

- Estuve casada una temporada. Discutíamos demasiado. Era agotador, y una empieza a preguntarse qué habrá visto en ese tipo al principio. Así que lo dejé. Me marché de viaje. A Oriente. Fue en mil novecientos treinta y tres. Él pidió el divorcio durante la guerra. Me acusó de adulterio -añade como si tal cosa-. Pero todo el mundo estaba entonces demasiado ocupado para pensar en un escándalo.

Suena el timbre del horno en la cocina, avisando de que la lasaña está lista. Me levanto medio atontada. Me hierve en la cabeza todo lo que acabo de descubrir. Sadie se divorció. Se dedicó a divertirse. Se fue a «Oriente» (a saber qué es eso).

- ¿Te refieres a Asia? -Saco la lasaña del horno y me sirvo un poco de ensalada en el plato-. Porque es así como lo decimos ahora. Y, por cierto, nosotros trabajamos nuestras relaciones.

- ¿Trabajáis? -Sadie aparece a mi lado, arrugando la nariz-. No suena nada divertido. Quizá por eso acabasteis rompiendo.

- ¡Qué va! -Me entran ganas de darle una bofetada. Es insoportable, no entiende nada.

- «Cuenta con nosotros» -lee en el envase de la lasaña-. ¿Qué significa?

- Que tiene bajo contenido en grasas -explico malhumorada, esperando el consabido discursito que mamá suele soltarme sobre las comidas de régimen: que si estoy perfecta, que si las chicas de hoy estamos demasiado obsesionadas con el peso…

- Ah, sigues una dieta. -Se le ilumina la expresión-. Deberías hacer la dieta Hollywood. Sólo comes pomelo, café y un huevo duro al día. Y muchos cigarrillos. Yo la hice un mes y perdí un montón de kilos. Una chica de mi pueblo juraba que tomaba píldoras de la solitaria -añade con aire evocador-. Pero se negaba a decirnos de dónde las sacaba.

La miro, medio asqueada.

- ¿Del gusano de la solitaria?

- Se traga toda la comida que tienes dentro, ¿comprendes? Un método fantástico.

Me siento y miro la lasaña, pero he perdido el apetito. En parte por esa visión de gusanos que se me acaba de alojar en la cabeza. Y en parte porque hacía mucho que no hablaba tan abiertamente de Josh. Me siento molesta y frustrada.

- Si pudiera hablar con él… -Pincho un trozo de pepino y lo miro tristemente-. Si pudiera meterme en su cabeza. Pero él no se pone al teléfono, se niega a verme…

- ¿Todavía quieres hablar más? -se asombra-. ¿Cómo vas a olvidarlo si no paras de hablar de él? Querida, cuando las cosas salen mal, lo que has de hacer es esto -me explica con aire de entendida-: levantas la barbilla, despliegas tu sonrisa más encantadora, te preparas un cóctel y sales a divertirte.

- No es tan sencillo -replico con fastidio-. Y no quiero olvidarlo. Algunas tenemos corazón, ¿sabes? Algunas no renunciamos al amor verdadero. Algunas…

Ha cerrado los ojos y tararea otra vez en voz baja.





Por lo visto, tenía que tocarme a mí el fantasma más estrafalario del mundo. Me chilla al oído, me hace comentarios indignantes, espía a mis vecinos… Tomo un bocado de lasaña y mastico con enojo. Me gustaría saber qué más habrá visto en los apartamentos de mis vecinos. Quizá podría pedirle que espiara al tipo de arriba cuando se pone a armar follón, a ver qué hace exactamente…

Un momento.

Oh, Dios mío.

Casi me atraganto con la comida. Una nueva idea destella de pronto en mi mente. Un plan absolutamente genial. El plan que lo resolverá todo.

Sadie podría espiar a Josh.

Podría entrar en su apartamento, escuchar sus conversaciones, averiguar todo lo que piensa y luego contármelo. Y yo lograría comprender cuál es el problema entre nosotros y le pondría solución…

Ésta es la respuesta. Eso es. Por eso me ha sido enviada.

- ¡Sadie! -Me pongo de pie de un salto, impulsada por una descarga de adrenalina-. ¡Ya lo entiendo! ¡Ya sé por qué estás aquí! ¡Es para que Josh y yo volvamos a unirnos!

- Qué va -replica-. Es para recuperar mi collar.

- No es posible que estés aquí por un collar de pacotilla. ¡Quizá la verdadera razón es que debes ayudarme! ¡Por eso has sido enviada!

- ¡Yo no he sido enviada! -Parece ofendida-. ¡Y mi collar no es de pacotilla! ¡Y no quiero ayudarte! ¡Eres tú la que tiene que ayudarme a mí!

- ¿Eso quién lo ha dicho? Apuesto a que eres mi ángel de la guarda. -Voy entusiasmándome a medida que lo digo-. Apuesto a que has sido enviada a la tierra para demostrarme que la vida, en realidad, es maravillosa. Como en aquella película.

Me observa un instante y luego echa un vistazo a la cocina.

- No creo que tu vida sea maravillosa -dice-. Me parece más bien gris. Y tu corte de pelo es espantoso.

La miro, enfurecida.

- ¡Y tú eres un ángel de la guarda de pacotilla!

- ¡No soy tu ángel de la guarda!

- ¿Cómo lo sabes? -Me llevo una mano al pecho-. Tengo una poderosa intuición sobrenatural de que estás aquí para ayudarme a volver con Josh. Los espíritus me lo dicen.

- Pues yo tengo la poderosa sensación de que no he venido a arreglar tu asunto con Josh. Los espíritus me lo dicen.

Qué caradura. ¿Qué sabrá ella de espíritus? ¿Acaso es ella la que puede ver fantasmas?

- Yo estoy viva -le espeto-, así que mando yo. Y digo que debes ayudarme. Si no, quizá no tenga tiempo de buscar tu collar.

No pretendía exponerlo tan brutalmente, pero me ha obligado con su actitud egoísta. Debería querer ayudar a su sobrina nieta.

Sus ojos centellean de rabia, pero sabe que no tiene alternativa.

- Muy bien -cede por fin. Sus esbeltos hombros se agitan con un suspiro de resignación-. Es una idea repulsiva, pero me temo que no tengo elección. ¿Qué quieres que haga?

Capítulo 6

No me sentía tan animada desde hace semanas. Qué digo, meses. Son las ocho de la mañana, ¡y me siento como una persona nueva! En vez de despertarme deprimida con una foto de Josh manchada de lágrimas en la mano, una botella de vodka en el suelo y un disco de Alanis Morrisette sonando una y otra vez…

Bueno, vale. Eso fue una sola vez.

Pero en fin, ¡no hay más que verme! Llena de energía. Renovada. Un poco de lápiz de ojos, un top nuevecito a rayas y… lista para afrontar el nuevo día: para espiar a Josh y recuperarlo. Incluso he pedido un taxi por teléfono para agilizar la cosa.

Entro en la cocina y me encuentro a Sadie sentada en la mesa con un vestido nuevo. Éste es malva, con piezas de tul y los hombros un poco caídos.