Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 20 из 94

Me preparo para el berrinche, para el grito del alma en pena… pero no llega. Se limita a parpadear suavemente, como si le hubiesen quitado las pilas.

- Pero sigo intentándolo -añado-. Estoy llamando a todas las personas que fueron al mercadillo, por si alguna lo compró. Me he pasado la tarde al teléfono. Y ha sido bastante pesado. De hecho, agotador.

A estas alturas espero un poco de gratitud de su parte. Unas frasecitas sobre lo lista que soy y lo agradecida que está por mis esfuerzos. Pero ella suspira con impaciencia y atraviesa flotando la pared.

«De nada», digo con los labios.

Vuelvo a la sala, y estoy haciendo zapping cuando se materializa de nuevo. Ahora de excelente humor.

- ¡Vives con una gente rarísima! Arriba hay un hombre tumbado sobre una máquina, soltando gruñidos.

- ¿Cómo? -La miro, alucinada-. ¡Sadie, no puedes espiar a mis vecinos!

- ¿Qué significa «menea las ancas»? -dice, sin hacerme caso-. Lo cantaba la chica de la radio. Me ha sonado a chino.

- Quiere decir… baila. Suéltate.

- Pero ¿por qué «las ancas»? ¿Quiere decir que agites un zapato?

- ¡No, por favor! Las ancas son… -Me levanto y me doy una palmada en el trasero-. Has de bailar así. -Hago unos movimientos de street dance y ella se desternilla.

- ¡Parece que tengas convulsiones! ¡Eso no es bailar!

- Es baile moderno. -Le lanzo una mirada hostil y me siento. Soy un poquito susceptible con mi manera de bailar.

Bebo un sorbo de vino y la observo con aire crítico. Ahora se ha puesto a ver la tele, un episodio de EastEnders, con los ojos muy abiertos.

- ¿Qué es esto?

EastEnders. Un serial de televisión.

- ¿Por qué parecen tan enfadados?

- No lo sé. Siempre están igual. -Bebo otro trago. No puedo creer que esté hablando de EastEnders y de «menear las ancas» con mi difunta tía abuela. ¿No deberíamos hablar de algo más trascendente?

- Escucha, Sadie… ¿qué eres exactamente? -le pregunto, y apago la tele.

- ¿Cómo que qué soy? -Parece ofenderse-. Una chica. Igual que tú.

- Una chica muerta. O sea, que no exactamente igual que yo.

- No hace falta que me lo recuerdes -replica, glacial.

La observo mientras se coloca en el borde del sofá, tratando de parecer natural, aunque la gravedad no exista para ella.

- ¿No tendrás algún poder especial, como un superhéroe? ¿Puedes sacar fuego por los dedos? ¿O estirarte como un chicle hasta hacerte delgadísima?

- No. Y además, ya estoy delgada.

- ¿Tienes un enemigo mortal? ¿Como Buffy?

- ¿Quién es Buffy?

- La cazavampiros -le explico-. Sale en la tele. Lucha contra demonios y vampiros…

- No seas absurda -me corta-. Los vampiros no existen.

- Ni los fantasmas -replico-. ¡Y no es absurdo! ¿Es que no te enteras de nada? La mayoría de los fantasmas regresan para combatir a las fuerzas oscuras del mal, o para guiar hacia la luz a la gente. Cosas así. Hacen algo positivo. No se limitan a sentarse a mirar la tele.

Sadie se encoge de hombros, como diciendo: «¿Y a mí qué?»

Bebo un sorbo de vino y reflexiono. Evidentemente, no está aquí para salvar al mundo de las fuerzas oscuras. Tal vez venga a arrojar alguna luz sobre la situación de la humanidad o el sentido de la vida. Quizá pueda aprender algo de ella.

- Así que viviste durante todo el siglo veinte -le digo-. Es asombroso. ¿Qué tal era… eh… Winston Churchill? ¿Y JFK? ¿Tú crees que de verdad lo mató Lee Harvey Oswald?





Sadie me mira como si fuese idiota.

- ¿Cómo voy a saberlo?

- Pues muy sencillo, ¡porque formas parte de la historia! ¿Cómo eran las cosas durante la Segunda Guerra Mundial? -Para mi sorpresa, me mira con cara inexpresiva-. ¿Es que no lo recuerdas?

- Claro que lo recuerdo -dice, recobrando la compostura-. Era todo triste y frío, y mataban a mis amigos. Prefiero no pensar en ello. -Ha respondido secamente, pero su vacilación inicial me ha picado la curiosidad.

- ¿Te acuerdas de toda tu vida? -le pregunto con cautela. Debe de tener recuerdos que abarcan más de un siglo. ¿Cómo demonios se las arregla para manejarlos?

- Me parece todo como… como un sueño -murmura casi para sí-. Algunas partes son muy borrosas. -Se retuerce la falda, abstraída-. Recuerdo lo que me hace falta recordar -dice al fin.

- Eliges qué recordar.

- Yo no he dicho eso. -Sus ojos destellan con una emoción insondable y enseguida elude mi mirada, dando por terminada la conversación. Se coloca frente a la repisa de la chimenea y examina una foto mía. Es la típica foto para turistas del museo de Madame Tussauds y yo aparezco sonriendo junto a la figura de cera de Brad Pitt.

- ¿Éste es tu amante?

- Ojalá -replico con sorna.

- ¿No tienes amante? -Lo dice con tal compasión que me enfado un poco.

- Tenía un novio llamado Josh hasta hace unas semanas. Pero se ha terminado. Así que… ahora mismo estoy soltera.

Me mira con expectación.

- ¿Y por qué no buscas otro amante?

- ¡Porque no me da la gana! ¡Todavía no estoy preparada!

- ¿Por qué? -Parece perpleja.

- ¡Porque estaba enamorada de él! ¡Y ha sido todo muy traumático! ¡Era mi alma gemela, congeniábamos a la perfección!

- ¿Y por qué decidió romper, entonces?

- No lo sé. ¡No lo sé y punto! Aunque tengo una teoría… -Se me quiebra la voz. Aún me resulta doloroso hablar de Josh. Pero, por otra parte, no deja de ser un alivio disponer de una persona nueva con la que desahogarse-. Vale, está bien. A ver qué opinas tú. -Me descalzo, me siento con las piernas cruzadas en el sofá y me inclino hacia ella-. Estábamos juntos y todo iba de maravilla…

- ¿Es guapo?

- ¡Claro que es guapo! -Saco el móvil, busco la foto en que sale más favorecido y se la enseño-. Aquí lo tienes.

- Hummm. -Mueve la cabeza, en plan «así, así».

¿Hummm? ¿Es lo único que se le ocurre? Josh está buenísimo, se mire como se mire, y no porque lo diga yo.

- Nos conocimos en una fiesta al aire libre, junto a una hoguera. Es publicista de una empresa informática. -Voy pasando fotos en la pantalla, para que se empape bien-. Conectamos en el acto, ¿sabes? Nos pasábamos la noche hablando.

- ¡Qué aburrimiento! -Arruga la nariz-. Prefiero pasármela jugando a la ruleta.

- Estábamos conociéndonos -le digo-. Como todo el mundo en una relación.

- ¿Salíais a bailar?

- A veces. Pero ésa no era la cuestión. La cuestión es que formábamos la pareja ideal. Hablábamos de todo. Estábamos totalmente entregados el uno al otro. Yo, la verdad, creía que era el hombre de mi vida. Pero entonces… -Hago una pausa al recorrer otra vez mentalmente ese camino doloroso-. Bueno, pasaron dos cosas. La primera fue un día, cuando… cometí una equivocación. Pasamos por una joyería y le dije: «Ése es el anillo que podrías comprarme.» O sea, era broma. Pero creo que se asustó. Luego, un par de semanas más tarde, uno de sus amigos rompió una relación de muchos años. Fue como si la onda expansiva afectara a todo el grupo. La cuestión del compromiso los golpeó en la cara y ninguno supo cómo hacerle frente, así que salieron todos corriendo. Entonces Josh empezó a… echarse atrás. Y de repente rompió conmigo y se negó a hablar del asunto siquiera.

Cierro los ojos a medida que los recuerdos empiezan a aflorar. Fue un golpe tremendo. Me plantó por e-mail. ¡Por e-mail!

- La cuestión es que todavía le importo. -Me muerdo el labio-. Es decir, ¡el hecho de que se niegue a hablar lo demuestra! Está muerto de miedo, o huyendo, o hay otro motivo que desconozco… Pero me siento muy impotente. -Los ojos se me humedecen-. ¿Cómo se supone que voy a arreglarlo si ni siquiera quiere hablar? ¿Cómo voy a mejorar las cosas entre nosotros si no sé lo que piensa? Bueno, ¿tú qué crees?

Se hace un silencio. Levanto la vista y la veo con los ojos cerrados, tarareando en voz baja.

- ¿Sadie? ¡Sadie!