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Clive alza las cejas.

- Veo que te has documentado sobre mí.

- Me interesan las personas -digo con sinceridad-. Y conociendo tu perfil, me parece que Leonidas Sports es justo lo que te hace falta en esta etapa de tu trayectoria. Es una oportunidad única, fantástica…

- ¿Este hombre es tu amante? -me interrumpe una voz nasal, que me hace dar un respingo. Parecía…

No. No seas absurda.

Inspiro hondo y prosigo.

- Como iba diciendo, ésta es una oportunidad fantástica para pasar al nivel siguiente en tu andadura profesional. Estoy segura de que podríamos conseguir un generoso acuerdo…

- Te he preguntado si este hombre es tu amante. -Esta vez suena más insistente, así que vuelvo la cabeza.

No, no puede ser. Es Sadie. Ha vuelto. Está encaramada en el carrito de los quesos, a dos pasos apenas.

Ya no va con el vestido verde, sino con uno rosa pálido de talle bajo y con un abrigo corto a juego. Lleva una cinta negra alrededor de la frente y un bolsito gris de seda, con una cadenita de cuentas, colgado de la muñeca. La otra mano reposa en la campana de cristal para el queso… Bueno, salvo las puntas de los dedos, que atraviesan el cristal y se hunden en un trozo de camembert. Se da cuenta y los saca bruscamente para situarlos con cuidado sobre el cristal.

- No es que sea muy guapo, ¿no? Quiero champán -añade en tono imperioso. Los ojos se le iluminan mirando mi copa.

No le hagas caso. Es una alucinación. Sólo existe en tu mente.

- ¿Lara? ¿Te encuentras bien?

- Perdona, Clive. -Me vuelvo precipitadamente-. Es que me he distraído con… el carrito de los quesos. ¡Parecen tan deliciosos!

Ay, Dios, no le ha hecho gracia. Tengo que encarrilar las cosas, deprisa.

- La pregunta que debes hacerte, Clive -me inclino hacia delante con decisión-, es ésta: «¿Volverá a presentarse una oportunidad semejante?» Es una ocasión única para trabajar con una gran marca, para utilizar tu probado talento y tus envidiables dotes de liderazgo…

- ¡Quiero champán!

Para mi horror, Sadie se ha plantado a mi lado y hace ademán de coger mi copa, aunque su mano la atraviesa sin moverla siquiera.

- ¡Córcholis! ¡No consigo cogerla! -Hace un nuevo intento, y otro más, y luego me mira enfurruñada-. ¡Qué fastidio!

- ¡Basta! -siseo.

- ¿Cómo? -Clive arquea sus espesas cejas.

- ¡No es a ti, Clive! Es que se me ha atascado algo en la garganta… -Cojo mi copa y bebo un trago de agua.

- ¿Has encontrado ya mi collar? -pregunta Sadie con tono acusador.

- No -murmuro detrás de la copa-. ¡Lárgate!

- ¿Y qué haces aquí sentada? ¿Por qué no estás buscándolo?

- ¡Clive! -Intento concentrarme otra vez en él-. Perdona. ¿Qué estaba diciendo?

- Mis envidiables dotes de liderazgo -repite sin esbozar siquiera una sonrisa.

- ¡Exacto! ¡Tus envidiables dotes de liderazgo! Eh… Así que la cuestión es…

- ¿No has buscado por ninguna parte? -Sadie acerca la cabeza a la mía-. ¿Te tiene sin cuidado encontrarlo?

- Así que… lo que trato de decir es… -Reúno toda mi fuerza de voluntad para no ahuyentarla de un manotazo-. En mi opinión, este trabajo sería un magnífico paso estratégico, un trampolín perfecto para tu futuro profesional, y además…

- ¡Debes encontrar mi collar! ¡Es importante! ¡Muy, muy…!

- Además, sé que los beneficios del generoso acuerdo…

- ¡Para de desdeñarme! -Sadie ha pegado prácticamente la cara a la mía-. ¡Para de hablar! ¡Para de…!

- ¡¡¡Cierra el pico y déjame en paz!!!

Mierda.

¿Eso ha salido de mi boca?

Por la expresión anonadada con que Clive abre sus ojos de rana, deduzco que sí. En dos mesas cercanas la conversación se ha interrumpido en seco, y nuestro engreído camarero también ha hecho una pausa para mirar. El murmullo de cubiertos parece haberse extinguido. Hasta las langostas se han apostado en un extremo del acuario para no perderse el espectáculo.

- ¡Clive! -Suelto una risa estrangulada-. No pretendía… obviamente, no hablaba contigo…

- Lara. -Me lanza una mirada hostil-. Ten por favor la cortesía de decirme la verdad.





Las mejillas me arden del sofoco.

- Sólo estaba… -Me aclaro la garganta. ¿Qué puedo decir?

«Estaba hablando conmigo misma.» No.

«Estaba hablando con una visión.» No.

- No soy idiota -me corta, desdeñoso-. No es la primera vez que me pasa.

- Ah, ¿no? -Lo miro, perpleja.

- He tenido que soportarlo en reuniones de alto nivel, en almuerzos con directores… Pasa en todas partes. Las BlackBerry ya eran una lata, pero estos aparatos de manos libres son una auténtica amenaza. ¿Sabes cuántos accidentes de tráfico provoca la gente como tú?

Manos libres… ¿Se refiere a…?

¡Cree que estaba al teléfono!

- Yo no… -empiezo por inercia, pero me detengo. Estar hablando por teléfono es la opción menos demencial. Será mejor que me aferré a ella.

- Pero esto ya es lo último -dice amenazador y resoplando de furia-. Atender una llamada durante un almuerzo personalizado. Confiando en que no me daría cuenta. ¡Es una falta de respeto inaudita, joder!

- Perdona -digo humildemente-. Lo… lo voy a apagar. -Me llevo una mano a la oreja y simulo desconectar el auricular.

- Pero… ¿dónde lo tienes? -Arruga el ceño-. No veo nada.

- Es diminuto. Muy discreto.

- ¿El nuevo Nokia?

Me mira la oreja más de cerca. Mierda.

- Eh, bueno, de hecho… lo llevo incrustado en los pendientes. -Espero sonar convincente-. Tecnología punta. Escucha, Clive, lamentó mucho haberme distraído. Yo… no he valorado la situación como correspondía. Pero soy totalmente sincera en lo que se refiere al puesto en Leonidas Sports. O sea, que si me permites resumir lo que estaba diciendo…

- Debes de estar de broma.

- Pero…

- ¿Crees que voy a hacer negocios contigo después de esto? -Deja escapar una risa breve y nada divertida-. Eres tan poco profesional como tu socia, que ya es decir. -Para mi horror, echa la silla hacia atrás y se pone en pie-. Pensaba darte una oportunidad, pero olvídalo.

- ¡No, espera! ¡Por favor! -suplico presa del pánico.

Pero él ya se aleja con paso raudo entre las mesas, cuyos ocupantes lo miran boquiabiertos.

Siento frío y calor al mismo tiempo mientras contemplo la silla vacía. Tomo la copa de champán con mano temblorosa y bebo tres largos tragos. No hay más que hablar. La he cagado. Mi gran esperanza, malograda.

De todos modos, ¿qué pretendía decir con eso de que soy «tan poco profesional como mi socia»? ¿Habrá oído algo de la espantada de Natalie? ¿Lo sabrá ya todo el mundo?

- ¿Va a volver el caballero? -El camarero me saca de mi trance acercándose con una fuente de madera donde hay un plato cubierto con una campana plateada.

- No lo creo -digo, roja de humillación y con la vista clavada en el mantel.

- ¿Me llevo su comida a la cocina?

- ¿He de pagarla, de todos modos?

- Lamentablemente, sí, señora. -Me dedica una sonrisa condescendiente-. Puesto que ya se ha hecho el pedido y todo se cocina con ingredientes frescos…

- Entonces lo tomaré yo.

- ¿Todo? -se asombra.

- Sí. -Alzo la barbilla, desafiante-. ¿Por qué no? Ya que voy a pagarlo, primero me lo comeré.

- Muy bien. -Baja la cabeza, deposita ante mí la fuente y saca el cubreplato-. Media docena de ostras frescas en hielo picado.

No he comido ostras en mi vida. Siempre he encontrado repulsivo su aspecto. Vistas de cerca, todavía parecen más asquerosas. Pero no voy a reconocerlo.

- Gracias -digo secamente.

El camarero se retira y me quedo mirando las seis ostras. Estoy decidida a soportar este absurdo almuerzo hasta el final. Pero noto una tensión peculiar en los pómulos; si no me contuviera, el labio inferior me temblaría.

- ¡Ostras! ¡Adoro las ostras! -Para mi incredulidad, Sadie aparece otra vez ante mí, se desploma lánguidamente en la silla vacía de Clive y dice, mirando alrededor-: Este sitio es divertido. ¿Tiene cabaret?