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Y por suerte lo hacían tan bien como si fueran mayores.

Y dejaron a los periodistas preguntándose quiénes eran y captando una imagen humana de Reseune, por el hecho de que Reseune no estaba con la cara larga y preocupada y solamente había chicos normales para darle la bienvenida a casa, después de haber visto tanta gente de Seguridad y de haberle preguntado cosas sobre los aviones escolta.

El programa termina con una imagen de jóvenes felices.

La gente se aferraba a esas cosas con mucha facilidad.

—Quiero dormir —murmuró ella.

—Malas noticias —dijo Amy—. Te esperan en el vestíbulo central. —Amy le palmeó el hombro—. Todo el mundo quiere verte. Solamente para darte la bienvenida. Has estado genial, Ari. Realmente genial.

—Ay, Dios —suspiró Ari. Y cerró los ojos. Estaba tan cansada que temblaba como una hoja. Le dolían las rodillas.

—¿Qué pasó en las audiencias? —preguntó Maddy.

—No puedo hablar de eso. No puedo. Pero todo fue bien. —Le costaba hasta abrir la boca. El autobús dio la vuelta y empezó a remontar la cuesta. Abrió los ojos y recordó que tenía el cabello apoyado contra el asiento. Se sentó recta y lo palpó para ver si se había despeinado y se lo arregló con los dedos—. ¿Dónde tengo el peine?

No pensaba entrar en el vestíbulo con el cabello alborotado si la gente había venido a verla.

Aunque se estuviera desmayando.

El tío Denys estaba en la puerta; ella lo abrazó y lo besó en la mejilla y le dijo al oído:

—Estoy cansadísima. Llévame a casa.

Pero Florian tenía que ir antes y examinar el Cuidador. Eso antes de que ella pudiera llegar a la cama. Especialmente ahora.

Y avanzó por el vestíbulo en compañía de la Familia y el personal; y recibió abrazos y flores, y besó al doctor Edwards en la mejilla y abrazó al doctor Dietrich y hasta al doctor Peterson y al doctor Ivanov; a éste un abrazo muy largo porque, a pesar de todo, la había preparado bien físicamente. Ari se había enfadado muchas veces con él, pero sabía cuánto debía al doctor Ivanov.

—Usted y sus malditas inyecciones —le murmuró en el oído—. Me mantuve bien en Novgorod.

Y él la abrazó hasta hacerle crujir los huesos y le palmeó el hombro y le dijo que estaba contento de que fuera así.

Ella avanzó un poco más.

—Tengo que descansar —suplicó a sera Carnath, la madre de Amy, y sera Carnath se enfrentó a todo el mundo y les dijo a todos que la dejaran pasar.

Y todo el mundo la obedeció y Ari caminó hasta el ascensor, subió y entró en su vestíbulo y en su apartamento, y después a la cama sin tan siquiera desnudarse.

Se despertó cuando alguien empezó a quitarle la ropa, pero eran Florian y Catlin y eso estaba bien.

—Dormid conmigo —les pidió ella, y ellos se metieron en la cama y se hicieron un solo ovillo tibio, como niños pequeños, justo en el centro de la cama.

VIII

A la potranca le encantaba el aire libre. Había una pradera donde los caballos podían correr un largo trecho, suelo sólido y seguro si uno mantenía la cabeza de la potranca en alto y no le dejaba comer nada de lo que crecía en el campo. A veces, los azi que trabajaban los caballos cuando Florian estaba ocupado, la usaban a ella y a la hija de la yegua para ejercitar a la yegua en lugar de usar el caminador; pero cuando la potranca estaba fuera con ella o con Florian sobre el lomo, se engallaba, las orejas erguidas, todo el cuerpo tenso en espera de una oportunidad para correr, que era lo que más le gustaba.





El tío Denys se ponía muy nervioso cuando le enviaban informes sobre la forma en que ella cabalgaba al aire libre.

Hoy tenía a Florian con ella en la potranca Dos, y los dos caballos estaban inquietos y mordían los frenos esperando la partida.

—Una carrera —dijo ella y dirigió a la potranca hacia el otro extremo del campo para frenarla después, como aquella vez que había terminado la mayor parte del recorrido colgada del cuello de la potranca. Entonces había jurado que mataría a Andy o a Florian si se lo contaban a alguien; y estuvo muy contenta de que no hubiera cámaras cerca.

Durante todo el camino los caballos corrieron uno junto al otro y solamente una persona de pie y quieta en la línea de llegada hubiera podido determinar cuál de los dos había llegado primero. Florian tal vez quería ser prudente, pero las potrancas no pensaban lo mismo.

—De vuelta, más lento —indicó Florian. Los animales respiraban agitados y saltaban y se sentían bien. Pero él sí se preocupaba cuando corrían demasiado.

—Mierda —masculló ella. Por un momento era libre como el viento y nada podía tocarla.

Pero hoy no estaban allí para hacer carreras, no habían ido a AG por eso, ni era por esta razón que Catlin tenía órdenes especiales en la Casa. No era por eso que Catlin caminaba ahora desde el granero, un puntito negro y distante, con alguien a su lado.

—Vamos —indicó Ari a Florian, y dejó que la potranca eligiera el ritmo, que fue sin embargo un paso largo y activo, con las orejas bien erguidas y después de nuevo hacia atrás, cuando vio gente y trató de comprender lo que pasaba, siempre tan inquieta y preocupada.

IX

Justin estaba de pie, tenso, junto a la negrura de Catlin, que esperaba con elegancia impasible que los caballos trajeran de vuelta a Ari y a Florian, animales grandes que se acercaban rápido, pero Justin pensaba que si hubiera habido peligro de que lo atropellaran, Catlin no habría permanecido allí con los brazos cruzados y pensó, estuvo seguro, de que si Ari quería asustarlo, estaba en su derecho, claro.

Así que se quedó firme cuando los caballos corrieron hacia él. Se detuvieron a tiempo. Y Ari se deslizó hacia abajo y Florian también.

Ari dio la rienda de su caballo a Florian para que se lo llevara. Llevaba una blusa blanca y el cabello levantado a lo Emory, pero suelto después para que le cayera alrededor de la cara.

El olor del granero, los animales, cuero y tierra, lo devolvió a la infancia. Cuando él y Grant eran libres y podían ir hasta allí.

Hacía muchísimo tiempo.

—Justin —dijo Ari—. Quería hablarte.

—Esperaba que lo hicieras.

Ari respiraba con dificultad. Pero después de la carrera, era normal.

Catlin lo había llamado a su oficina para decirle que fuera hasta las puertas; él había dejado a Grant con el trabajo, aunque Grant no estaba de acuerdo. No, había dicho él; no, eso es todo. Y había buscado la chaqueta y había salido. Esperaba que Ari estuviera allí, claro.

Y en lugar de eso, Catlin lo había conducido hasta AG y nadie les había cortado el paso. Pero nadie interfería en las acciones de Ari en esos días.

—Sentémonos —invitó Ari—. ¿Te molesta?

—No —dijo él y la siguió hacia el rincón donde la cerca se encontraba con el granero. Los palafreneros azi tomaron las riendas de los caballos y los llevaron hacia la cuadra; y Ari se sentó en el riel más bajo de la cerca y le dejó a él las latas de plástico amontonadas allí, mientras Florian y Catlin se quedaban detrás, donde él no podía verlos. Intencionadamente, pensó él, una amenaza callada, presente.

—No te acuso de nada —empezó ella, con las manos entre las rodillas, mirándolo sin frialdad, sin resentimiento—. Me siento un poco extraña, como si hubiera debido darme cuenta de que había algo en el pasado, pero pensé, pensé que tal vez habías tenido un problema con Administración. La oveja negra de la Familia. O algo así. Pero eso es historia. Sé que nada fue culpa tuya. Te pedí que vinieras porque quería preguntarte qué piensas de mí.

Era una pregunta sensata, civilizada. Era la pesadilla que se hacía realidad, de pronto, y resultaba ser sólo una pregunta tranquila en labios de una muchacha muy bonita, bajo un cielo extraño. Pero las manos de él habrían temblado si no hubiera estado sentado con los brazos cruzados.