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—¿Adónde ha ido?

—Muy lejos, Ari. No creo que pueda volver. Vas a venir a casa conmigo. Tú y Nelly. Nelly se quedará contigo, pero va a tener que usar una cinta para no estar tan triste.

—¡Mamá va a volver!

—No creo, Ari. Tu mamá es una mujer importante. Tiene que hacer una cosa. Va... va tan lejos como puede llevarla una nave. Sabía que ibas a estar muy triste. No quería preocuparte. Me pidió que viniera y te dijera adiós. Dijo que vinieras a casa conmigo y vivieras en mi apartamento.

—¡No! —Adiós. Adiós era una palabra que mamá no decía nunca. Todo estaba mal.

Era un error. Ari se desprendió de las manos de Denys y corrió, corrió tan rápido como pudo, por los pasillos, atravesando puertas, hasta el apartamento. Denys no pudo atraparla. Nadie podía hacerlo. Corrió hasta que llegó a su puerta, a su casa; sacó la tarjeta llave de la blusa y la deslizó en la ranura.

La puerta se abrió.

—¡Mamá! ¡Ollie!

Corrió por las habitaciones. Miró por todas partes. Pero sabía que mamá y Ollie no se esconderían de ella.

Mamá y Ollie tampoco la dejarían. Algo malo les había pasado. Algo terrible les había pasado y el tío Denys le estaba mintiendo.

Las cosas de mamá y las de Ollie no estaban en el tocador ni la ropa en el armario.

Sus juguetes ya no estaban allí. Ni siquiera Poca-cosa o la estrella de Valery.

A Ari le resultaba trabajoso respirar. Era como si no hubiera aire suficiente. Oyó cómo se abría la puerta y corrió hacia la sala.

—¡Mamá! ¡Ollie!

Pero era una mujer de Seguridad; era alta e iba vestida de negro. Había entrado y no debería haberlo hecho.

Ari se quedó ahí de pie y la miró. La mujer también la miró. Esa mujer de uniforme, en la sala, esa mujer que no iba a irse.

—Cuidador —dijo Ari, tratando de portarse de forma valiente y adulta—, llama a la oficina de mamá. El Cuidador no contestó.

—¿Cuidador? Soy Ari. Llama a la oficina de mamá.

—El Cuidador está desconectado —dijo la mujer de Seguridad. Y era verdad. El Cuidador no había dicho nada al entrar aquella mujer. Todo estaba mal.

—¿Dónde está mi madre? —preguntó ella.

—La doctora Strassen se ha ido. Su guardián es el doctor Nye. Por favor, tranquilícese, joven sera. El doctor Nye está en camino.

—No lo quiero.

Pero se abrió la puerta y el tío Denys apareció allí, sin aliento, pálido. En el apartamento de mamá.

—No te pongas así —jadeó Denys—. Ari. Por favor.

—¡Fuera! —aulló Ari—. Fuera, fuera, fuera.

—Ari. Ari. Lo siento. Lo siento mucho. Escúchame.

—No, no lo lamentas. Quiero a mamá. Quiero a Ollie. ¿Dónde están?

Denys se acercó y trató de abrazarla. Ella corrió a la cocina. Allí había cuchillos. Pero la mujer de Seguridad se arrojó sobre el sillón, tomó a Ari en volandas y la estrechó contra su pecho, mientras la niña lloraba.

—Cuidado con ella —dijo Denys—. Cuidado. Siéntala.

La mujer la dejó en el suelo. Denys se acercó y la abrazó por el hombro.

—Llora, Ari. Está bien. Llora.

Ella jadeó mucho rato y finalmente logró respirar.



—Ahora vamos a casa —dijo Denys con amabilidad y le palmeó la cara y los hombros—. ¿Estás bien, Ari? No puedo llevarte. ¿Quieres que lo haga la oficial? No te hará daño. Nadie quiere hacerte daño. ¿Quieres que llame a los médicos?

Ir a casa,casa no era casa. ¿Qué les había pasado a todos?

Denys la tomó de la mano y ella caminó. Estaba demasiado cansada para resistirse. Apenas podía seguir al tío Denys. Éste la llevó hasta su apartamento, la sentó en el sillón y le pidió a su azi Seely que le preparara un combinado sin alcohol.

Ella se lo tomó, aunque apenas podía sostener el vaso entre las manos sin volcarlo. Temblaba mucho.

—Nelly se va a quedar aquí —dijo Denys, sentado al otro lado de la mesa—. Nelly será tuya.

—¿Dónde está Ollie? —preguntó ella, aferrando el vaso sobre la falda.

—Con tu mamá. Ella lo necesitaba. Ari respiró hondo. Si mamá había tenido que irse era bueno que ella y Ollie estuvieran juntos.

—Fedra también se fue con ellos —dijo Denys.

—¡Fedra no me importa!

—Pero quieres a Nelly, ¿verdad? Mamá te dejó a Nelly. Quería que Nelly te cuidara bien.

Ella asintió. Sentía un nudo muy grande en la garganta. Notaba que el corazón era diez veces mayor que su pecho. Le ardían los ojos.

—Ari, no sé mucho sobre cuidar a una niña de tu edad. Seely tampoco. Pero tu mamá envió tus cosas aquí. Tendrás tus propias habitaciones para ti y para Nelly, aquí mismo, ¿quieres verlas?

Ella negó con la cabeza y trató de no llorar. Trató de sentir mucha rabia.

Como mamá.

—No hablaremos de eso ahora. Nelly vendrá aquí esta noche. Estará un poco triste. Sabes que no debes entristecerla. Prométeme que te portarás bien con ella, Ari. Es tu azi y tienes que mostrarte amable con ella; en realidad debería quedarse en el hospital, pero ella está muy preocupada por ti y yo sé que tú la necesitas. Nelly vendrá a casa todas las noches después de sus sesiones, van a administrarle cinta, sabes, tienen que hacerlo porque está muy perturbada; pero te quiere y desea venir a cuidarte. Pero, óyeme bien, en realidad tú eres la que tiene que cuidarla. ¿Me entiendes? Puedes hacerle muchísimo daño.

—Lo sé —dijo Ari, porque realmente lo sabía.

—Muy bien. Eres una niña muy valiente. Ya no eres pequeña. Todo esto es muy, muy difícil... Gracias, Seely.

Seely le había traído un vaso de agua y una pastilla y estaba esperando que se la tomara. Seely no era nadie. No era como Ollie. No era bueno, no era malo, no era nada, sólo era un azi, día y noche. Y cogió el vaso y lo puso sobre la bandeja y le ofreció el agua.

—¡No quiero cinta! —dijo ella.

—No es ese tipo de pastilla —dijo el tío Denys—. Te calmará el dolor de cabeza .Te hará sentir mejor.

Ella no recordaba haberle dicho que le dolía la cabeza. Mamá siempre decía que no debía tomar las pastillas de otras personas. Y nunca, nunca, las de los azi. Pero mamá ya no estaba allí para decirle qué era lo que le estaban dando. Como Valery. Como sera Schwartz. Como todos los Desaparecidos. También habían atrapado a mamá y a Ollie.

Tal vez yo también pueda Desaparecer. Y encontrarlos.

Sera —dijo Seely—. Por favor. Ella cogió la pastilla de la bandeja. Se la puso en la boca y la engulló con el agua.

—Gracias —dijo Seely. Era tan suave que en realidad parecía no estar allí. Se llevó el vaso. Seely pasaba inadvertido.

El tío Denys se sentó, tan gordo que la silla cedió bajo su peso, con los brazos sobre las rodillas y la redonda cabeza triste y preocupada.

—Puedes saltarte la escuela de juegos durante unos días. Hasta que quieras. Ahora piensas que nunca más serás feliz. Lo sé. Pero ya pasará. Te sentirás mejor mañana mismo. Echarás de menos a tu mamá. Claro que la echarás de menos. Pero no te dolerá tanto. Todos los días será un poco mejor.

Ella no quería sentirse mejor. No sabía quién hacía que la gente desapareciera. Pero no era mamá. Podían ofrecerle lo que quisieran. Y ella seguiría sin creer lo que le decían.

Mamá y Ollie habían sabido que había problemas. Habían estado muy tristes y se lo ocultaron. Tal vez pensaron que podían arreglarlo y no lo lograron. Ella había presentido lo que pasaría y no había entendido.

Tal vez había un lugar al que iba la gente. Tal vez era como estar muerto. Uno se metía en problemas y Desaparecía en algún lugar de una forma que ni siquiera mamá podía dominar.

Así que sabía que ella tampoco podía dominarla. Tenía que provocarlos una y otra vez, eso era lo que debía hacer, provocarlos y meterse en problemas hasta que no quedara nadie. Tal vez era por su propia culpa. Siempre lo había sospechado. Pero cuando se quedaran sin gente a quien hacer desaparecer, ella descubriría lo que sucedía.

Y entonces tal vez pudiera irse ella también.