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Pero él ya lo conocía, por la cinta. Se suponía que iba a alimentar las gallinas, asegurarse de que el agua estaba limpia y controlar la temperatura de las incubadoras y el criadero de cerdos. Sabía lo importante que era.

—Eres muy joven —comentó Andy—, pero pareces entender lo que se te dice.

—Sí.

Estaba seguro de que entendía. Así que Andy le dejó que le mostrara la cantidad que debía darles y cómo debía marcarlo en el cuadro cada vez que lo hiciera y cada vez que controlara el agua; y cómo había que ir con cuidado de no asustar a los pollos porque entonces se hacían daño unos a otros. A Florian le encantaba ver cómo se arremolinaban como una marea plumosa y luego se alejaban todos en distintas direcciones; y cómo chillaban los cerditos y podían hacerle caer a uno si uno los dejaba correr a su alrededor. Por eso había que llevar un palito.

Cumplió las órdenes lo mejor que pudo y Andy quedó conforme con él, y eso lo hizo feliz como nunca había sido en su vida. Llevó los baldes y vació los recipientes de agua, y Andy le dijo que podía coger un cerdito mientras él estuviera allí para ver cómo lo hacía. El cerdito chilló y se retorció y lo pisoteó con sus patitas puntiagudas, y se escapó mientras él reía y trataba de protegerse. Andy rió y dijo que había una forma de hacerlo y que él se la enseñaría después.

A pesar de todo, era una sensación agradable. El cerdito estaba vivo y cálido en sus brazos, pero sabía que los cerdos eran para comer y para hacer otros cerdos, y uno tenía que tenerlo en cuenta y no pensar en ellos como en personas.

Se sacudió el polvo y salió a recuperar el aliento, apoyado sobre el riel de la cerca al costado del granero.

Entonces vio un animal que nunca había visto, tan hermoso que Florian se quedó allí con la boca abierta y no quiso ni parpadear, tan hermoso le pareció. Rojo como las vacas pero con la piel brillante y fuerte, con patas largas, y se movía de forma distinta a cualquier animal que hubiera visto. Ese animal no... no caminaba, iba, simplemente. Se movía como si jugara.

—¿Qué es eso? —preguntó, al oír a Andy a su lado—. ¿De qué clase es?

—AGCULT-894X —dijo Andy—. Es un caballo. Es el primero que haya vivido, el primero en el mundo.

II

A Ari le gustaba la escuela de juegos. Salían al aire libre y jugaban en el arenal cada tarde. A ella le gustaba estar sentada y descalza y hacer caminitos con los juguetes, y Tommy o Amy o Sam o Rene manejaban los camiones y los vaciaban. A veces inventaban tormentas y todos los obreros de juguete corrían y se metían en los camiones. A veces venía un escamado y destruía todos los caminos y había que volver a construirlos. Eso era lo que decía Sam. La madre de Sam estaba en ingeniería y él les hablaba de los escamados. Ella le preguntó a mamá si era cierto, y mamá contestó que sí. Mamá los había visto, tan grandes como el sillón de la sala. Había algunos muy grandes al oeste. Grandes como un camión. El que tenían ellos era sólo mediano, y era feo. A Ari le gustaba ser él. Uno tenía que deshacer los caminos y las paredes, empujarlo bajo la arena y así se destruía todo.

Ella lo tomó y lo empujó, con la arena escapándosele por entre los dedos.

—Cuidado —dijo Ari a Sam y Andy—. Aquí viene. —Estaba cansada de que Amy construyera su casa. Amy tenía una gran casa, toda de arena apilada, y Amy hacía puertas y ventanas en la casa y daba vueltas sin parar alrededor de ella. Y eso no le parecía divertido, porque Sam construyó una torre para la casa de Amy, y Amy la derrumbó y le dijo que hiciera un camino hasta la puerta, ella estaba haciendo la casa y su casa no tenía torres. Amy consiguió una cuchara y cavó detrás de las ventanas y puso plástico para que se pudiera ver el interior. Levantó una pared delante y fabricó un arco para el camino. Y los dos tuvieron que sentarse y esperar mientras Amy construía. Así que Ari miró el arco al que iba a llegar el camino y pensó que ése era el lugar, y que la arena se derrumbaría toda.

—¡Cuidado!

—¡No! —aulló Amy.

Ari pasó justo a través del arco. Puff. La pared se desmoronó. La arena le cayó sobre el brazo y ella siguió adelante porque los escamados siempre seguían adelante, sin pensar lo que tenían delante. Incluso si Amy la cogía por el brazo y trataba de detenerla.

Sam la ayudó a derrumbarlo todo.

Amy aulló y la empujó. Ari empujó a Amy. Llegó Fedra y les dijo que no debían pelearse y que volverían todos adentro.

Temprano.

Y todo por culpa de la estúpida de Amy Carnath.



Amy no volvió al día siguiente. Siempre ocurría lo mismo con la gente con la que ella se peleaba. Ari lo lamentaba. Cuando se peleaba con alguien, se lo llevaban y sólo los volvía a ver en fiestas. Había pasado con Tommy y con Ángel y con Gerry y con Kate, y ahora no estaban, y ya no podía jugar con ellos. Así que cuando Amy no apareció al día siguiente, Ari lloró y se puso triste y le dijo a Fedra que quería a Amy.

—Sólo si no te peleas con ella —dijo Fedra—, se lo preguntaremos a sera.

Así que Amy volvió. Pero se comportaba de forma rara después de eso. Hasta Sam estaba raro. Cada vez que ella hacía algo, la dejaban.

No era divertido, pensó Ari. Así que se burló de ellos. Robó los camiones de Sam y los puso del revés. Y Sam la dejó. Se sentó ahí y frunció el ceño, triste. Ari derrumbó la casa de Amy antes de que la terminara. Amy sólo hizo un puchero.

Sólo eso.

Sam volvió a poner bien sus camiones y decidió que habían tenido un accidente. Ese era un buen juego. Ella también lo jugó y levantó los camiones. Pero Amy todavía hacía pucheros, así que le tiró un camión.

—¡No! —exclamó Amy— ¡No!

Así que Ari le pegó con el camión. Amy se puso de pie como pudo, Ari se levantó y Amy también. Y Amy la empujó.

Así que Ari la empujó todavía más fuerte y le dio una patada. Amy le pegó. Así que ella también le pegó. Y se pegaban mutuamente cuando Fedra la atrapó. Amy estaba llorando y Ari le dio unas buenas patadas antes de que Fedra pudiera quitarla de en medio. Sam estaba de pie en el mismo sitio.

—Amy es un bebé —dijo Ari esa noche cuando mamá le preguntó por qué le había pegado.

—Amy no puede volver —dijo mamá—. No si vais a pelearos.

Así que ella prometió que no lo volvería a hacer. Pero no pensaba cumplir su promesa.

Amy no estuvo con ellos unos días y luego volvió. Estaba llorosa y no se acercaba a los demás y no era divertida. Ni siquiera hablaba cuando Sam se portaba bien con ella.

Así que Ari se acercó a Amy y le dio unas cuantas patadas. Sam trató de detenerla. Fedra la cogió del brazo y dijo que se estaba portando mal y que tenía que sentarse y jugar sola.

Ari la obedeció. Tomó la herramienta e hizo caminos tristes, furiosos. Sam se acercó finalmente y le pasó un camión, pero Ari todavía estaba enfadada. Amy se sentó allí y ya no quiso jugar. Así lo llamaba mamá. Amy no volvería a jugar. Ari sintió un nudo en la garganta y le costaba tragar, pero ya no era un bebé y odiaba los lloriqueos de Amy, la ponían triste y hacían que nada pareciera gracioso. Sam también estaba triste.

Después de eso, Amy ya no volvió mucho. Cuando venía, se sentaba sola y Ari le pegó una vez, bien fuerte, en la espalda.

Fedra cogió a Amy de la mano y la llevó por la puerta hacia dentro.

Ari volvió con Sam y se sentó. Valery ya no iba por allí. Pete tampoco. Eran los que más le gustaban. Eso dejaba a Sam, y Sam era sólo Sam, un chico con una cara ancha y poco expresivo. Sam estaba bien pero no hablaba casi nunca, excepto lo que sabía sobre los escamados y sobre cómo arreglar camiones. A Ari le gustaba. Pero había perdido todo lo demás. Si a uno le gustaba mucho una cosa, entonces esa cosa desaparecía. Parecía una ley.

Y no echaba de menos a Amy, sino a Valery. Habían transferido a sera Schwartz, y eso significaba que Valery también se iba. Ella le había preguntado si pensaba volver a verla. Él había dicho que sí. Mamá había dicho que era demasiado lejos. Así que Ari entendió que Valery se había ido para siempre y que no volvería. Se enfureció con él por eso. Pero no era culpa suya. Él le dio su nave espacial con la luz roja. Estaba muy triste. Mamá había dicho que debía devolverla, así que tuvo que hacerlo antes de dejar la casa de los Schwartz y despedirse.