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Grant lo miró, pálido, asustado.

—Lo juro —dijo Justin. Estaba más allá del frío. Congelado. Mareado—. Mierda. Tenemos tiempo, ¿verdad?

—Tenemos tiempo —respondió Grant. Y tiró de Justin—. Ven. Te estás quedando helado. Y yo también. Vamos adentro.

Se puso en pie. Tiró el resto de la comida a los peces, se guardó la bolsa en el bolsillo con los dedos entumecidos y echó a andar. No era totalmente consciente del camino que seguía. Otro automatismo. Grant no dijo ni una palabra más hasta que llegaron a la oficina del Ala Dos.

Luego, se inclinó en la puerta de la oficina. Justin lo miró, como si fuera a preguntarle si se encontraba bien.

—Tengo que ir a la biblioteca.

Justin le dirigió un gesto silencioso con el mentón. Estoy bien.

—Ve, entonces.

Grant se mordió el labio.

—Nos vemos en el almuerzo.

—De acuerdo.

Grant se fue. Justin se sentó en la desordenada ofícinita, se conectó con el sistema de la Casa y se preparó para trabajar. Pero había una señal indicadora de mensaje en la esquina de su pantalla. Lo tomó.

En mi oficina, urgente,decía. Giraud Nye.

Justin se quedó allí, sentado, mirando la pantalla. Descubrió que la mano le temblaba cuando la estiró para desconectar la máquina.

No estaba preparado para eso. Pensó en un psicotest, en todas las viejas pesadillas. Necesitaba controlarse.

Ya no tenía tantos reflejos como antes. Lo había perdido todo. Tanto él como Grant eran vulnerables.

Disponía del tiempo que tardara en llegar allí para controlarse. No sabía qué hacer, si ir por la biblioteca y tratar de ver a Grant, aunque eso lo señalaría como culpable. Todas sus acciones podían condenarlo.

No, pensó, y se mordió el labio hasta hacerse sangre. Tuvo un destello de otra reunión. El regusto de la sangre en la boca. La histeria se le agolpó detrás de los dientes.

Ya ha empezado,pensó. Ha sucedido.

Conectó la máquina y envió un mensaje a la oficina de Grant.

Giraud quiere verme. Tal vez no esté a la hora del almuerzo. J.Bastaba para avisarle. Y no tenía idea de lo que haría Grant al respecto.

Preocuparse. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Volvió a apagar la máquina, cerró la oficina y caminó por el pasillo, con el gusto de la sangre en la boca. Miraba las cosas y la gente y pensaba que tal vez no volvería. Que tal vez él y Grant irían de allí a la habitación de psicotest del hospital.

IX

Giraud ocupaba la misma oficina de siempre, en el Ala Administrativa, la misma entrada artesonada, poco llamativa, con el cerrojo exterior, más seguridad de la que había usado Ari en toda su vida. Giraud ya no era el jefe oficial de Seguridad. Al menos para los que no pertenecían a Reseune, era el canciller Nye. Pero todo el personal de la Casa sabía quién se ocupaba de la Seguridad.

Justin pasó su tarjeta por el cerrojo, la oyó entrar y buscar su número de CIUD. Entró en el pequeño vestíbulo y abrió la puerta interna. Abban, el azi de Giraud, estaba en el escritorio de siempre.

Eso fue lo primero que vio. Un instante después observó que los dos oficiales de Seguridad y Abban se ponían en pie con movimientos naturales.

Se detuvo en seco. Y miró al más cercano de los oficiales azi, frente a frente, con calma. Seamos civilizados.Dios otro paso hacia la habitación y cerró la puerta con cuidado.

Tenían un aparato para registrarlo.

—Extienda los brazos, ser —dijo el de la izquierda. Él obedeció, les dejó pasar el aparato por su cuerpo. Encontraron algo en el bolsillo de la chaqueta. El oficial sacó la servilleta de papel que había contenido el alimento de los peces. Justin lo miró con calma mientras el corazón le golpeaba el pecho como un martillo enloquecido y sentía que le faltaba el aire.

Se aseguraron de que no estaba armado. Abban abrió la puerta y lo condujeron a través de ella.

Giraud no era el único. También estaban Denys y Petros Ivanov. Justin sintió que el corazón le saltaba en el pecho. Uno de los oficiales lo llevó suavemente del brazo y lo guió hasta la silla que quedaba, frente al escritorio de Giraud. Denys estaba a la izquierda, Petros a la derecha.

Como un tribunal.



Y los hombres de Seguridad se quedaron, uno con la mano sobre el respaldo de la silla de Justin, hasta que Giraud hizo un gesto y les pidió que salieran. Pero cuando se cerró la puerta Justin intuyó que alguien se había quedado en la oficina.

Abban, pensó.

—Ya sabrás por qué estás aquí —empezó Giraud—. No tengo que decírtelo.

Giraud quería una respuesta.

—Sí, ser —dijo Justin en voz baja. Harán lo que quieran.

¿Por qué está aquí Petros? A menos que vayan a someterme a psicotest.

¿Tienes algo que decir? —dijo Giraud.

—No creo que deba decir nada. —Controló apenas el temblor de la voz. Mierda, tranquilo.

Y como un viento, desde la oscuridad. Tranquilo, encanto. No dejes que me dé cuenta de todo.

—Yo no lo provoqué, Giraud. Yo no quería que pasara.

—Podrías haberte ido.

—Me fui.

—Después. —Giraud estaba pálido de rabia. Levantó un lápiz y se lo colocó entre los dedos—. ¿Qué querías? ¿Sabotear el proyecto?

—No. Estaba allí como todos. No era diferente. Estaba pensando en mis asuntos. ¿Qué hicieron ustedes, la prepararon para eso? ¿Eso es lo que pasa? ¿Una obrita de teatro? ¿Para impresionar a la Familia? ¿Para comprar a la prensa? Supongo que son muy capaces.

Giraud no esperaba este ataque. Pero apenas reaccionó. Denys y Petros parecían disgustados.

—No preparamos a la niña —respondió Denys con calma—. Tienes mi palabra, Justin, no la preparamos.

—Al diablo con eso. Una hermosa función para la prensa, ¿no? El tipo de situación que arma revuelo, una buena propaganda para los fenómenos de aquí. La niña señala a la réplica de su asesino. ¡Dios! ¡Qué científico!

—No te preocupes por actuar para las cámaras —espetó Giraud—. No estamos grabando esto.

—No lo esperaba. —Justin temblaba. Cambió de posición el pie para relajar la pierna y que no temblara. Pero al menos pensaba rápido. Iban a arrastrarlo a otra sesión, se estaban preparando para ello; y de alguna forma eso despejó la niebla de su mente—. Supongo que van a trabajarme bien antes de ponerme frente a las cámaras. Pero va a ser un problema que yo aparezcaen esa cinta en la fiesta y después quitarme de en medio. O hacer que aparezca muerto. Todo un problema para ustedes, ¿verdad?

—Justin —dijo Petros, en tono de súplica—. Nadie te va a «trabajar». No hemos venido para eso.

—Claro, claro.

—Lo que queremos —continuó Giraud en voz alta, dura, cortante— es la respuesta a una pregunta muy clara. ¿Le transmitiste algo? ¿La provocaste?

—Tú contestas tus propias preguntas. Escribe lo que quieras. Mira la cinta, por favor.

—Ya lo hemos hecho —dijo Giraud—. Grant tuvo contacto visual con ella. Y tú también, antes de que la niña se moviera.

Ataque sobre un nuevo blanco. Claro que iban a llegar a Grant.

—¿Y qué estaban mirando todos? ¿Para qué nos habían invitado, por Dios? Claro que la miraba. ¿Pensabas que iba a asistir a la fiesta y no la miraría? Me viste. Podrías haberme dicho que me fuera. Pero claro, no lo hiciste. Me preparaste. Preparaste todo el asunto. ¿Cuántos más están en esto? ¿Solamente tú?

—Sigues afirmando que no la provocaste.

—Claro que no. Ninguno de los dos. Le pregunté a Grant. Él no me mentiría. Admite que la miró. La estaba mirando. «A mí me pilló observándola», me dijo. No fue culpa suya. Ni mía.

Petros se movió en la silla. Se inclinó hacia Giraud.

—Gerry, creo que debes tener en cuenta lo que te dije.

Giraud pulsó un botón en la consola. La pantalla se encendió; Giraud escribió algo con la mano derecha, probablemente buscaba un archivo. Los datos se reflejaron sobre el metal de su escritorio, un destello verde.