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Pero estaba bien. Si Seguridad había intervenido, ellos no podían hacer absolutamente nada. No había nada, pensó Grant, que valiera la pena si había pasado eso.
Grant levantó el vaso de la misma forma y bebió.
Luego se dirigió al dormitorio y sacó una nota de debajo de la almohada de Justin. Se la trajo a la sala.
Si te muestro esto,decía, estoy bien. Si no lo hago, y la encuentras tú, algo ha pasado. Ten cuidado.
Justin lo miró con una repentina corazonada. Y luego volvió a mirarlo, como preguntándole algo.
Grant le sonrió, rompió la nota y se sentó a tomar su copa.
VII
No era difícil escaparse por la cocina. No fueron juntos. Catlin y Florian fueron primero porque eran Seguridad y el personal de la cocina no iba a sospechar de ellos: Seguridad andaba por todas partes.
Luego fue Ari. Trabajó a todos los empleados para pasar, se convirtió en una pesadilla para el azi que mezclaba batido e hizo que le diera un poco y después fue hasta el azi que cortaba cebollas y dijo que eso la hacía llorar. Así que se acercó a la escalera de la cocina y echó a correr en dirección a la colina donde estaba el montículo del que le habían hablado Florian y Catlin.
Se deslizó sobre la espalda y rodó y sonrió cuando la miraron, todos en el suelo, boca abajo.
—Vamos —dijo Catlin entonces. Se comportaba como la líder del grupo. Era la que mejor sabía pasar desapercibida.
Así que la siguieron, resbalaron hasta la parte de atrás del edificio de las bombas donde Ari se sacó la blusa y los pantalones y se puso los que le dio Florian, negros, como los de los azi. Conseguir zapatos era más difícil, así que se compró unas botas negras con la tarjeta del tío Denys que parecían bien si no se observaban muy de cerca. Y ahora las llevaba. Florian le sacó la tarjeta de la blusa y le puso una banda negra en el fondo y una marca como el triángulo azi en el espacio de CIUD.
—¿Estoy bien? —preguntó Ari cuando se colocó la tarjeta.
—La cara —objetó Catlin. Así que ella puso una cara azi, muy dura y formal.
—Muy bien —dijo Catlin.
Y se deslizó, miró por el ángulo del edificio de bombas, luego se levantó y salió. Siguieron a Catlin hasta el camino y después caminaron como si ése fuera exactamente el sitio por donde andaban cada día.
Ellos tardarían un rato en descubrir que había huido de la Casa, pensó Ari, y después Seguridad empezaría todo el revuelo.
Mientras tanto, ella nunca había visto la ciudad excepto desde la Casa, y deseaba que pudieran caminar más rápido para ver todo lo que pudiera antes de que los atraparan.
O antes de que ella decidiera volver, cerca del anochecer. Iba a ser divertido y no, todo al mismo tiempo: iba a haber muchos problemas, pero ella esperaba poder volver a ponerse de nuevo la ropa y regresar por la cocina cuando todos estuvieran locos de miedo. Pero eso podía parecer demasiado inteligente, claro, y tal vez haría que la vigilaran mucho más.
Era mejor ser Sam y que la atraparan.
De esta forma podría decir que había ordenado a sus azi que lo hicieran, y eso funcionaría porque ellos tenían que obedecerla y eso lo sabían todos. Así que ellos no estarían en problemas. Ella sí. Y eso era lo que buscaba.
Pero quería divertirse un poco antes de que la atraparan.
VIII
El ordenador estaba investigando el programa; trabajaba en tiempo compartido en un diseño de clase Beta y esta mañana iba muy despacio, porque Ya
Grant se inclinó sin dejar de observar la pantalla, levantó la taza y tomó un trago.
Alguien estaba en la puerta, brusco, abrupto, y no, eran más de uno. Los oídos de Justin acababan de percibirlo cuando miró a su alrededor y vio el negro de Seguridad y ahí estaba un hombre en su oficina y dos detrás.
Los músculos se le tensaron, se le encogió el estómago. Pánico.
—Lo necesitan en Seguridad —dijo el hombre.
—¿Para qué?
—No haga preguntas. Venga.
Justin pensó en el café negro que tenía en las manos y Grant se había dado cuenta, Grant se estaba levantando de la silla mientras otro guardia de Seguridad entraba detrás del primero.
—Aclaremos esto —dijo Justin con calma y apoyó la taza.
—Déjeme desconectar esto —pidió Grant.
—¡Ahora mismo! —espetó el oficial.
—Mi programa...
—Grant —dijo Justin, con cuidada articulación, aunque no sabía por qué. Estaba pasando, lo que había esperado durante tanto tiempo; y pensó en causarles todo el daño posible. Pero tal vez era algo de lo que podía salir hablando un poco. Fuera lo que fuese. Y había suficientes recursos a disposición de la Administración de Reseune para someter a dos diseñadores de cintas esencialmente sedentarios, a pesar del ejercicio que hacían.
Lo único que podía esperar era que la situación se mantuviera en sus límites, como la había pensado hacía ya años. Colocó las manos a la vista de los hombres, salió pacíficamente por la puerta, con Grant, y caminó sin una queja con los guardias de Seguridad, hacia el ascensor de la planta baja del túnel de tormentas.
La puerta del ascensor se abrió, y ellos caminaron como les indicaban los guardias.
—Las manos en la pared —ordenó el oficial.
—Grant —dijo Justin, tomando a Grant del brazo y sintiendo la tensión—. Está bien. Saldremos del paso.
Se dio la vuelta contra la pared, esperó mientras los dos guardias registraban a Grant en busca de armas y le ponían las esposas. Luego repitieron la operación con él.
—No creo que ustedes sepan de qué se trata, —dijo con tanta calma como pudo, con la cara contra la pared y los brazos en la espalda.
—Venga —indicó el oficial y le dio vuelta.
Ninguna información. Al menos, después de eso los guardias estuvieron menos preocupados.
Seguir el guión. Cooperar. Estar tranquilo y no resistirse en absoluto.
A través de una puerta cerrada hacia la zona de Seguridad, cada vez más solitaria con sus pasillos de hormigón. Nunca había visto esa sección de los túneles de tormenta de Reseune en toda su vida y esperaba por todos los cielos que realmente fueran a Seguridad.
Otra puerta cerrada y un ascensor con un cartel que decía SEGURIDAD 10N en la pared. Justin se sintió muy aliviado al verlo.
Arriba, con mucha violencia. Las puertas se abrieron en un vestíbulo que sí conocía, la sección trasera de Seguridad, una habitación que aparecía en sus pesadillas.
—Esto me es conocido —dijo como sin darle importancia a Grant y de pronto, los guardias se llevaban a Grant a una habitación lateral y a él hacia el vestíbulo, hacia una habitación para entrevistas que él recordaba bien.
—¿No nos anotan? —preguntó, tratando de luchar contra el pánico, mientras caminaba entre ellos con las rodillas flojas—. No me gusta quejarme, pero están violando el procedimiento.
Ninguno de los dos le habló. Lo llevaron a la habitación, lo obligaron a sentarse en una silla dura de cara al escritorio del técnico de psicotest, y se quedaron ahí, serios y silenciosos, tras él.
Alguien entró en la habitación. Él volvió la cabeza y se retorció para ver quién era. Giraud.
—Gracias a Dios —dijo Justin, y era casi sincero—. Me alegro de ver a alguien que sabe algo por aquí. ¿Qué mierda pasa, si no te importa decírmelo?
Giraud se dirigió al escritorio y se sentó en el rincón. Posición de intimidación. Voz moderadamente amistosa.
—Dímelo tú.
—Mira, Giraud, no creo estar en posición de saber nada. Estaba trabajando en mi oficina, estos tipos entraron y me arrastraron hasta aquí y ni siquiera he pasado por el escritorio de control. ¿Qué sucede aquí?